"Todas las generalizaciones son falsas, incluida esta"

La frase del título pertenece a Samuel Langhorne Clemens, más conocido como Mark Twain, célebre escritor norteamericano conocido por su sentido del humor, aunque confesaba que la fuente secreta de éste no era la alegría sino la tristeza.

Desde que el hombre ha querido conocer al mundo necesita hacer abstracciones (abstrahere: alejarse), es decir aislar conceptualmente una propiedad o función propia de un objeto. En este proceso se dejan de lado otras propiedades que pueden ser esenciales para la identidad de ese objeto pero, en pos de un entendimiento, concentra su atención sobre una característica que asiste al individuo a hacer su propia cosmovision, una percepción del mundo que lo rodea. Está percepción corre peligro de ser sesgada o convertirse en un estereotipo, a veces caricaturesco.

Así surge que los ingenieros son esquemáticos, los italianos desordenados y apasionados, los escoceses amarretes, los gallegos brutos, y todas esas conclusiones facilistas que sacamos cuando visitamos un país extranjero por más de cuatro horas. En una palabra: prejuicios. 

Estos estereotipos o realidades fragmentadas conducen a tomar actitudes también sesgadas, que nos llevan a la discriminación -en el sentido más estricto de su etimología que es distinguir separando-. De aquí al racismo, hay un paso que la humanidad da con inusitada frecuencia.

Muchos conceptos de filosofía política están basados en generalizaciones que se basan en un solo aspecto del hombre, dejando de lado su rica diversidad. Las monarquías distinguen a la gente por su cuna y no por sus méritos, mientras las democracias recalcan la igualdad de los individuos y no sus diferencias. Las teocracias valoraban a los hombres temerosos de Dios y denostaban a los impíos al punto de condenarlos a la hoguera o a morir en guerras religiosas.

En la Edad Media creían que las penurias en este valle de lagrimas justificaban el premio celestial pero con las miserias aparejada por desgracias como la peste negra. Este concepto de sufrir para ganar algo inasible y del que nadie estaba seguro que realmente existiese, fue dejado de lado.

LO ETERNO

Los paradigmas siempre cambian pero lo que no cambian son las generalizaciones. Para Hobbes, el hombre era el lobo del hombre -cuando no todos los hombres necesariamente propugnan el dominio del otro sino el altruismo-. 

Rousseau sostenía que las civilizaciones nos quitan la nobleza y proponía una vuelta al noble salvaje, creencia que se concretó en la concepción de sociedades utópicas y la experiencia de varias comunidades idílicas que terminaron en fracaso. 

Los movimientos socialistas y comunistas, con Marx a la cabeza, se basaron en la creación de un hombre nuevo que periódicamente fracasaba ante la perseverante inmortalidad del hombre viejo y sus vicios. 

Adam Smith creía en la oferta y la demanda porque confiaba en la empatía entre los hombres, pero cuando estos ocultan o distorsionan la información (como ocurre a diario en todas las bolsas del mundo), las normas se distorsionan en favor de los que menos saben (que suelen ser los que menos tienen).

Si Adam Smith viviera, se hubiese percatado que esta empatía entre los hombres puede ser verdad para una gran mayoría pero con un 4% de psicópatas y un 10% (o más) de sociópatas, esta concepción empática de la sociedad se hace añicos y desemboca en conceptos tales como greed is good (la codicia es buena) y una lucha entre competidores que no dudan en córtale el cuello a sus rivales al mejor estilo de los piratas que asolaban los mares del mundo mientras Smith impartía sus clases de moral en Edimburgo.

TERCERA POSICION

El mundo se escindió en yankees y marxistas, aquellos que creían en la empatía entre los hombres y la libre empresa y aquellos que creían en hacer a un hombre nuevo lejos de las religiones y bajo un Estado todopoderoso. Con el devenir de los años se evidenciaron las fallas de ambos sistemas. Seguiendo la mecánica hegeliana de tesis, antítesis y síntesis, surge la tercera posición, es decir "ni yankees ni marxistas".
Ante una multitud de pensadores desencantados por las mieles socialistas y la codicia capitalista, surgieron múltiples modelos nacidos usualmente en sistemas democráticos, pero que necesitaron de fuertes personajes caudillezcos. Estos conductores crearon movimientos paternalistas con tendencias a perpetuarse en el poder hasta cambiar la concepción de la sociedad.

El fracaso de estas modernas autocracias hacen rever las virtudes y defectos de las democracias en las que nacieron ("el peor sistema hecha la excepción de todos los demás", Churchill dixit) y valorizar un antiguo concepto de los romanos, la Republica.
Con el respeto republicano a las minorías evitamos la tendencia perniciosa de la dictadura de las mayorías, que convierte al 51% en el tirano del 49% que perdió la elección.

Quizás el sistema republicano sea el más idóneo para gobernar al hombre en su amplia diversidad, donde grupos minoritarios tienen voz en la orquesta de las opiniones y un espacio para expresarse dentro de las leyes aunque (siempre hay un aunque) en política, el arte de lo posible, todo es posible, aun lo imposible.

Esto nos devuelve a la frase que dio origen a este artículo y el peligro de generalizar, como acabo de hacer ut supra. Sepan ustedes disculpar, pero abstraer es humano.