El tema de los gobiernos hegemónicos suele pensarse sincrónicamente en los términos de populismo, pero no suele apelarse a la historia para esclarecer el análisis. Sin embargo, una visión diacrónica podría iluminar la actualidad argentina. La Argentina, desde su fundación como república moderna, ha sido una democracia hegemónica sin alternancia de partidos en el poder. Desde 1880 hasta 1916 la Argentina fue gobernada por el PAN. Desde 1916 a 1930, fue la UCR la que gobernó. A tal punto no había un bipartidismo consolidado que la oposición de Yrigoyen terminó siendo la UCR antipersonalista liderada por Marcelo T. de Alvear. Tras el golpe del 30, el partido que gobernó desde 1880 a 1916 se reconvirtió en la Concordancia, un acuerdo entre conservadores y radicales antipersonalistas. En esos años la hegemonía se mantuvo con el fraude electoral.
El golpe militar del 4 de junio de 1943 modeló de manera decisiva la realidad política argentina, pero, en términos de hegemonía, sólo vino a consolidar una o, en rigor, podríamos decir dos, al menos hasta 1983: el peronismo y el militarismo. En el caso del segundo esquema político, no había, como lo hubo en los casos previos y con el peronismo (Roca, Yrigoyen, Perón), una figura predominante, pero sí un ideal de presencia de las Fuerzas Armadas en la política que término de capitular en el levantamiento del 3 de diciembre de 1990.
Al recuperarse la democracia y ganar la UCR las elecciones del 30 de octubre de 1983, todo parecía indicar, y mucho más con la orientación socialdemócrata del gobierno de Alfonsín, que la tendencia hegemónica de la democracia argentina había finalizado. Sin embargo, el propio Alfonsín intentó fallidamente el llamado Tercer Movimiento Nacional. El recuerdo de la hiperinflación del 89 le vedó al radicalismo la posibilidad de replicar ese sueño. El peronismo, en cambio, se remozó con dos hegemonías: el menemismo y el kirchnerismo.
En esta segunda parte de la hegemonía peronista, el gobierno de la Alianza terminó siendo un interregno entre dos hegemonías peronistas: la que tuvo a Menem como protagonista y la que tuvo a Kirchner y a su esposa.
En 2015, el triunfo de Macri pareció ser el comienzo, no de una nueva hegemonía, sino de un nuevo ideal político para la Argentina: pensar su desarrollo con la mirada de los empresarios, con la evocación histórica de un frondizismo regenerado, proveniente de una época (1958-1966) que pareció contrahegemónica, pero que en rigor sólo era el producto de la proscripción del peronismo y que, por supuesto, estuvo sembrada de planteos militares hasta la decisiva Revolución Argentina.
Sin embargo, mirado desde hoy, el gobierno de Macri fue una impasse entre la transformación del kirchnerismo al cristinismo y la agonía del kirchnerismo, que comenzó a gestarse en la pandemia y tuvo sus puntos más álgidos en la renuncia de Guzmán y en la gestión de Massa. Un símbolo poco comentado de esa agonía (y los símbolos dicen mucho más que cualquier análisis) fue la escasez de nafta de octubre de 2023.
LLEGA MILEI
Tal como se dio el armado político de Milei desde 2021 y especialmente desde 2023, creemos que él y su entorno entendieron muy bien la dinámica de las hegemonías políticas en la Argentina. No es extraño que acusen a los integrantes de PRO de “ñoños republicanos”. Milei ha entendido además que la construcción de esa hegemonía debe encararse con la virulencia del peronismo (no decimos del kirchnerismo, sino del peronismo, porque basta ver filmaciones de discursos del primer peronismo para corroborarlo). Lo novedoso no es la virulencia, que desde luego en la Argentina es mucho más celebrada que la pasividad zen de un Macri o que el republicanismo de un López Murphy, sino el mensaje, que es totalmente contrario no ya al peronismo, sino, podríamos a decir, a aquello que Perón descubrió de los argentinos y que le hizo constituirse como el movimiento más importante de la historia de ese país: la pretensión de gozar de prestaciones laborales y sociales por encima de lo que el país puede ofrecer.
A propósito observamos que, aunque normalmente se identifica al peronismo con la geografía del conurbano bonaerense, en rigor Perón logró comprender el deseo de los descendientes de inmigrantes de la Capital Federal, que nunca lo votó, y que consiste, como se ve actualmente en el debate sobre la universidad o la salud pública, en la exigencia incondicional de que el Estado suministre, de la manera que sea, todos los servicios que aseguren un estado de bienestar.
¿Cómo pudo Milei, con una retórica afín al peronismo por la contundencia, hacer impregnar en la sociedad su ideología libertaria? En parte, porque la etapa final del kirchnerismo, sobre todo desde la toma del control económico por parte de Massa llevó a un colapso, y una situación que parecía a las puertas de una hiperinflación quizás facilitó la aceptación social de medidas extremas. Es el análisis que normalmente se hace.
Sin embargo, la pregunta que debemos hacernos es hasta cuándo la Argentina tolerará políticas basadas en el equilibro fiscal. Ruckauf suele decir que Menem ganó la elección de 1995 con 2% de inflación anual, aunque la desocupación llegó en pocos meses al 18%. El electorado premió la estabilidad por el recuerdo de la hiperinflación, pero dos años después el menemismo perdió las elecciones legislativas y comenzó el declive de su hegemonía.
Nuestras conclusiones también remiten a la historia. La hegemonía de la Generación del 80 terminó con la Ley Sáenz Peña de sufragio universal, secreto y obligatorio. La economía liberal que comenzó a diagramarse en 1870 llegó a su ocaso con el golpe del 30, tras el cual incluso con la restitución parcial de la ideología que había perdido el poder en 1916, la Argentina ya no tuvo una economía liberal. El primer peronismo abrevó en esa conformación antiliberal y cuando, tras la crisis económica de 1950, intentó en un segundo gobierno corregir la máquina de producir inflación que había creado, fue derrocado. La matriz que formateó para siempre en la Argentina no es la del período 52-55, sino la de la Edad de Oro 1946-1950. Desde la caída del peronismo, todos los gobiernos, militares o democráticos, la retomaron. Por ese motivo, el último gobierno liberal que hubo en la Argentina, la economía popular de mercado de Menem, careció de equilibrio fiscal y se endeudó copiosamente.
¿Es posible que la Argentina adopte, con una nueva hegemonía, el aprecio duradero por costumbres que jamás ha observado cuando pudo votar libremente? Una vez que Milei termine con la inflación y con los curros de la política, que le devuelva al sector privado lo que le quitó al público, ¿no se encontrará con millones de personas que siguen trabajando en el ámbito público y que no siempre estarán dispuestas a “servir al prójimo con bienes de mejor calidad a un mejor precio”, como dice en sus discursos y entrevistas radiales y televisivas?
Quizás la llamada batalla cultural y la educación de las nuevas generaciones pueda formar en la Argentina una pasión por el emprendimiento, por la abnegada superación personal y por los nuevos desafíos, pasión que, aunque existió, no pareció abundar en ella como en ese país con la que se la comparaba a principios del siglo XIX: los Estados Unidos. La historia, en cambio, recuerda que costumbres como el déficit fiscal o la insuficiencia comercial se remontan al Virreinato, y la predilección por el paternalismo, al gobierno de Rosas.