LA MIRADA GLOBAL

Rusia considera a Ucrania como parte de su propiedad

Ucrania es un estado ciertamente independiente y soberano, emplazado en Europa del Este. Tiene su propio idioma y una población de raigambre eslava de unos 42 millones de habitantes que profesan mayoritariamente el cristianismo ortodoxo. Durante el régimen soviético, esa nación fue objeto de varios intentos, fallidos, de limpieza étnica. Es formalmente independiente desde el año 1991, cuando la repentina disolución de la Unión Soviética.

    La tensión en Ucrania se remonta al año 2013, cuando el entonces presidente de Ucrania, Viktor Yanukóvich, rechazó entonces la posibilidad de integrarse, paso a paso, con la Unión Europea y, en cambio, decidió acercarse sustancialmente a la Federación Rusa y pertenecer a su órbita. 

Esa trascendente decisión sumió a Ucrania en un conflicto que aún no se ha resuelto del todo y que mantiene al país en la delicada lista de problemas que configuran la agenda de paz y seguridad del mundo.

    La Federación Rusa –recordemos- ocupó militarmente y anexó a Crimea, realidad que, desde entonces, continúa hasta hoy como cuestión abierta de soberanía. Ella provocó, en el año 2014, una guerra abierta en la región de Donbás, donde los separatistas ucranianos (pro-rusos) se declararon independientes. 

Este conflicto, que lleva ya siete años de duración, ha generado unas 14.000 muertes, no se ha resuelto aún y parece estar, más bien, “congelado”, en lo que ciertamente configura un muy peligroso e inestable “status quo” al que, por sus posibles repercusiones, los países de Occidente no pierden de vista.    

    En el año 2016, Ucrania finalmente suscribió un ambicioso acuerdo de libre comercio con la Unión Europea. Tiene, no obstante, una pobreza muy extendida y padece de una infección ostensible de corrupción, pese a ser, efectivamente, uno de los exportadores de cereales más importantes del mundo. Pero, en gran medida, Ucrania depende estratégicamente de Rusia, país del que recibe abundante gas natural que utiliza para su generación eléctrica.

    En los últimos meses, la Federación Rusa ha movido hacia las inmediaciones de Ucrania fuerzas militares que, por su enorme envergadura, preocupan visiblemente a Occidente y, muy en particular, a los países que conforman la Unión Europea. 

Además, La Federación Rusa ha advertido -reiteradamente y con meridiana claridad- a Occidente que el conflicto abierto en Ucrania configura, para ese país, una auténtica “línea roja” en materia de política exterior. Como advertencia, esto no puede, por su enorme gravedad, desconocerse.

    Mientras tanto, el presidente ruso, Vladimir Putin, sostiene -cada vez que puede hacerlo- que el reconocimiento de la soberanía ucraniana es tan sólo posible “en asociación con la Federación Rusa”. 

Putin mantiene, es muy evidente, respecto de esta todavía sumamente compleja cuestión, una suerte de notoria “fijación personal”, que cada vez luce más clara. Y que, naturalmente, aumenta exponencialmente las dificultades y las posibilidades reales de las distintas posibles alternativas de solución.

Para algunos expertos europeos, la Federación Rusa planea atacar a Ucrania a comienzos del año próximo. Ya ha movido hacia la frontera con Ucrania unos 92.000 efectivos militares, con sus correspondientes pertrechos. Lo que sugiere que, por lo menos, podría estar intentando reiterar, intimidatoriamente, sus movimientos castrenses del año 2014.

Las potencias occidentales están, por ello, suministrando activamente armamentos a Ucrania. 

Rusia niega terminantemente tener esas intenciones, como obviamente no podría ser de otra manera. Pero sostiene, en cambio, que está realizando importantes maniobras militares en esa región. Niega, asimismo, que pueda estar detrás de los separatistas ucranianos, que son claramente pro-rusos. Y recuerda que, de alguna manera, ella está “asediada” por las fuerzas de la OTAN, en el Mar Negro, Bielorrusia y hasta en los países bálticos, lo que aumenta la situación de tensión entre ambos bandos, que llega desde Ucrania.

Kiev utiliza ya “drones” militares provistos aparentemente por Turquía. Y los EEUU y Gran Bretaña mantienen tropas en estado de alerta en torno a la región misma del conflicto. 

Ucrania acusa a la Federación Rusa de estar detrás de una preocupante campaña de “desinformación” y manifiesta estar, por su parte, absolutamente dispuesta a resolver los diferendos a través de las vías diplomáticas normales. Pacíficamente, entonces.

Cualquier accidente podría, dada la fuerte tensión existente, tener consecuencias inesperadas, razón por la cual, el estado de alerta de Occidente respecto de Ucrania es constante y, de no haber cambios sustanciales, esa situación difícilmente se modifique en el corto plazo.

En rigor, ésta es la segunda vez en lo que va del año que las fuerzas militares rusas, con armamento pesado, se concentran en la frontera con Ucrania. Lo que aumenta la preocupación en Occidente. Por esto, desde la OTAN se habla de que, si la invasión rusa a Ucrania se concreta, el precio a pagar “sería muy alto”.

Algunas fuentes apuntan a las presiones a un “oligarca” ucraniano, Renat Akhmetov, como el instigador de los sueños de anexión rusos.

En lo que todavía luce como una áspera guerra de acusaciones cruzadas, la Federación Rusa procura minimizar sus movimientos militares en torno a Ucrania señalando que se trata de una respuesta “normal” a las constantes maniobras militares de la OTAN en la región. Parece muy poco creíble. De allí las preocupaciones, que no se diluyen.