El rincón del historiador

San Martín en Buenos Aires (1824)

En una nota anterior nos referimos al Libertador en Buenos Aires, desde su llegada a comienzos de diciembre de 1823 hasta el final de ese año. Vaya ahora un comentario sobre lo sucedido en el año siguiente, hace exactamente dos siglos.

El 3 de enero, John Murray Forbes, secretario de la misión americana en Buenos Aires le escribió al secretario de Estado, John Quincy Adams. En el informe le expresaba que lo hacía él porque el ministro Rodney estaba tan debilitado que los médicos le habían prohibido tomar la pluma. A continuación dedicaba varios párrafos a San Martín, que interesan por ser la visión de un extranjero que observaba a la distancia y desde su visión, y residía en Buenos Aires hacia más de tres años: “Algunas personas creían que el general San Martín era hostil a la presente administración y los opositores constantemente insinuaban que su visita a la ciudad iniciaría un cambio radical de hombres y de política. Por fin, el 4 de diciembre por la tarde llegó él a la ciudad, dirigiéndose inmediatamente a la residencia de su suegro, señor Escalada, pero encontrando que la familia se había ido a vivir a una quinta, fuera de la ciudad, se dirigió allí, donde está desde hace varios días”.

En realidad, Escalada, había fallecido. Visitó a Forbes, a poco de llegar a Buenos el 28 de octubre de 1820, y apuntó sobre don Antonio José “suegro del renombrado general San Martín, a quien se considera como el hombre más rico de la ciudad”.

VISITA AMISTOSA

Prosigue Forbes: “Al día siguiente de su llegada los opositores se mostraron especialmente activos y circularon versiones de un cambio inmediato, pero ese día San Martín hizo una amistosa visita al gobernador y a sus ministros.”

Por esos días, la ley reglamentaba la elección de un nuevo gobernador y al respeto opinó el diplomático: que la legislación eliminaba una posible competencia del Libertador “ya que son sólo elegibles los nativos de esta Provincia, San Martín y Alvear, otra figura dirigente del partido, proceden del territorio de Misiones”.

Del mismo modo ya era vox populi que se iba a embarcar “para Inglaterra llevando a su hijita”.

El primer día de enero desde Lima el general Guido le escribió a San Martín con esa espontaneidad tan propia de la amistad, dándole noticias sobre el estado de la guerra y del Perú, y agregaba: “No deje Ud. de comunicarme la verdadera situación en Buenos Aires, deseo visitar mi patria pero llevando el consuelo de que su orden y sosiego interior no esté en peligro de interrumpirse”. Por los diarios porteños se enteró de los comentarios sobre la presencia de San Martín y conocedor del ambiente social le escribió: “por los últimos periódicos he sabido con sumo placer el feliz arribo de Ud. a esa capital; presumo que en ese semillero de finas intrigas podrá Ud. sentir algunos malos ratos, pero, por otra parte, la inmediación de Ud. contribuirá a disipar errores sobre los acontecimientos de más trascendencia al interés de esta parte de la América”.

De la correspondencia que se guarda de esos días en Buenos Aires, no falta la de su amigo del Solar de Santiago de Chile, que acusaba recibo de las que San Martín le enviara los últimos días de diciembre: “No sé si decirle -le decía- que siento o celebro su viaje a Europa. Lo siento porque (hablando sin lisonja) la Patria y todos carecemos de un general como Ud.”. Pero a continuación decepcionado por el estado de los gobiernos agregaba: “Y aún lo envidio, porque se separa Ud. de una chingana como es ya la revolución de la América del Sur”.

El 4 de enero llegó a Buenos Aires, como lo comentamos en esta columna la semana anterior, misión pontificia encabezada por monseñor Juan Muzi, a la que el general San Martín expresó sus respetos. Uno de los miembros de la misión el canónigo Juan María Mastai Ferreti, habría de recordar ocupando la cátedra de San Pedro con el nombre de Pio IX a nuestro general, en oportunidad de una visita a Roma que hizo Mercedes San Martín con su esposo Mariano Balcarce, lo que fue evocado hace poco por el Dr. Jorge Olarte en la Academia Sanmartiniana.

El Deán Funes le escribió a Joaquín Mosquera, agradeciéndole haber sido nombrado representante de Colombia por esos días: “El general San Martín se halla aquí; es muy menguada la acogida que se le ha hecho. Parece que el 15 de este se embarca para Londres, llevando consigo a su hija. Hablando confidencialmente con un amigo le confesó que era suyo aquel convenio que propuso a La Sarna, y aún añadió que lo iba a hacer imprimir en Londres”.

DON HOSPITALARIO

En esos días San Martín tuvo trato con mucha gente, entre ellos Miguel José Sabelio de Riglos, de 34 años, casado con María de los Dolores Villanueva y López Camelo. En aquella sociedad en la que todos estaban emparentados, la suegra de San Martín doña Tomasa de la Quintana de Escalada era prima segunda de Miguel José de Riglos, ya que ella descendía de la hija del primer matrimonio del fundador de la familia. En síntesis tenían un bisabuelo en común. Así describe Pastor Obligado a don Miguel de Riglos: “Decíase que su cortesía era tal, que agobiados por su exceso llegaron a ser alguna vez los convidados víctimas de su obsequiosidad. No había forma de evitarse los veinte platos de su opípara mesa, y más larga sobremesa de mantel largo, no solo los jueves, sino en las frecuentes fiestas de tabla, por las que el servicio doméstico solía protestar en semanas de puros jueves... En tiempos que recibir a un extranjero era pecado, fue su casa una de las pocas que hospedaban permanentemente a todos los representantes diplomáticos y consulares, como a cuanto viajero de distinción llego al país…Tenía un corazón bien puesto, y un espíritu tan gallardo como su figura”.

Agrega que era filántropo de vocación y, aunque nunca solicitó empleo alguno, supo encontrar la forma de proteger al pobre y huérfano. Hombre correcto, observó además el escrupuloso manejo de los dineros públicos que le fueron confiados.

A esta descripción agregamos la de Lucio V. Mansilla en sus Memorias, que lo consideraba “el hombre más cumplido de ambas riberas del Plata, alto, rubio, elegante, solía vestir frac azul con botones de metal amarillo, relacionado con todo el mundo, estimado por todo el mundo, y teniéndoselas que haber con todo el mundo, como que era defensor de pobres y menores; hombre, en fin, cuyo único defecto era la excesiva cortesía”.

También Santiago Calzadilla escribió que era “nuestro lord inglés” don Miguel de Riglos, que tenía “de propio, y no sobrepuesto. Habitaba en su casa propia en la plaza de la Victoria, donde se ve esa gran balconada al lado de lo que fue, hasta hace poco, la policía, que estaba arreglada con un lujo y un confortable deslumbradores: sedas, tisús, muebles dorados, y todo. ¿Y el comedor? (que es lo positivo) ¡en donde se daban los más suntuosos banquetes! La vajilla los cuchillos de los postres, eran de oro y de plata. Ninguno sabía mejor que el señor Riglos hacer los honores de semejantes fiestas”.

Seguro algunas veces fue el Libertador invitado a esa casa como lo veremos en una próxima nota.