¡Todos a votar!

Si votamos masivamente y a conciencia, no por el ‘mal menor’, éstas podrían ser efectivamente las elecciones más decisivas de la historia.

Estamos en vísperas de las elecciones primarias correspondientes al recambio de autoridades de este 2023. En algunos distritos locales, provinciales y municipales, es posible que ayuden a resolver situaciones específicas; en el nivel nacional, sólo van a servir para zanjar la interna de Juntos por el Cambio, ya que las demás etiquetas más o menos significativas postulan candidatos únicos. Respecto del resto, van a obrar como una gran encuesta compulsiva que arrojará un mapa más o menos ajustado del estado de las opiniones políticas en el país, algo que los encuestadores y analistas profesionales no pudieron hacer porque el público no respondió a sus preguntas.
Muchos temen que esa misma reticencia se manifieste el día del comicio, y los niveles de ausentismo sean tan altos como los evidenciados en las elecciones provinciales celebradas este año. A pesar de la obligatoriedad del voto, la asistencia a las urnas estuvo en promedio por debajo del 70% y más cerca del 60%. En un país donde la pasión política tradicionalmente sólo iba a la zaga de la pasión futbolística, este dato es alarmante y revela de por sí el desencanto de la ciudadanía con el sistema democrático y el escaso interés o expectativa que despiertan quienes ofrecen sus servicios para administrar el poder.

APATIA CIUDADANA
Varios analistas políticos han descripto la elección presidencial de este 2023 como la más decisiva en lo que va del siglo, e incluso como la más decisiva desde el restablecimiento del sistema democrático hace cuarenta años. No se entiende bien qué quieren decir. Muchos reconocen que el país se encuentra en serias dificultades, pocos creen que su resolución dependa de la elección cuyo trámite comienza con las primarias de este mes. Esto es lo que la ciudadanía intuye, y lo que la sagacidad de los analistas no alcanza a reconocer. Los votantes no creen, y tienen sus razones, que esta elección vaya a modificar nada. Su apatía indica que no advierten diferencias sustanciales entre los candidatos, y que ninguno los convence.
Para que aquella descripción de los analistas tenga sentido, para que la elección resulte decisiva, las opciones en juego deberían ser tan claras en sus planteos y tan distintas entre sí como para que el eventual triunfo de una u otra permita a los votantes vislumbrar un futuro, por uno u otro camino. Esa indiferencia se comprueba incluso por la vía negativa: los candidatos no logran atraer adhesiones ni siquiera con el socorrido recurso del miedo, que les funcionó en otras épocas: vótenme a mí, porque si no ganan los otros, que son peores que yo. Lo que ratifica que el electorado no percibe diferencias sustanciales en la oferta electoral.
¿De qué hablan los candidatos? Un poco de la inseguridad, y mucho de la inflación y del dólar. Encerrados en sus oficinas, creen que eso es lo que preocupa allá afuera. El aire acondicionado y los vidrios polarizados les impiden advertir lo que la calle sabe hace rato: el país tocó fondo, y no en términos económicos como se suele creer. No todo es la economía, estúpido. La Argentina tocó fondo cultural e institucionalmente, y la economía es el menor de sus problemas. Las instituciones del Estado han dejado de funcionar: cuestan pero no sirven. La población, especialmente la urbana, se ha embrutecido, se ha degradado estéticamente, vive mal, come mal y se viste mal, y es dolorosamente consciente de ello. Nadie sabe cómo salir del atolladero, nadie puede imaginar un futuro.
En ese contexto, el discurso político, sus carteles, avisos y propagandas suenan como una burla. ¿A quién le habla este tipo, qué tiene que ver conmigo? ¿Qué tiene que ver cualquiera conmigo? La interacción social se ha vuelto demandante, violenta y egoísta. Nadie cree tener algo en común con el prójimo, náufragos de un país que se hunde, dispuestos a matarnos por el madero capaz de mantenernos a flote un rato más, a la espera de un auxilio que no llega pese a lo que prometen los políticos desde sus seguras lanchas. La pregunta que no se les ocurrió a los encuestadores: si su candidato preferido le ofrece con una mano su boleta electoral y con la otra un pasaje para irse del país, ¿qué elije?
SIN DUDAR
A pesar de todo lo dicho, o precisamente por todo lo dicho, creo que el voto representa una oportunidad que no deberíamos dejar pasar. Es una de las pocas ocasiones que nos devuelven, aunque sea por un instante, un sentido de pertenencia y de comunidad, intercalados en la fila de votación entre la adusta muchachita que aprieta celosamente entre las manos el monedero donde guarda su documento ciudadano y el anciano caballero eximido desde hace tiempo de esta obligación, pero que se ha vestido de saco y corbata para cumplirla en homenaje al país que acaricia en su memoria, y en el que probablemente fue feliz.
Creo que en estas elecciones deberíamos votar masivamente, romper los récords de asistencia, pero, más que nunca, hacerlo a conciencia. Si usted está realmente convencido de que su candidato preferido reúne las condiciones necesarias para sacar al país de esta decadencia imparable, vótelo sin dudar. Pero si no encuentra ninguna oferta que lo represente, no haga lo que la mayoría hemos hecho siempre, no elija el mal menor: vote en blanco.
Y hágalo también sin dudar: el voto en blanco es un voto positivo, que hace visible su opinión política verdadera. Y sólo la verdad nos hará libres. Al final de todo el ciclo, podrá ganar el candidato A o el candidato B, y nada va a cambiar como temen muchos. Pero si gana el voto en blanco, habrá que barajar y dar de nuevo, ¡y entonces sí serán las elecciones más decisivas de la historia!