GUERRA EN EUROPA: DIA 122
Rusia, complicada en el Báltico por sus ambiciones en el Mar Negro
``Vaya una cosa por la otra... como dijo el cirujano que se equivocó de pierna''. (Viejo chiste inglés de fines del siglo XVIII)
La criminal invasión de las tropas rusas a Ucrania ha producido cambios copernicanos en la situación política, económica y militar de todo el planeta, casi sin excepción.
Han sido tan vertiginosos que casi no nos permiten sostenernos sobre el caballo, a fuerza de tantos corcovos y disparadas hacia distintos rumbos, a veces muy contradictorios y sorprendentes.
Uno de las primeras mutaciones para analizar muy seriamente, es la revolución conservadora experimentada políticamente por la Federación Rusa, cuya ideología marxista-leninista voló por los aires con la implosión de la Unión Soviética, en 1991.
Como dijo Vladimir Vladimirovich Putin allá por los comienzos del Tercer Milenio: ``En Rusia, quien no tiene nostalgia de la U.R.S.S., no tiene corazón; pero quien quiere volver a ese sistema, no tiene cerebro''.
Actualmente, el Partido Comunista Ruso -otrora poderoso, totalitario y fatal- tiene solamente la décima parte de los votos y los escaños en el Parlamento, la famosa Duma, mayoritariamente dominada, en estos momentos, por la Unidad Rusa, de Putin, un partido ultraconservador de aquéllos, una religión de Misa diaria, sin réprobos ni disidentes tolerados, cuya cabeza espiritual es Cirilo I, el Patriarca Cristiano Ortodoxo Ruso, Y cuya cabeza temporal, política, económica y militar es el presidente de la Federación Rusa, en un grado tal, que pasan por su mano todos los hilos del poder.
Así se fue forjando en Rusia la ideología dominante actual, en vastos sectores de la sociedad del país más extenso del mundo, euroasiático. La pérdida de las catorce naciones soviéticas que rodeaban a Rusia fue reemplazada, en el imaginario colectivo, por un pasado imperial digno de los zares.
En una reconstrucción cultural histórica con algunas contradicciones, como la representada por Iósef Stalin, cuyas idas y vueltas en materia religiosa, ideológica, demográfica y militar fueron resumidas, por muchos, en su triunfo sobre Hitler, en la Gran Guerra Patriótica (así llaman los rusos a la Segunda Guerra Mundial) el 9 de mayo de 1945.
Este nacionalismo a ultranza, cuyo modelo es la Rusia Imperial, Cristiana Ortodoxa Rusa y Zarista, es la ideología cultural y política actualmente imperante en Rusia, con el apoyo explícito a Putin, en un porcentaje, hasta ahora, muy alto de la población.
Pueden observarse una mejora económica constante desde 2000 hasta 2014 (fecha de la anexión de Crimea) y otra mucho más limitada a partir de 2015, con motivo de las sanciones impuestas por Occidente en castigo por esa, a todas luces, ilegal invasión y anexión, pero crecimiento al fin, aunque no haya superado el 0,3 % anual. O sea, el 2,4% en ocho años.
El segundo factor fueron las victorias militares de Putin que jalonaron el crecimiento de su imagen dentro la opinión pública rusa hasta alcanzar niveles altísimos.
Lamentablemente, su nacionalismo expansionista chocó frontalmente con el nacionalismo de sus estados vecinos y sembró de temores a todos los países de su entorno. Entre otros motivos porque tomo un cariz etnocéntrico agudo, con características muy particulares. En primer lugar, el capitalismo adoptado por Rusia no fue de libre mercado puro, ni siquiera demasiado aproximado, sino un capitalismo de amigotes, pues los principales ex monopolios del Estado fueron entregados en propiedad a los ex miembros de la KGB de mayor confianza para Putin en materia de administración. El no cree en la libertad de los mercados, sino en la gestión de muy buenos administradores privados, de su confianza. En segundo lugar, y para nada menos importante, la otra base del nacionalismo ruso consiste en su desprecio, rechazo, encono, o como se prefiera llamarlo contra el modelo político seguido por los Estados Unidos y la mayoría de los países llamados occidentales, aunque estrictamente no lo sean, por lo menos geográficamente. Nos referimos al modelo liberal, con la vigencia de tres poderes del Estado en igualdad de jerarquía, la alternancia en el poder mediante elecciones libres y transparentes, y la vigencia de muchos derechos y libertades civiles: de trabajar, de moverse dentro y fuera de las fronteras de un país, de religión, de prensa, de asociación, como mínimo.
En realidad, los únicos países aceptados en Rusia, a pesar de sus ideas políticas (si fueren marxistas, por ejemplo) o religiosas (la teocracia iraní) sería solamente en el caso de que estuvieran en contra de los Estados Unidos de Norteamérica, o de Gran Bretaña, o del resto de los paìses liberales. Un ejemplo: el marxismo leninismo no tiene buena aceptación en la Federación Rusa; es más, si apareciera algún ruso profesando las ideas corrientes de Lenin o, incluso, algunas de las de Stalin, iría inexorablemente preso por varios años, por extremista. Otro sí digo, Putin apoya casi todos los movimientos separatistas del mundo: catalanes, vascos, valones, mapuches, lo que fuere. Pero si alguien quisiera promover un movimiento separatista en Rusia, inmediatamente iría a parar a una prisión de máxima seguridad.
