Filosofía cotidiana

Tipos sociales: Los resentidos

Por José Luis Rinaldi

Este tipo social es más común de lo que parece. Una característica es que aquellos que lo integran, generalmente no son conscientes que padecen este defecto, o son incapaces de apartarse de él pues lo necesitan, quizá como una defensa para su autoestima.

El resentimiento comienza siendo individual; se da en nuestra interior más profundo, oscuro e íntimo, muchas veces como un mecanismo inconsciente. Es ese volver a sentir (re-sentir) lo malo vivido o sentido, cuando se nos presenta hoy algún hecho o una experiencia que nos hace re-cordar un momento doloroso, triste y al que no hemos podido o querido superar; ese quedarnos rumiando una herida que sigue provocando sufrimiento, y que nos deja así anclados, abatidos, atados a un pasado de emociones negativas que volvemos a re-vivir. Nos va secando por dentro, nos enoja y nos lleva a la confrontación, a odiar y envidiar a los otros.

El resentimiento nos tiene atrapados, presos de ese dolor que muchas veces nos cuesta identificar en su causa, y que cuando se debe a otro o se lo atribuimos, nos predispone en su contra, lo sentimos como un enemigo, pues su sola presencia -unido a lo que proyecto de él más que a su ser en sí- me provoca disgusto, ira, odio, envidia, rencor, deseos de menoscabarlo, de despreciarlo, de rebajarlo, de hacerle sentir en su persona el daño que me provoca, aun cuando ese otro muchas veces no tenga idea de todos estos sentimientos abyectos que me provoca.

SUFRIMIENTO Y VERGUENZA

Puede bastar un simple comentario, muchas veces sin ánimo explícito de disgustar, o simplemente su situación social, económica o académica que presumimos que tiene el otro y que la consideramos superior a la personal, o su comportamiento ético que me traiga a la memoria una situación pasada dolorosa, y ello encienda en mí sentimientos que me nublen el razonamiento. Actúa como detonante de sufrimiento y de sentimientos que no los puedo verbalizar ni traer a la realidad y analizarlos, única forma que tendría de comenzar a sanarlos.

También nos provoca vergüenza el estar resentidos ya que prueba nuestra debilidad de no poder impedir superar ese mal interior, y por el contrario, se sigue arraigando en nuestro yo profundo. Y esto lleva a que una nueva ocasión que se nos presente y nos despierte ese re-sentimiento, nos pueda llevar a la agresividad y a la violencia verbal y hasta física, a cegarnos, no solo respecto al hecho disparador, sino a todo aquello que venga de quien entendemos nos ha lastimado; ya no haremos un juicio objetivo de sus comentarios cualquiera que sea y el diálogo se tornará inútil cuando no inviable.

Puede así actuar como la piedra tirada en el estanque, que va ampliando los círculos hasta llegar a la orilla; en otras palabras, ampliamos hacia otros temas y hacia otras personas nuestro dolor interior, nuestra imposibilidad de superar el disgusto, incrementando la crueldad que el resentimiento nos provoca.

TOMAR EL VENENO...

Como dice el saber popular, el resentimiento es como tomar veneno y esperar que sea el otro el que se muera; o también, el resentido es aquel que cerró la herida pero se quedó adentro…

El primero que se perjudica y se lastima es el propio re-sentido; la alegría de vivir, de compartir, de sentirnos parte de una comunidad, de vivir el presente en su plenitud, se diluye en esa mezcla de insatisfacción-enojo-dolor; en esa búsqueda de venganzas imaginarias, en escenarios mentales donde el otro es, para nuestro gozo, sujeto de terribles maltratos y vejaciones… y se retroalimenta así nuestro resentimiento y lo vuelve aún más incontrolable. Prefiere vivir y a lo mejor hasta soslayarse en ese estado deplorable interior, por sobre buscar superarlo.

Y si a ese resentimiento que se me vuelve inmanejable, se le añade en la escena política social terceros que lo incentivan, donde somos víctimas inocentes del poder o de la superioridad de los otros -aún cuando solo existan en el imaginario colectivo y solo sean parte de un “relato”- ese resentimiento personal se vuelve social.

Se socializa, es compartido con los demás que tienen esa misma disfonía, y esa arenga, ese discurso populista que nos muestra una realidad triste y contra la cual es imposible luchar, en lugar de ayudarnos a crear un espacio para superar el resentimiento, nos lo intensifica, y hasta nos sirve de justificación para que en nuestro interior siga creciendo esa carga tan dañina. Y al haberlo socializado, nos agrupamos por lo peor que hay en nosotros, y de allí al enfrentamiento, a las revanchas y protestas, a la lucha social, al caos de la sociedad civil hay solo un paso.

ORDEN Y TRANQUILIDAD

Por esto es que los líderes políticos y referentes sociales, cuyo primer y quizá único objetivo sea llegar al poder, muchas veces en lugar de predicar un mensaje pacificador, un proyecto social común que brinde esperanza, que invite al esfuerzo en conjunto, a confiar, a superar ese malestar interior profundo, insisten en ahondar el enfrentamiento, la desconfianza, la envidia, la lucha y así logran la creación de más resentidos dándoles sólo nuevas frustraciones disfrazadas de palabras halagadoras, e insisten a la vez en la confrontación como vía de solución de los conflictos sociales. ¿La “grieta” al fin no es una consecuencia de estos pseudos líderes, de estos lobos revestidos de piel de cordero?.

No son más que fomentadores del desorden, de la lucha, de la violencia, del odio movidos por su propio resentimiento, que tanto daño les hace a sí mismos que quieren que otros también lo sufran y se les sumen.

En la antítesis de las propuestas de los líderes resentidos, el auténtico estadista debe fomentar y procurar la concordia política, la amistad ciudadana, la armonía, el gozo de la convivencia, la natural sociabilidad que hay en los hombres; al fin, buscar la paz en la sociedad política, que como la definiera San Agustín, es “la tranquilidad en el orden”.