​Todo por 2 pesos

Hace tiempo ya que el Gobierno aprendió que una cosa es la campaña electoral con declaraciones apocalípticas y otra muy distinta la gestión de la Nación, con todos sus pliegues. Por eso es que Javier Milei ensaya un liberalismo pragmático que incluye la intervención estatal en los mercados si es necesario.

Aquello de que la señal de precios es más importante que la madre ha quedado como el simple slogan de un fanático libertario que no tenía chances de nada pero terminó siendo presidente de la República. Algún día la sociología tendrá que asumir la misión de estudiar el fenómeno.

Por repetida, la idea no deja de ser cierta: el plan económico del gobierno tiene en el equilibrio fiscal su mismísima esencia. Del superávit depende que no haya una masiva emisión monetaria que, según el manual, impacta directo sobre los precios. En este esquema hay un rumbo marcado del cual el capitán no piensa apartarse ni aunque vengan degollando.

El 2 es un número clave en este esquema. Hacia esa cifra debe marchar la inflación mensual -el dato de julio fue de 4%- y para eso el Banco Central ensaya devaluaciones mensuales del 2%. Si le hicieran caso a los economistas que hablan de un dólar atrasado y promueven la devaluación, el chispazo inflacionario tendría lugar en un abrir y cerrar de ojos. Por eso Milei desdeña esas ideas.

En este encuadre donde todo debe converger hacia el 2%, el Gobierno dio otro paso impopular por donde se lo mire. La Secretaria de Trabajo informó que a partir de octubre no homologará ninguna paritaria cuyo aumento supere el 2%. La idea es aplacar el consumo para bajar la inflación. Ni más, ni menos.

El mundo globalizado, donde todo queda a un click de distancia, ha impuesto la idea de que la sociedad -mucho menos el mercado laboral-,  no debe ser vista ya en términos de clases. Pero el mostrador sigue existiendo y, por lo tanto, hay dos lados. Y en uno de ellos hay gente que la está pasando muy mal.

Cuando los trabajadores formales miran por el espejo retrovisor ven los escombros de sus salarios, pulverizados por la devaluación y el salto inflacionario del primer trimestre. Cuando miran hacia adelante ven los nubarrones negros de un ajuste que parece cubrirlo todo. Ni qué hablar de los que laboran en la informalidad, donde las reglas están ausentes y el sustento depende a veces de decisiones discrecionales.

Bajo esta lógica aplastante cayeron también los jubilados, golpeados por todos y cada uno de los gobiernos de turno. El jueves el Senado votó el aumento para el sector pasivo y la respuesta del presidente de la Nación no se hizo esperar: anunció que vetará la Ley y tildó a todos los políticos de golpistas.

"El equilibrio fiscal es innegociable”, sentenció el ministro de Economía, Luis Caputo, cuando salió a las redes a expresar su respaldo a los dichos del jefe de Estado. En las arenas de la comunicación el Gobierno es ágil y, más temprano que tarde, instaló la idea de que el incremento en los ingresos de la Tercera Edad atenta directamente contra el éxito del plan antiinflacionario. 

El Senado aprobó por más de dos tercios el proyecto que aumenta las jubilaciones en un 8,1% y estableció además que el índice de actualización mensual debe correr a la par del incremento del Índice de Precios al Consumidor (lPC). La ira del presidente de la Nación, al día siguiente, era incontenible.

DOLAR Y CEPO

Todo lo que el Gobierno está haciendo para desbrozar el camino económico tiene como telón de fondo la escasez de dólares y el cepo cambiario, instrumento que impide la salida de divisas pero, como la otra cara de una moneda, espanta la llegada de inversiones. La pregunta que los economistas se hacen es cómo y cuándo quitarle el candado al cepo.

Hay quienes creen, tal el caso de Camilo Tiscornia -nota de tapa del suplemento de Economía-, que hay que ser audaz y avanzar rumbo a la libertad cambiaria. Se irían divisas pero, imaginan, llegarían otras producto de inversiones que terminarían por hacer de contrapeso a la lógica fuga. Existen otros, en cambio, que pronostican un salto con garrocha del dólar en ese escenario de flotación. Lo ven allá arriba, rondando los $3.000.

