Claves de la religión

Sobre la amistad

En Argentina, desde hace unos años, el 20 de julio se celebra el Día del Amigo. La iniciativa nació por inspiración masónica, en nombre de la “fraternidad universal”; por la llegada del hombre a la Luna, en esa fecha de 1969. En realidad, el Día del Amigo debe celebrarse el 2 de enero; en que se conmemora a San Basilio y San Gregorio Nacianceno, que estudiaron juntos en Atenas, y tuvieron una profunda amistad en el Señor.

El actual fenómeno de las redes sociales multiplica los casos de amistades “virtuales”, es decir: no reales, no verdaderas. Los filósofos griegos y romanos comprendieron y explicaron el hecho profundamente humano de la amistad. Aristóteles, en su “Ética a Nicómaco” dedica a la amistad un capítulo, que ha sido fuente de muchos tratados posteriores. Marco Tulio Cicerón escribió un pequeño libro “De amicitia”, en el que expresa que “la amistad verdadera se basa en la virtud, ya que solo los virtuosos pueden amarse desinteresadamente, sin buscar utilidad o placer”.

Esto significa que la amistad se da entre gente buena y buscando el bien del otro. Fuera de eso, no existe amistad verdadera, porque ésta es un amor desinteresado que implica confianza absoluta, lealtad, generosidad, y al menos por algún tiempo, el encuentro personal. Corresponde comparar esta realidad con el desfogue sexual que hoy día se ventila desvergonzadamente.

Cicerón decía, asimismo, que la amistad era también “un acuerdo perfecto en todas las cosas divinas y humanas, con benevolencia y afecto”; se trata de un acuerdo en lo fundamental: cómo vivir bien y cómo morir bien, y todo lo demás se ordena según ese fundamento. Especialmente se muestra la amistad cuando alguno de los amigos atraviesa por una desgracia. Séneca, por su parte, escribió un “De amicitia”.

La definición de Santo Tomás de Aquino es completa y perfectísima. Dice, en latín, que la amistad es “amor mutuae benevolentiae, fundatus in aliqua communicatione”. Se trata, pues, de amor mutuo que quiere el bien, y de un encuentro personal en el que se goza de lo que es común. No es, entonces, algo “virtual”, sino una realidad virtuosa, plenamente humana, que no se identifica con la mera atracción. El encuentro personal es la clave del ejercicio de la amistad. Esto es lo que falta en las presuntas “amistades virtuales”, que son realidades provisorias, circunstanciales.

La amistad se educa en la familia inculcando primeramente a los hijos el respeto a todos; ellos, también, la aprenden percibiendo el amor que los padres se dispensan entre sí.

AMISTAD CON DIOS

Existe, asimismo, una amistad con Dios; la Iglesia es la comunidad de los amigos de Dios, aunque ellos se encuentren geográficamente separados. Cuando se realiza el encuentro personal, se ejercita la amistad cristiana. La Iglesia debe extenderse aún en muchas naciones donde se halla apenas representada, según el mandato de Jesús a sus Apóstoles: ir por todo el mundo y hacer discípulos en todos los pueblos. Entonces se multiplicará el fenómeno divino–humano de la amistad. En suma: no se trata de “virtual”, sino de virtud. De amor.

* Arzobispo Emérito de La Plata.