Rusia defiende con estridencias sus cuantiosas inversiones en Venezuela

Con motivo de la reciente –aunque no inesperada- crisis venezolana, la Federación Rusa hizo oír reiteradamente, con alguna estridencia, su voz y su opinión al respecto. Por cierto claramente contraria a la de los Estados Unidos y a la de la Argentina y Brasil también.
 
El propio presidente ruso, Vladimir Putin, salió de inmediato a prodigarse públicamente en defensa del cuestionado autoritario ex colectivero venezolano, Nicolás Maduro. A capa y espada, por lo demás. Como si se tratara de tropa propia. Y puede que efectivamente así sea.
 
Lo acompañó, haciéndose también el indignado contra los Estados Unidos, el ahora primer ministro ruso, Dimitri Medvedev, el sumiso y eficiente ladero del presidente. Así como el eterno Canciller ruso, el hábil Sergei Lavrov, quien -me consta, por haber compartido con él dos años en el Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas- sabe realmente muy poco sobre lo que sucede en nuestra región. Pero habla con sagacidad, inteligencia y suficiencia, como si efectivamente supiera. Bastante hábil para jugar al fútbol, Sergei Lavrov, es en realidad muy poco más que un neófito en materia de política exterior, cuando se trata de América Latina. Pero lo esconde bastante bien. Y cuenta con personal perteneciente a un servicio exterior realmente dedicado y de buena calidad.

CASI GOLPE

Para Rusia, lo que acaba de suceder en Venezuela constituye un “casi golpe de estado”. Con la oposición venezolana actuando, según sostiene a viva voz su servicio exterior, simplemente “al servicio de los intereses norteamericanos”. Como si los venezolanos no tuvieran motivos propios valederos para procurar desbancar a un tirano que se ha encaramado en lo más alto del poder y coartado profundamente sus libertades individuales.
 
¿Por qué, de pronto, tanto interés ruso en lo que sucede en nuestra región? ¿Sólo para deteriorar la imagen norteamericana? ¿O para mostrar una activa presencia internacional? Después de todo, Rusia, como Venezuela, es un gran exportador de hidrocarburos. Un socio, entonces, en el seno de la OPEP, más que un cliente o un competidor. Y los remezones venezolanos hoy no deberían afectar sustancialmente al precio internacional del petróleo crudo. La oferta excede claramente a la demanda.
 
Pero ocurre que pocos recuerdan que Rusia ha invertido ya unos 25 mil millones de dólares en la economía del país caribeño. No es poco. Y que ha vendido a Venezuela realmente una enormidad de modernos pertrechos militares, de todo tipo, incluyendo sofisticados aviones de combate. Las actuales fuerza armadas venezolanas trabajan sustancialmente con importantes materiales y equipos militares rusos, de última generación. En las tres fuerzas, por igual. Conforman, por ello, un peligro regional al que cabe tener por real.
 
Como consecuencia (o contrapartida) de ello, la Federación Rusa explota hoy al menos cinco enormes y ricos yacimientos de hidrocarburos. Todos ellos emplazados en el territorio venezolano y, por ello, sometidos a su jurisdicción. Cual potencia colonial, es evidente.
A lo que se suma la producción de dos gigantescos yacimientos de gas ubicados en el mar Caribe, de la que también Rusia es titular, por un plazo de treinta años. No es poco. 
 
Hablamos –en líneas generales- de unos 17 mil millones de dólares provistos por los rusos, que se habrían invertido en Venezuela desde el año 2006. Lo que es, obviamente, mucho más que una suerte de “símbolo indirecto” de apoyo político. Es un inmenso y codiciado negocio, que aparentemente Rusia ha decidido cuidar.
 
Si de pronto Juan Guaidó venciera en la actual desigual pulseada por el poder en Venezuela, todo ello quedaría inmediatamente en la inestabilidad y sujeto a un gran riesgo. De allí los continuos comentarios rusos, favorables al dictador Nicolás Maduro, a quien Rusia endosa más allá de toda duda, en busca de diluir la fragilidad que se ha apoderado del escenario caribeño. 
 
El activo político opositor ruso Alexei Navalny, nada lento, ante lo sucedido salió presuroso a sostener que esa fuerte inversión rusa está ahora en riesgo, de lo que culpó a la diplomacia rusa y a su presuntamente peligroso accionar, animándose a predecir, de paso, la inminente caída de Maduro, al que describió como un candidato firme a vivir el resto de sus días confortablemente en alguno de los barrios cerrados de la zona de Rublyovka, que –en las inmediaciones de Moscú- son los que están habitados en la actualidad por la privilegiada y reducida, pero poderosa, elite política y comercial rusa. 
 
Por todo esto, la voz de Rusia se oye con reiteración en torno a la crisis venezolana. Siempre en defensa activa de Nicolás Maduro, a quien, por buenas razones, los rusos consideran –como hemos puntualizado- como un socio y como una relativamente confiable garantía de estabilidad y seguridad para sus fuertes inversiones.

PESADILLA

Está claro, entonces, que la sugerencia indirecta del presidente norteamericano, Donald Trump, en el sentido de que, de pronto, su país podría hasta ocupar militarmente a Venezuela, forzando así un “cambio de régimen” es, para los rusos, una auténtica, riesgosa  e inquietante pesadilla, por las razones económicas y políticas antes explicitadas. Y, además, porque no es ciertamente imposible que, en torno a las inversiones rusas en Venezuela y a su asistencia económica y financiera al régimen dictatorial de Nicolás Maduro, hayan ocurrido algunos de los clásicos episodios de corrupción, poco transparentes, que nadie cerca de Nicolás Maduro quiere remover, al menos en esta compleja instancia geopolítica en particular.
 
Mientras tanto, gracias al azote del fracasado modelo socialista, los venezolanos han visto caer su ingreso per cápita anual a menos de 10.000 dólares y viven sumergidos en una suerte de inevitable paranoia, la derivada de tener que convivir con una inflación diaria del 3%, que además se está acelerando alocadamente.