“Sobre la naturaleza de las cosas”
El escrito de Lucrecio (99 al 55 a.C.) clave en la gestación del pensamiento moderno.
Por Alfredo Bernardi
Angelo Giovanni Roncalli, canonizado en 2014, fue Papa entre 1958 y 1963. No fue el único Juan XXIII. El napolitano Baldassare Cossa (1370-1419) fue Papa Juan XXIII entre 1410 y 1415. La Iglesia vivía los momentos difíciles del Cisma de Occidente. Un Papa residía en Roma y otro en Avignon. El Concilio de Pisa intentó resolver el conflicto. Depuso a ambos y nombró a un tercero. Los dos primeros no reconocieron la validez del Concilio por no ser convocado por un Papa y la Iglesia quedó tricéfala. Fallecido el tercero en discordia, el mismo Concilio eligió como sucesor a Baldassare Cossa quien adoptó el nombre de Juan XXIII.
Las monarquías y el emperador del Sacro Imperio Romano Germánico se sentían incómodos y promovieron la unificación. Se celebró un nuevo Concilio en la ciudad germánica de Constanza por voluntad del emperador y en contra de la del Papa Cossa quien, al percibir que el Concilio tomaba un rumbo contrario a su pretensión de ser el Papa único, huyó de Constanza disfrazado. Fue interceptado, depuesto y encarcelado acusado de numerosos cargos.
Al ser destituido, el nombre elegido quedó disponible. Fue adoptado por el “Papa bueno” más de cinco siglos después, en 1958.
Finalmente, el Concilio de Constanza unificó el Papado. El florentino Poggio Bracciolini, Secretario Apostólico del primer Juan XXIII, quedó sin trabajo.
EL DESCUBRIMIENTO
Poggio decidió cabalgar por el entonces rico sud germánico. Humanista, de impecable latín, dotado lingüista-calígrafo-escriba, amplio conocedor de las burocracias civiles y eclesiásticas, conversador de gran encanto personal, buscaba monasterios donde encontrar antiguos manuscritos: los más viejos en papiro y los más próximos en pergamino. Durante largo tiempo los monasterios fueron los únicos lugares realmente interesados en poseer bibliotecas, entre otros motivos porque se suponía que los monjes sabían leer.
La búsqueda de manuscritos antiguos era una actividad muy valorada desde que en el trecento Petrarca se hizo célebre por el hallazgo de una antigua Historia de Roma. Inspiró y despertó el interés para buscar escritos de clásicos griegos y latinos olvidados por centurias.
Los textos recuperados eran copiados (recordemos que aún faltaban décadas para que Gutenberg inventara la imprenta de tipos móviles), editados, comentados e intercambiados. Conferían distinción a quienes los descubrían, que comenzaron a referirse como humanistas.
Poggio sabía que los monasterios germánicos eran los más inexplorados, situados en sitios apartados difíciles de alcanzar en muchos casos deliberadamente para alejar a los monjes de distracciones y tentaciones mundanas. Dado que no era clérigo, en cada monasterio debía extremar sus cualidades persuasivas para que los desconfiados monjes lo dejaran ingresar a las bibliotecas. Los textos clásicos, físicamente en forma de rollos, eran escasos y valiosos. ¿Obtenerlos en préstamo? Un ejercicio magistral de persuasión a veces favorecido con dinero. Muchos se robaban. La búsqueda se veía también empañada porque, ante la escasez de pergaminos, se borraban cuidadosamente los escritos clásicos paganos y se reescribían textos cristianos. Un palimsesto es un pergamino que se ha reescrito luego de borrar una o más capas de escritos anteriores.
Finalmente, tras un largo periplo por el sud germánico, en una abadía benedictina Poggio halló la perla que eclipsó a todos los otros textos que había encontrado en su viaje: una copia del manuscrito “De rerum natura” (Sobre la naturaleza de las cosas), extenso poema del gran poeta y filósofo Lucrecio, de una distinguida familia romana y de quien se sabe muy poco, escrito el siglo anterior al nacimiento de Cristo en sublimes versos latinos.
