El rincón del historiador

Summer Makarius, testigo fiel de nuestra sociedad

Cuando falleció doña Leonor Acevedo de Borges, en julio de 1975 a los 99 años, aunque le faltaba diez meses para llegar a los 100, una mujer comentó que era una pena que no alcanzara la centuria. Su hijo Jorge Luis Borges le contestó: “Me parece que exagera Ud. con el prestigio del sistema decimal. Qué fijación”. Pero a pesar de esta divertida anécdota, tenemos la fijación de los centenarios y los números redondos para tratar de salvar del olvido en muchos casos.

Mañana se cumple el centenario del nacimiento en El Cairo de Sameer Makarius. Hijo de padre egipcio y madre alemana, vivió sus primeros años en su tierra natal, alternando entre Alemania y Hungría, donde se radicó cuando la Guerra, y posteriormente en Suiza y en París. En 1952 se afincó definitivamente en nuestro país, al que “llego con una cámara Leica”. Muy pronto su curiosidad, a la que agregaba su innato talento artístico, lo fueron llevando a recorrer Buenos Aires, y dejó a lo largo de los años el valioso testimonio de una ciudad que llegamos a conocer.

Impresionan las de la calle Florida, señorial por excelencia, esas cuadras que daban pertenencia, como que no había entierro de cierto nivel que no la recorriera; lo mismo que visitantes ilustres, presidentes extranjeros o diplomáticos presentando cartas credenciales. La transitaban artistas y políticos; productores agropecuarios rumbo a la Sociedad Rural; escritores e intelectuales para visitar las librerías. Desde Escassany a Santarelli, y al final en Ricciardi deslumbraban las joyerías; Gath y Chaves y Harrods abrían sus grandes escaparates y las noticias a veces tapaban el paso de los transeúntes frente a la cartelera de La Nación.

Esa Florida que hasta el mediodía permitía el tránsito automotor y después se convertía en peatonal; con grandes adornos cuando llegaban las fiestas navideñas, embanderada en los fastos patrios con los vendedores de escarapelas en pizarrones. Pues bien, quien recorra las fotografías de Sameer, podrá reconstruir buena parte de esa calle, zapaterías, disquerías, perfumerías, sastrerías, y en ese conjunto la elegancia en el vestir de la mujer, los últimos resabios de los sombreros o tocados, los hombres en buena parte con sombrero.

La calle Lavalle con los cines, los carteles y las marquesinas, en cuyas luces si llovía parecía que las estrellas habían caído por cómo se reflejaban en ellas. El edificio Atlas, que después se llamó Alas, y la iglesia de Santa Catalina de Siena, donde todavía estaban las religiosas de clausura; el Parque Lezama con su anfiteatro, el ferrocarril y a su lado el estadio de Boca Juniors. El trabajo del Matadero, allá por el barrio cercano al Mercado Nacional de Hacienda de Liniers; o los kioscos con los cordeles llenos de revistas esas que llamábamos “mejicanas” que acaparaban la atención de los niños, o a estos disfrutándolas en una plaza. Las imágenes también de la pobreza, pero que era pobreza digna, no la miseria que vemos casa vez más.
Sammer Makarius no pensó en hacer historia; sólo en disparar miles, cientos de miles de veces, el disparador de sus cámaras y tratar de reflejar lo que sus ojos veían a través del espacio de la lente. Lo supo hacer con indudable talento, era una artista; como lo demostró con cuadros, bocetos y otras muchas de aficiones, propias casi de un hombre del Renacimiento. Pero, además, nos dejó a los que estudiamos el pasado una documentación más que valiosa; si a lo que se ve a grandes trazos le agregamos una lupa descubriremos un material casi inexplorado de nuestra historia social a través de la imagen.

Ningún espacio mejor que el Museo Nacional del Cabildo y la Revolución de Mayo para recordarlo, por esta faceta sobre el Patrimonio y la Sociedad, que se ha inauguró el viernes y permanecerá hasta el 10 de mayo. Karim Makarius, celoso custodio y difusor de la obra paterna, generosamente ha ofrecido este material que sin duda concitará el interés. Como lo dijo hace un tiempo Horacio Mosquera, todavía “hoy nos conmueven y nos interrogan sobre nuestro pasado”.

Un egipcio en el Cabildo porteño

De la apertura de la muestra evocando a Sameer Makarius en el centenario de su nacimiento participaron el secretario de Cultura de la Nación, Leonardo Cifelli; la subsecretaria de Patrimonio, Liliana Varela; la directora General de Museos, María Inés Rodríguez Aguilar; los embajadores de Alemania, Arabia Saudita, China, Ecuador, Israel, Hungría, Indonesia, Marruecos, entre otros; el presidente del Club Diplomático, Juan Pablo Orellana, el crítico de cine Pablo de Vita; la representante de la Junta de Historia de la CABA, Marina Bussio; Teresa Rojas, María Laura Arano y numeroso público.

El director del Museo Histórico Nacional del Cabildo y la Revolución de Mayo, Horacio Mosquera, dio la bienvenida a los presentes y hablaron los curadores de la muestra, Karim Makarius -hijo del artista- y el historiador Roberto L. Elissalde. El primero se refirió a una muestra anterior en ese ámbito y que este año centenario, con algunas de sus obras (muchas no expuestas), pretendía mantener vivo el recuerdo de su padre. A ese fin, en la tierra natal del artista, El Cairo, con el embajador argentino Gonzalo Urriolabeitía, está organizando una gran exposición que será, sin duda, a través de la fotografía, una gran presencia de nuestro país en Egipto.

Elissalde rescató el valor como documento patrimonial y social de Makarius, en tanto, el consejero de la Embajada de Egipto, Karim Abulenein, expresó la satisfacción de la misión al recordar la obra de un compatriota que honró a su tierra natal más allá de los límites de la Argentina, con valiosas contribuciones.

El director del Museo del Cabildo mencionó, a la vez, la presencia de las autoridades nacionales y cuerpo diplomático, destacando la tarea de todo el personal de la casa, especialmente de María Laura Pérez Veronesi y Paula Bombino, que organizaron con los curadores la muestra.