APETENCIAS
Una de las condiciones principales para la expansión del Imperio Ruso fue la política de los zares. Los exitosos acrecentaban el territorio imperial; los mediocres, lo dejaban igual; los fallidos, perdían posesiones. Dos ejemplos muy exitosos: Pedro el Grande venció a los suecos y fundó San Petersburgo en la desembocadura del Río Neva, en el Golfo de Finlandia, lo cual le permitió incorporar el Mar Báltico al Imperio Ruso. Y el segundo ejemplo, su sucesora, Catalina la Grande, que llevó las fronteras rusas hasta el Càucaso e incorporó nada menos que el Mar Negro a sus posesiones, en el siglo XVIII.
Pero, por esas vueltas de la vida y de la geopolítica, producida la implosión de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas el Mar Negro quedó dentro la República soberana de Ucrania, con sus fronteras fijadas por el Memorándum de 1994, firmado por Boris Yeltsin, Bill Clinton, John Major, y los presidentes, en ese momento, de Ucrania y de Kasajistán.
Estos dos últimos países cedieron sus importantes arsenales nucleares a la Federación Rusa, bajo la condición sine qua non del respeto a sus fronteras vigentes en ese momento, con la garantía de los Estados Unidos, el Reino Unido, y la Federación Rusa. Nada que discutir, nada que alegar.
Aparentemente. Porque este ultranacionalismo ruso de nuevo cuño, zarista, y alejado completamente del marxismo-leninismo, alentó otros planes y otras ambiciones, y en 2014, entró con los tanques en Ucrania y ocupó la Península de Crimea y el puerto de Sebastopol. Un despojo liso y llano, en nombre de la memoria histórica rusa y violando todo el orden jurídico internacional, vigente.
Pero vamos a ser claro, esta clara violación de la soberanía nacional ucraniana no fue tomada en consideración para nada por el pueblo ruso. Putin se consagró como un héroe candidato a los altares. Tanto que los altares de la Iglesia Cristiana Ortodoxa Rusa, lo tomaron en cuenta. A las pruebas me remito. En 2020, el presidente de la Federación Rusa inauguró una nueva basílica, con tutti le fiochi, como hubieran dicho los italianos, en homenaje al Ejército Ruso, autor de semejante hazaña depredadora.
En los altares de esta magnífica Basílica, ubicada en un bello parque cercano a Moscú, figuran tres símbolos del nuevo orden conservador de Rusia: Stalin, Putin y la Península de Crimea.
Si querer es poder, ya nadie puede estar seguro de nada, y mucho menos en el orden internacional. Si un miembro, como Rusia, del Consejo de Seguridad, el máximo órgano de control de las Naciones Unidas, puede mandar sus tanques para anexionar todos los territorios que desea, aviados estamos, sálvese quien pueda.
Hoy es Ucrania, mañana se le quita la independencia a Estonia, Latvia y Lituania. Más pasado, se somete a Moldavia, incluida la Transnistria, claro está. Y después a Finlandia, porque comparte 1.300 kilómetros con Rusia y señorea sobre la desembocadura del Río Neva en el Báltico, donde Pedro el Grande levantó San Petersburgo, nada menos.
EL ENVION
El miedo al ultranacionalismo ruso atizó en Europa todos los nacionalismos, de allí el envión tomado por los ingresos a la Unión Europea primero, y a la OTAN después. Entre los primeros tenemos el ingreso inmediato en lista de espera de Ucrania y Moldavia. Entre los segundos, el ingreso inmediato en lista de espera de Suecia y Finlandia.
La alegría de las actuales autoridades nacionales de Moldavia y Ucrania es fácilmente imaginable. No le tienen desconfianza, temor y rechazo a los Estados Unidos ni al resto de los países liberales, precisamente, sino a la Federación Rusa, sus tanques, sus fuerzas armadas y sus ojivas nucleares.
Pero mucho más contentos aún están los candidatos a la OTAN, cuyos procesos sociales y culturales de este 2022, otra que la Pandemia, a no embromar vamos. El caso de Suecia es impresionante. Cortó doscientos años de neutralidad, pues no estaba dispuesta a combatir desde aproximadamente 1815, después de las guerras napoleónicas donde perdió casi la tercera parte de su territorio. Mantuvo su neutralidad en las dos Guerras Mundiales del siglo XX, a trancas y barrancas, con mil dificultades, pero la mantuvo. Y ahora, chau pinela, pa' los pavos, dijeron los suecos y mediante una dirigencia política eficiente, ya están en lista de espera para entrar en la OTAN. Junto con Dinamarca, controla eficazmente el estrecho paso del Mar Báltico al Océano Atlántico.
El caso de Finlandia también es sintomático porque, además, de los 1.300 kilómetros de frontera en común con Rusia, junto con Estonia, que ya es miembro pleno de la OTAN, controlan el Golfo de Finlandia, paso obligado de los buques que toman puerto en San Petersburgo, o largan amarras desde esta ciudad.
A partir del ingreso de Suecia y Finlandia en la OTAN, los países de esta asociación atlántica de defensa mutua controlarán el 90 por ciento de los 8.000 kilómetros de costa del Mar Báltico. El único puerto ruso libre de hielos es Kaliningrado, pero esa gigantesca base militar con componentes de las tres fuerzas no tiene comunicación directa con Rusia y los trenes y carreteras que la unen con tierra firme tienen que pasar por Polonia o Lituania, países también miembros de la OTAN.
Su apetencia por el Mar Negro ha colocado a Rusia en una situación militar más que comprometida en el Mar Báltico. Vaya lo uno por lo otro, como dijo el cirujano del cuento.