EL ATOMISMO
Entre los siglos V y IV A.C., el tracio Demócrito, discípulo del milesio Leucipo, desarrolló la teoría atómica de la materia. Todo lo que existe está constituido por átomos eternos, indivisibles, homogéneos e indestructibles. Se diferencian sólo en forma y tamaño pero no por cualidades internas. Las propiedades de la materia varían según el agrupamiento de los átomos. (Átomo en griego significa indivisible; no confundir con lo que ahora llamamos átomo químico que es divisible aunque en su interior existen partículas indivisibles como el electrón, de alguna manera dando razón a Demócrito).
Así fue, es y será desde siempre y para siempre. Nada de cuatro elementos constitutivos sostenidos por muchos en la antigüedad: aire, agua, tierra, fuego. Sólo átomos y vacío. Teniendo en cuenta el saber y las posibilidades de su tiempo y los detallados desarrollos científicos a lo largo de los últimos siglos, fue una aproximación conceptual razonable a lo que se sabe hoy en física de partículas.
Un siglo después, el samio Epicuro continuó el pensamiento de Demócrito y Leucipo. Su teoría atómica tiene algunas diferencias con Demócrito pero se apoya en los mismos principios. El sereno y frugal Epicuro no creía en la resurrección ni en la inmortalidad del alma. No ignoraba a los dioses pero a ellos les importaba su propio placer; eran indiferentes a los acontecimientos humanos e insensibles a nuestras plegarias.
Algo así como un deísmo, de arraigo en el siglo XVIII. Cuestionaba la resurrección por ser incompatible con la teoría de los átomos y por la prueba irrefutable de la disolución nauseabunda de la carne después de la muerte. Creía que le alma era mortal, consistentemente con su composición atómica.
Las personas, ante la inexistencia de la superstición y el castigo, quedaban liberadas para la búsqueda del placer moderado sin cometer excesos.
Epicuro consideraba que la felicidad es el fin último de la vida. La describió como ausencia del dolor. No se sabe si conoció el pensamiento de Buda pero es improbable. Se oponía a los placeres inmoderados y debíamos hallarnos libres de sufrimientos y de turbación del alma. La virtud más importante es la prudencia. Permite el discernimiento de placeres que permitan acercase a una vida feliz.
EL CRISTIANISMO
El advenimiento del cristianismo modificó sustancialmente el pensamiento y la ética pagana que hasta entonces regía en el imperio. En 325 D.C. el emperador Constantino convocó al primer Concilio de Nicea que proclamó la consustancialidad de Cristo con Dios Padre. Dio paso para que el cristianismo se constituyera en la religión oficial del imperio. Las creencias y la ética cristiana avanzaron velozmente en Occidente. Europa, antes pagana, fue cristiana. El universo fue creado por Dios, nacemos en pecado y somos pecadores, la representación distintiva es Cristo hijo de Dios agonizando en la cruz, existe la resurrección de la carne, la inmortalidad del alma, la Divina Providencia, el cielo, el infierno y la vida eterna como salvación de fe que trasciende la muerte física, el Día del Juicio Final y la transustanciación con la Divinidad a través de la comunión con el pan y con el vino.
El avance del cristianismo en los siglos siguientes fue evolucionando hacia una clara tarea: el paganismo, el atomismo y el epicureísmo debían desaparecer pues constituían una amenaza para el cristianismo y para la verdad. Lo que los paganos habían hecho con los primitivos cristianos les sería devuelto por su incorregible herejía. Si bien en el paganismo hubo violencia, el dolor nunca fue entendido como camino de salvación. Muchos cristianos creen en la autoflagelación para redimir sus pecados. Los seres humanos nacen pecadores, herederos del pecado original de Adán y Eva. Sólo a través del sufrimiento se consigue una angosta ruta de salvación para recuperar en la vida eterna la felicidad que Adán y Eva perdieron.
Fueron floreciendo conventos y monasterios dedicados a Dios en una vida austera, ascética, de oración, de sacrificio y laceración corporal, imitando el sacrificio de Cristo en la cruz. La búsqueda del placer era filosóficamente indefendible.