Lo cierto es que el mercado desconfía del flujo de divisas para los meses venideros, lo cual dificulta la salida del cepo. Más aguda se torna la situación cuando se advierte la diaria retracción de la cotización de la soja en el Mercado de Chicago.

El superávit comercial, la vía de ingreso de dólares genuinos, también dio que hablar en la semana. Cada portal informativo, cada noticiero,  cada diario, hizo su interpretación de los u$s 1.575 millones de julio. La mayoría destacó el alza de las exportaciones y la merma de las importaciones, esto producto del estancamiento del sector productivo, que no demanda insumos industriales. Algunos hablaron de una marca récord en dos décadas y otros alertaron por cierta pérdida de envión en los últimos cinco meses.

Los expertos vislumbran que, más allá de que aun restan por actualizarse algunas tarifas, el Gobierno terminará por alcanzar su objetivo de bajar la inflación hasta el 2% mensual. De hecho, la parábola descendente del proceso ha resucitado al plazo fijo convencional, que vuelve a ser atractivo en un puñado de bancos que pagan tasas más altas.

Es lógico que la Argentina que prometió Milei no se plasme de un día para el otro. Más cuestionable es, al menos para sus votantes, que no cumpla con las promesas que lo llevaron al poder. Por lo pronto, el pragmatismo ha dejado de pie al Banco Central y sobreviven mecanismos de intervención que el evangelio libertario condena pero que Milei ha aprendido a usar con gusto.

En este andar a tientas despuntó otra experiencia de economía bimonetaria: nació el dólar Diarco. El supermercado mayorista anunció que tomará divisas como medio de pago, cotizándolas por encima del precio del blue. Además, aceptará billetes gastados, rotos, rayados o de cara chica, que tienen menos medidas de seguridad. La noticia corrió como un reguero de pólvora y muestra que el esquema es viable en un país que tiene buena parte de los ahorros debajo del colchón.

JEKYLL Y HIDE

En su política de sintonía fina el gobierno es liberal cuando le conviene. Tiene dos personalidades, muta, se transforma. Así como interviene en la plaza cambiaria y en las negociaciones paritarias, libera precios en algunos sectores demasiado caros al bolsillo de la población.

Bajo la premisa de que no hay nada mejor que la libre competencia se desreguló el mercado de las garrafas, eliminando los precios máximos. Se opera así con el supuesto de que en la puja por capturar una mayor porción del mercado algún actor ofrecerá las unidades más baratas. “La presente medida tiene por objetivo dejar de obstruir el ejercicio de las libertades individuales en el ámbito contractual conforme los principios de libertad de mercado”, sentencia el comunicado.

Otro tanto ocurrió con el transporte de larga distancia, también desregulado, que recibió el beneficio de ver flexibilizadas las exigencias en materia de seguros. Por ejemplo, deroga “el régimen de la ampliación del seguro de vida obligatorio del transporte automotor de pasajeros de jurisdicción nacional”.

El gobierno de Javier Milei ha demostrado tener más astucia política de lo que muchos esperaban, aunque su escasa representatividad en el Congreso le juegue en contra. En el terreno económico, en cambio, se las ingenia bastante bien para salir airoso ante medidas incomodas que dañan los ingresos de la población. Así, quita subsidios al Transporte -dispara por consiguiente el precio del boleto- pero, invocando a la esencia federal de esta Nación, invita a las provincias a hacerse cargo del beneficio si es que pretenden conservarlo. Sabemos que eso nunca ocurrirá.

Inteligente, el Gobierno libertario aprovecha para ajustar mientras el kirchnerismo se desploma y los videos del expresidente Alberto Fernández solventan el argumento de que se trataba de una facción corrupta e indolente. La estrategia será eficaz mientras el bolsillo aguante.