Stravinsky en una propuesta ambivalente

Luces y sombras en ‘La carrera del libertino’, en el Colón.


‘La carrera del libertino’. Opera en tres actos y epílogo, con texto de Wystan.H. Auden y Chester Kallman y música de Igor Stravinsky. Escenografía: Julia Freid. Vestuario: Julio Suárez. Iluminación: Matías Sendón. Régie: Alfredo Arias. Con: Ben Bliss, Christopher Purves, Andrea Carroll, Patricia Bardon, Hernán Iturralde, Alejandra Malvino,Darío Schmunck. Coro (dir: Miguel Martínez) y Orquesta Estables del Teatro Colón (Charles Dutoit). El martes 18, en el Colón.


 

En medio del torbellino Argerich, el Colón intercaló el martes una nueva producción de la última (¿o la primera?) ópera de Igor Stravinsky. ‘La carrera del libertino’ fue presentada en función de gran abono como cuarto espectáculo de la temporada lírica oficial, y la verdad es que en su encuadre global la representación resultó ambivalente, porque en su costado musical lució atrayente nivel, perjudicado en cambio en sus aspectos visuales por una puesta en escena decididamente indescifrable.

 

MOZART SIGLO XX

El compositor ruso visitó en mayo de 1947 el Chicago Art Institute, y quedó impresionado por una serie de cuadros de William Hogarth, denominada justamente ‘The Rake’s Progress'. Tuvo entonces la idea de crear un melodrama ceñido a ese recorrido, una ópera-balada inspirada en Mozart según sus propios dichos. Huxley le recomendó entonces a W.H. Auden, quien le escribió un texto excelente, y el resultado fue un trabajo de impecable elaboración formal y musical, ambiguo, refinado, armoniosamente orquestado, en el cual, pese a haberse querido ver influencias de varios autores (se lo tildó de pasticcio), la esencia artística de Stravinsky se derrama con limpieza (denominarla cubismo musical, como se lo ha hecho, parece una franca exageración).

En el estreno parisién se la calificó de anacrónica. Pero lo cierto es que pese a que esta fábula moral se encuentra hoy incorporada a los repertorios más o menos habituales, sus apagadas estructuras armónicas se hallan largamente distanciadas del cromatismo de ‘La consagración de la primavera’ o ‘Petruschka’; el discurso, melancólico, no conduce la acción sino que se limita a describirla y, por lo demás, no alcanza a comunicar sentimientos ni emociones a lo largo de casi tres horas de duración. Ciertas escenas (la del juego de cartas) se exhiben, por otra parte, un tanto alargadas.

Compuesta con lentitud (un acto por año), ‘La carrera del libertino’ se estrenó en 1951 La Fenice, con dirección de su autor, y en el Colón se dio en 1959 (en italiano), 1977 (Tauriello), en ambos casos por iniciativa de Juan Emilio Martini, y por último en 2001 (Lano), ya en su versión inglesa original.

 

EL ELENCO

Se encargó de la nueva producción Alfredo Rodríguez Arias, artista argentino triunfador en Francia, donde reside desde hace muchas décadas. Pero en esta ocasión su trabajo no se reveló precisamente afortunado. Con un marco escénico exactamente igual en los nueve cuadros (Julia Freid), abigarradas agrupaciones de coristas y figurantes, vestuario heterogéneo, monjas, enfermeras, negros, escaleras que no conducen a ninguna parte, efectos pueriles, todo sujeto a la interpretación fantasiosa de cada espectador, tal vez lo más negativo de esta puesta fue su apartamiento de las complicidades dramáticas de cada escena (la explicación del regisseur es que puso la pieza “en un teatro anatómico donde se hacían autopsias”: tal cual).

En el cuadro vocal, bien puede decirse en cambio que todos se desenvolvieron con plausible rango. Partiendo de la base de que aquí lo que importa fundamentalmente es la composición del personaje, cabe subrayar que se destacaron especialmente dos figuras estadounidenses. El tenor Ben Bliss (Tom), magnífico actor, de voz entera y grata, manejada con soltura, y la soprano Andrea Carroll (Anne), quien acreditó registro lozano y cristalino, realmente bello y se lució en sus arias (particularmente ‘How strange! O heart be stronger’). A la irlandesa Patricia Bardon (Baba), de agraciado metal, se la notó incómoda en su tesitura, mientras que el veterano barítono británico Christopher Purves (Nick) se movió con consumada justeza y realizó un correcto aporte canoro al igual que Alejandra Malvino (Mother Goose), Hernán Iturralde (Trulove) y Darío Schmunck (Sellem).

Sometido a compromisos actorales inusuales, el coro estable, preparado por Miguel Martínez, cumplió como nos tiene acostumbrados, una faena de alta categoría. En el podio estuvo un viejo conocido: Charles Dutoit (primer esposo de Martha Argerich, quien estaba en un palco). El gran maestro suizo (86) condujo a la orquesta estable con notable prolijidad, fluidez, equilibrio, y sin perjuicio de algunos pasajes que pudieron haber sido expuestos con mayor transparencia, fraseó con vigor procurando otorgar a la obra de Stravinsky la mayor vitalidad posible.

 

Calificación: Bueno