El rincón del historiador

Sesquicentenario del fallecimiento del brigadier José Matías Zapiola

 

Hace un siglo y medio, el miércoles 27 de junio de 1824, falleció en su casa de la calle Piedras 174 el brigadier general José Matías Zapiola a la avanzada edad de 94 años. Si bien lo sobrevivieron Gerónimo Espejo y Eustoquio Frías, éstos eran menores y a quien hoy evocamos en esta formación, fue quien más edad alcanzó de los contemporáneos del general San Martín, que era dos años mayor que él.

Natural de Buenos Aires, vio la luz el 22 de marzo de 1780, hijo del marino de la Real Armada don Manuel Joaquín de Zapiola, un guipuzcoano que había acompañado la expedición de don Pedro Cevallos en 1770 y de la porteña María de la Encarnación de Lezica, de hidalga estirpe y no menores bienes materiales; ese mismo día fue bautizado en la iglesia de la Merced por el arcediano Miguel de Riglos y en el acta se asentaron los nombres de sus abuelos.

Siguiendo la tradición paterna ingresó en 1799 como caballero guardiamarina en la Real Compañía del Ferrol, similar a las de Cádiz y Cartagena. Fue uno de los, que pudo acceder a las filas de Armada española después de probar su nobleza de sangre por las cuatro ramas de la familia; como fue en el caso de Francisco Xavier de Viana, Francisco de Gurruchaga, Benito Lynch y Roo, Matías de Irigoyen, Martín Jacobo Thompson y Cándido de Lasala. Menos éste último -muerto en la Defensa de Buenos Aires en 1807- el resto adhirió a la causa de la revolución de 1810.

En 1805 fue destinado al apostadero de Montevideo, y actuó cuando las invasiones inglesas en distintas misiones; en 1810 se encontraba en Buenos Aires y adhirió al movimiento de Mayo, más al intentar pasar el buque de su mando al bando patriota, fue tomado preso por Romarate, que lo destituyó del mando y envió a España, acusado de conspirador.

Gracias a los buenos oficios de un compañero de armas destinado en Montevideo, sobrino del teniente general de la Armada don Juan María de Villavicencio, no fue preso ni tampoco vigilado al llegar a Cádiz. Pasado poco tiempo se le dio el mando de una cañonera para combatir contra los franceses durante el asedio de Cádiz.

En 1811, solicitó volver a América al mando del correo Santa Casilda, lo que le fue negado se le destinó para instruir en tierra batallones de Marina, conocimiento que habría de serle muy útil en el futuro.

En contacto con otros revolucionarios bregó por estas ideas desde su puesto de secretario de la logia Lautaro de Cádiz; de donde partió a Londres subrepticiamente con un pasaporte británico. Junto con Alvear, San Martín, Chilavert y Holmberg, entre otros embarcó en la fragata George Canning, que arribó a Buenos Aires en marzo de 1812.

CON LOS GRANADEROS

Al formarse el Regimiento de Granaderos a Caballo, fue dado de alta como capitán de la primera compañía; como sargento mayor en diciembre de 1812 y como teniente coronel en junio de 1813. Estuvo al frente de los dos escuadrones que en 1814 desembarcaron en la Colonia del Sacramento para reforzar el ejército sitiador al mando de Alvear e intervino en las luchas contra Artigas. Fue destinado al Ejército de los Andes como coronel graduado, reemplazando a San Martín al frente de sus Granaderos interinamente. En Chacabuco, contribuyó eficazmente con su carga contribuyendo en gran medida al triunfo de las armas patriotas, maniobra que Vicuña Mackenna calificó de “tan feliz como atrevida”. Maipo lo encontró cargando sable en mano, como si fuera un joven granadero y así se ganó el respeto y la admiración, aquel marino que ya era un oficial destacado de la caballería, que le merecieron el grado de coronel mayor, que le otorgó el director Pueyrredon el 13 de mayo de 1818.

Vicente Fidel López, que conoció por boca de su padre y después por contacto personal a muchos hombres de estos tiempos, afirmó que Zapiola resultó ser “la llave maestra de la fuerza puesta bajo sus órdenes, y hombre de entera confianza del general San Martín”. Participó de la campaña al sur de Chile con el general Antonio González Balcarce, y por su conocimiento de la marina estuvo como comandante general de Valparaíso y se le encomendó prevenir cualquier intento de invasión por el Pacífico.

Pueyrredon necesitó sus servicios y regresó a Buenos Aires, destinándolo el 19 de junio de 1819 a la Comandancia General de la Marina, donde permaneció por una década, tocándole intervenir eficazmente durante la guerra con el Brasil. Cuando el almirante Brown fue nombrado al frente de la escuadra, con dignidad pidió su retiro, el que no le fue concedido por el conocimiento que tenía de la logística y a él se debe buena parte del armado de esa flota.

Promediaba Zapiola el medio siglo de vida. Cuando se suprimió la comandancia se dedicó a las tareas rurales en su campo Arroyo de Luna en Arrecifes; como Cincinato trocó la espada por el arado. Volvió después de Caseros a ocupar su último empleo, presidente del Tribunal Militar, ministro de Guerra y Marina de Valentín Alsina, con antigüedad al 15 de abril de 1818 fue ascendido a brigadier general. Ya retirado del servicio el 24 de setiembre de 1868 pasó a revistar en la lista de los Guerreros de la Independencia.

Se había casado en 1815 con María Belén Álvarez Baragaña, cuyo padre don Diego había muerto en la primera invasión inglesa; hogar que fue bendecido con nueve hijos, una numerosa y en algunos casos destacada descendencia en distintas actividades del país.

El general Mitre lo había consultado cuando reunía elementos para escribir la Historia del General San Martín, Zapiola respondió generosamente casi todas sus preguntas e incluso algunas que tenían que ver con la Logia Lautaro. El cuestionario tocaba doce puntos, de los que sólo respondió solo diez. Será la frágil memoria de una persona de tanta edad, o prefirió guardar silencio ante los interrogantes de: “¿Por qué se dividió la logia en 1813?" y "¿Por qué se pelearon Alvear y San Martín?".

El sepelio de sus restos dio motivo a una gran manifestación de pesar, encabezada por la presencia y la palabra del general Mitre. Ángel J. Carranza destacado historiador de las campañas navales dijo: “Ostentaba varias cicatrices y condecoraciones honrosas adquiridas en el campo donde crecen los laureles de la gloria”. A su vez el joven Dardo Rocha afirmó: “Una sombra no ha oscurecido su reputación y no hay un solo día en su larga y laboriosa existencia que su futuro biógrafo tenga que pasar en silencio para excusar una falta”.

Sus restos descansan detrás del camarín de la Virgen del Rosario en el convento de Santo Domingo, donde también están los de su abuelo materno don Juan José de Lezica y Torrezuri. En ese templo fray Modesto Becco, hizo su elogio en el vigésimo aniversario de su muerte.

Una de las fotos que de él se conservan lo presenta en los años finales de su vida, seguramente debido a la insistencia familiar que venció su innata modestia, el uniforme parece ajustarle un poco, luce en su pecho medallas de Chacabuco y Maipú, su apostura ni su rostro denotan los largos años de vida, y debajo del espeso bigote se adivina una sonrisa complaciente, nacida esta seguramente por la satisfacción del deber cumplido.