Demócrito y Epicuro fueron enterrados por más de un milenio mientras a escondidas de los valores cristianos la curia y la burocracia eclesiástica vivían en un mundo de ostentación, privilegios, hipocresía, intrigas, conspiraciones, vicio y favores sexuales. Así, a fines de la Edad Media, se llega al oportuno descubrimiento del ex-Secretario Apostólico del depuesto Juan XXIII, el desocupado florentino Poggio Bracciolini en un lejano convento benedictino germánico.
NO ES FACIL
“De rerum natura” no es fácil de leer. Tiene una particular sintaxis en 7.400 versos hexámetros, la forma poética latina preferente que también usaron Virgilio y Ovidio, en línea con los poemas del griego Homero.
Es de una intensa y seductora belleza y contenido filosófico sobre la religión, el placer, la muerte, el mundo físico, la evolución de las sociedades humanas, los peligros y la alegría del sexo y la naturaleza de las enfermedades. No presentaba dificultades para avezados latinistas como Poggio y los humanistas.
Lo que quizá Poggio no percibió es que estaba difundiendo una temática que, bajo las circunstancias que se vivían, amenazaba el pensamiento cristiano para el que el poema resultaba increíble e impío. El texto se veía como una invocación al ateísmo aunque Lucrecio no era ateo. Como buen epicúreo, pensaba que los dioses estaban muy ocupados para atender las banalidades de las acciones humanas.
Los versos de “De rerum natura” expresan que todo está hecho de partículas elementales, invisibles, eternas, infinitas pero limitadas en forma y tamaño, que se mueven en el infinito vacío. El universo no tiene creador y todo resulta de cambios que son fuente del libre albedrío. La naturaleza experimenta incesantemente, el universo no fue creado para la especie humana que no es única, las sociedades se desarrollan a través de la lucha por la supervivencia, el alma muere con el cuerpo, no hay nada después de la muerte que no tiene significado especial, las religiones son engaños y supersticiones, la meta más alta del ser humano es la búsqueda del placer y la reducción del dolor y el mayor obstáculo del placer es el engaño.
La inalcanzabilidad del deseo y el miedo a la muerte son los principales obstáculos para la felicidad pero pueden ser combatidos por el ejercicio de la razón refutando las mentiras de fabuladores y otros fantasiosos mirando con calma la naturaleza de las cosas. Cualquier especulación debe comenzar y terminar comprendiendo que todo lo que hay son átomos y vacío y nada más liberándonos así de ilusiones dañinas. El conocimiento de las cosas tal como son es lo que verdaderamente despierta nuestro asombro para proponernos preguntas que nos conducen a mejores preguntas.
LA RELEVANCIA
En “The Swerve” (El Giro o El Viraje), libro ganador del National Book Award (2011) y del Premio Pulitzer (2012), el estadounidense Stephen Greenblatt destaca la importancia de “De rerum natura”, escrito en el siglo anterior al nacimiento de Cristo, como factor clave en la gestación del pensamiento moderno. El texto de Lucrecio influyó fuertemente en el pensamiento renacentista.
El atomismo y sus consecuencias filosóficas fueron considerados heréticos para el cristianismo. La Inquisición condenó a la hoguera a los disidentes, muchos de ellos partidarios del heliocentrismo copernicano y del atomismo. El napolitano Giordano Bruno, dominico, fue condenado a la hoguera y quemado vivo por su convicción sobre los estudios de Copérnico, sus propias ideas sobre la Divinidad y la teología y por la defensa del atomismo.
Caben pocas dudas que Maquiavelo leyó “De rerum natura”. “El ensayador”, de Galileo Galilei, “Utopía”, del inglés Tomás Moro y los “Ensayos” de Montaigne contienen conceptos compatibles con el atomismo de Demócrito, Epicuro y Lucrecio.
“De rerum natura” debe ser visto y apreciado como un catalizador oportuno, una influencia decisiva para el desarrollo del pensamiento moderno en el momento justo. Su difusión se multiplicó a partir del descubrimiento de la imprenta de tipos móviles del germano Gutenberg.
Todo comenzó por la perseverancia en la búsqueda de manuscritos olvidados por parte de un destacado humanista desocupado, ex-Secretario Apostólico de un Papa depuesto.