Páginas de la historia

Severino Di Giovanni

Ignoramos comenzar esta nota y seguramente seguiremos sin saberlo al terminarla, si esta será la historia de un criminal, o la de un idealista, o solamente una historia de amor.
Porque en julio de 1999 llegaba a la Casa Rosada, una mujer de 86 años llamada Josefa América Scarfó, a la que llamaban Fina. Había logrado, luego de casi 70 años de lucha, que el estado le reintegrase cerca de 100 cartas de amor que su compañero le había enviado.
Claro, ustedes señores hoy se preguntarán ¿por qué se retenían esas cartas? Pues porque su remitente había sido considerado un enemigo público y fusilado a los 29 años.
Y esas cartas formaban parte de un expediente que absurdas normas impedían reintegrar a su destinataria, la Señora Fina. En un allanamiento en su casa, buscando a su compañero, se las habían incautado. ¿Pero quién era ese individuo? Se llamaba Severino Di Giovanni, un anarquista para algunos, un criminal para otros y un idealista para terceros.
Había nacido en Italia en 1901. A los 22 años huyendo de Mussolini llegó a la Argentina. En su destierro se había separado de su mujer, con la que había tenido tres hijos.
Sentía que su forma de luchar contra la injusticia, era la violencia. Pensaba que absolver delincuentes era condenar honestos. Lo diremos en forma de aforismo: “Sentía que las leyes condenan a quien roba un pan y absuelven a quien roba una ilusión”. Y agregaba que los agresores nunca perdonan la reacción de los agredidos.
 

ATENTADOS
Cometió varios atentados en Buenos Aires. Bombas en el consulado de Italia, en la estación Once del Subte, en vagones del viejo Ferrocarril Sur (hoy Roca). Un 29 de enero de 1930, un informante avisa a la policía que Di Giovanni está en una imprenta en Callao y Sarmiento, aquí en Buenos Aires. Son las 19.30; aun hay luz diurna. Él observa que está rodeado por cientos de policías. Con un revólver en cada mano sale a defenderse a tiro limpio, hasta agotar las balas. Entonces lo detienen. Pero como resultas del tiroteo, muere un policía y una niña de 13 años. A la mañana siguiente se realiza un juicio sumarísimo. Dura solo una hora. Se lo condena a muerte. A las 5.30 del día posterior, se ejecuta la sentencia. Un piquete de ocho hombres pone fin a la leyenda. O da comienzo a la misma.
Fina, su compañera, o su amante, o su verdadero amor. ¡que importa la denominación! Siente sus 18 años heridos de muerte. Y no se equivocaba. Porque casi 70 años después logrará -tras décadas de lucha- rescatar las cartas de su amado.
Algunas de estas misivas las transcribe Osvaldo Bayer en un libro sobre Di Giovanni. Un párrafo de una de ellas dice: “A Fina, mi único amor: tu presencia me representa todas las dulzuras. Jamás he sentido –como lo experimento contigo- la posibilidad de beber todos los elixires de la vida”.
Fina era sin duda, una mujer “especial”. A los 86 años se recibió de traductora pública de francés, ya lo era de italiano-.
Ella ocultó su dolor. Pero su dolor no se ocultó y con su persistencia en el amor confirmó que herir puede ser más cruel que matar. Quizá pudo guardar, sus lágrimas. Pero lo que no pudo guardar fue su tristeza.
Omitimos expresar que al día siguiente del fusilamiento de Di Giovanni también ejecutaban en la vieja penitenciaría de la calle Las Heras de Buenos Aires a Paulino Scarfo, el hermano de Fina. Y un aforismo final para esta mujer, que demostró con su ejemplo de vida que “la pasión une. Pero el amor ata”. Y este aforismo final: “Amé con todas mis fuerzas. Y cuando no tuve fuerzas seguí amando con todas mis fuerzas”.