Buena Data en La Prensa

¿Se puede educar sin Dios?

Hace algunos días, en el Instituto de Formación Docente en el que doy clases, conversamos sobre si es necesario creer en Dios para poder educar. Al respecto, surgió una reflexión que quiero compartir. Pero antes, permítaseme una aclaración. No pregunto si la escuela debería dedicar un espacio al estudio de la religión o si educar implica considerar la espiritualidad. El tema es más fundamental. Para responder, no quiero entrar en definiciones complejas, sino apelar a la compresión mayoritaria. Por “Dios” me refiero simplemente a un Ser Supremo creador de todo lo existente. Por “educación”, al desarrollo intencionado de ciertas capacidades de la persona. Ahora bien, ¿es posible que haya educación en una cosmovisión en la que este Ser no existe?

LA FINALIDAD

Nuestra experiencia más básica nos dice que los seres son limitados en el tiempo. Sabemos que en un momento las cosas comienzan y que, en otro, terminan. Todo ser que comienza a existir surge de una causa que lo precede en la existencia. Además, sabemos que cuando algo o alguien obra de cierto modo, lo hace con un motivo, sea consciente o no. Así, el que crea algo lo hace con una finalidad, y esa finalidad queda en el interior del objeto creado. Es decir, el mismo acto creador lleva consigo el dar una finalidad propia al nuevo ser. Entonces, la finalidad es intrínseca cuando hay un causante, porque en el crear hay una intencionalidad. Si se elimina la causa, se hace lo mismo con la finalidad.

Supongamos que hubiera un objeto que simplemente aparece, sin una causa. Las preguntas que nos surgen son ¿cómo lo trataré?, ¿qué haré con él?, ¿qué finalidad le daré? Lo más razonable sería indagar acerca de sus características, ahí estará la finalidad. Pero, ¿si no logro captarlas?, ¿y si sólo considero las cualidades que me resultan útiles? Su finalidad se restringiría a mis capacidades o deseos subjetivos. Y si bien alguien podría opinar que la finalidad dada es ineficiente, no podría acusarla de falsa, porque no hay una previamente dada.

A modo de resumen, planteo este razonamiento:

1- Para que haya una finalidad intrínseca, debe existir una causa.

2- Dios es la causa de los seres humanos.

3- No hay Dios.

Conclusión: Los seres humanos no tienen una finalidad intrínseca.

Si Dios no existiera llegaríamos a las siguientes consecuencias.

LA MORAL

Si no hay finalidad, no hay algo hacia lo cual un ser humano deba orientarse. El hombre decide su destino. Si bien es cierto que el hombre, por su libertad, tiene la capacidad de elegir hacia dónde conducir su vida, es muy distinto decir que se da autónomamente un fin propio.

Si no hay una finalidad dada, tampoco hay proyectos de vida mejores que otros. No hay caminos buenos o malos, cualquiera por el cual se ande será válido, porque todos conducen al fin propuesto: el que cada uno decida. Alguien podrá decir que es posible distinguir entre proyectos de vida cuando se verifica si favorecen o dificultan la vida social. Claro, pero sólo presuponiendo que el ser humano tiene por naturaleza el vivir en sociedad.

Las normas morales orientan el deber ser de la existencia humana. Nos dicen lo que es bueno o malo respecto de nuestra finalidad. Pero si esta es una cuestión puramente arbitraria, las normas también lo son. Sin Dios, toda norma moral (individual o cultural) es subjetiva, dependiente de opiniones, intereses, gustos.

Hagamos el desagradable ejercicio de pensar en el peor crimen que se nos ocurra. Seguramente lo consideremos moralmente reprobable. Pero ¿es malo simplemente porque no nos gusta? ¿o lo sería más allá de la opinión? Si la primera pregunta fuera afirmativa, ningún crimen sería propiamente malo; para la segunda necesitaríamos de un Dios que dé normas morales objetivas.

Sábato decía: “Somos libres para elegir, pero no somos libres para hacer bueno lo que elijamos”.

LA EDUCACION

Todos tenemos opiniones normativas (ON), pensamos que hay caminos por los cuales es mejor andar. Pero, sin Dios, toda ON es arbitraria.
Creo que la mayoría de los docentes de hoy podrían coincidir en esto:

1. Un docente no debería imponer sus ON arbitrarias.

2. Un docente debería ayudar al juicio crítico de sus estudiantes.

3. El juicio crítico supone cuestionar ON arbitrarias.

4. No es deseable someterse a ON arbitrarias.

5. Es deseable, si se lo considera, rebelarse ante ON arbitrarias.

Si se decide afirmar las ideas recién mencionadas, y a la vez que toda ON es arbitraria, deberíamos concluir que educar implica, por ejemplo, enseñar que cualquier violación a la dignidad humana (que sería simplemente una ON arbitraria socialmente aceptada) es una opción válida y, más aún, un acto deseable. El sentido común nos dice que eso está mal, y no queremos que la práctica docente deba llevar a eso.

Vemos que, para pensar que la educación está relacionada al desarrollo de la persona (en lo que la mayoría estaría de acuerdo), debería existir Dios. Sino, es el docente (o la sociedad en la que vive) el que elige de forma arbitraria e impositiva el sentido del desarrollo de su estudiante. Es él el que toma a la persona y dice “debes ser esto, porque yo así lo elegí”. Es el soberano.

Sólo se puede pensar en la educación —como la queremos pensar—, presuponiendo a Dios, cuya existencia permite concebir la idea de plenificación.

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