Buena Data en La Prensa

Sonido de libertad


A veces lo dispara algo que nos impacta profundamente, otras, simplemente es producto de una noche de insomnio ¡Esa maravillosa posibilidad que tenemos los seres humanos de ensimismarnos y reflexionar!

En este caso el motivador fue la película “Sonido de libertad” que hoy 31 de agosto, será exhibida en Argentina (y toda Latinoamérica) para el gran público.

SIN SPOILER

La película fue filmada hace cinco años y recién en julio de este año pudo salir a la luz en EE. UU. Para llegar a los espectadores, tuvo mil y un inconvenientes, que solo pueden entenderse si se considera que lastima los intereses de algunos poderosos.

El largometraje refiere a un caso real de trata de niños para explotación sexual. Y si bien fue catalogada como inconveniente para menores de 18 años, deberían verla adolescentes menores para formar su conciencia sobre este tema. El contenido es fuerte de por sí, pero no tiene escenas inapropiadas ni golpes bajos. El respeto al espectador y a los niños actores está absolutamente cuidado.

“Los niños de Dios no están a la venta”, dice el protagonista. El impacto que produce no puede menos que llevarnos a pensar sobre la dignidad humana. Entender este concepto es fundamental para tener una noción más completa de lo que somos y de lo que debemos cuidar. Y como cuando uno quiere saber el significado de una palabra va al diccionario, allá vamos. Como en tantos otros términos hay más de una acepción.

LAS ACEPCIONES DE “DIGNIDAD”

La primera es “calidad de digno”. Buscamos “digno”. Digno: el que merece algo. ¿quién es el sujeto merecedor? Si bien sabemos que todo ser humano es una persona y podríamos usarlos como sinónimos, decir persona le imprime una excelencia y relieve mayor de modo tal que lo ubica en un nivel superior a cualquiera de los otros seres materiales que existen en el mundo. Por lo tanto, merece un máximo respeto.

La segunda “excelencia y realce”. Ambos términos también nos hablan de una preeminencia superior. La persona puede ejercer poder de señorío sobre sí mismo y sobre los demás seres de la naturaleza, a los cuales puede legítimamente convertirlos en instrumentos de uso para su provecho. No así, con las otras personas. Ninguna persona puede transformarse en instrumento de otra, porque nunca puede rebajarse de su categoría dignísima. Puede comportarse sin conciencia ni responsabilidad “como si” fuera un animal (por eso decimos que cometió una “animalada” cuando una persona hace algo impropio de su condición), pero de todas formas siempre hablamos en un sentido analógico, porque por más atrocidades que cometa el hombre no puede reducirse a condición de mero animal porque no lo es.

La tercera acepción es “gravedad y decoro de las personas en la forma de comportarse”. Aquí juegan lo interior y lo exterior, lo más íntimo y su manifestación. Tiene que ver con una secuencia natural: el obrar sigue al ser, como el modo de obrar sigue al modo de ser. Lo digno en su interior redunda en dignidad que se manifiesta al exterior: en esa capacidad de dar sin perder, de dar por sobreabundancia de ser, de darse sin agotarse.

La cuarta, “cargo o empleo honorífico o de autoridad”. Autoridad refiere a autor. Al actor, alguien lo dirige, el autor se desempeña por sí mismo. Decimos que alguien es autor de su vida cuando elije libremente que hacer con ella. Aunque resulte paradójico somos concebidos con libertad, pero con el correr del tiempo nos vamos haciendo más libres o más esclavos, según sean mejores o peores nuestras elecciones.

¿SE PUEDE PERDER LA DIGNIDAD?

Si bien no son modalidades independientes o alternativas, no es lo mismo la dignidad ontológica que la dignidad moral. La primera es sustento de la segunda, pero no tiene una expresión directa, porque no se traduce en obras perceptibles desde el exterior. Quien es persona, es de suyo digno, más allá de que por diferentes razones no pueda poner en acto sus potencias espirituales, transitoria o permanentemente (como por ejemplo una persona con deficiencias mentales, comatosa o en estadío embrionario). La dignidad ontológica es inviolable porque es connotación fundamental del ser persona. Tan es así que ni siquiera uno mismo puede degradarla.

Sobre esa base cada uno irá desarrollando, edificando su propio modo de ser, de forma tal, que a través de actos libres vaya conquistando o perdiendo dignidad moral. En sentido estricto, aún la dignidad moral es inviolable porque nadie puede deteriorar la dignidad de otro sin su consentimiento. Puede atentar contra ella, pero sólo a través de un acto propio de libertad puede “cederla”. Para que alguien vulnere la propia dignidad es necesario no solo que se atente contra ella, sino que se responda de tal modo que atacante y atacado queden convertidos en cómplices.

A diferencia de la dignidad ontológica, la dignidad moral puede ser degradada por el propio sujeto.

Aún en esta misma capacidad de la persona de poder perder la dignidad moral se muestra paradójicamente su grandeza: porque significa que es responsable de sus actos.

El animal no puede poner en peligro su dignidad porque no puede realizar un acto libre de consentimiento en respuesta a la violencia que pueda ejercer un humano contra él. El hombre puede violentar la naturaleza del animal, pero el animal no puede, sumarse como cómplice del atentado.

Podemos seguir reflexionando, pero, aunque podamos “desmenuzar” el término y buscar una fundamentación coherente para su uso, la dignidad de la persona es una “realidad primaria, es imposible demostrarla. Simplemente se puede mostrar. Del mismo modo ocurre con la existencia de la realidad misma ¿puedo demostrar la existencia de lo que tengo frente a mí en este momento? Ciertamente no. Puedo mostrarlo. Ante la duda del “corto de vista” puedo “iluminar” el lugar para que su realidad se muestre. Pero no más que eso.

Hay quienes no “ven” la dignidad humana. Abrir los ojos y ayudar a abrirlos es la tarea de quienes buscan que un mundo mejor sea posible.

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