Páginas de la historia

Rudolf Nureyev

“No existe palacio tan protegido donde no pueda entrar el dolor”. Y este aforismo tiene relación con la vida de Rudolf Nureyev, un famoso bailarín ruso.
Siendo rico, famoso, con un talento especial para la danza, una sola enfermedad -HIV- ratificó una vez más la fragilidad intrínseca de todo ser humano pobre o rico, famoso o desconocido.
Este bailarín nació en 1938 y falleció tiendo solo 54 años. Todo en la vida de Nureyev fue original, diferente. Hasta su nacimiento, ocurrido en un tren, en el trayecto por la Siberia rusa.
Tenía sólo 6 años cuando el futuro bailarín presenció una representación teatral del ballet “El Lago de los Cisnes” de Tchaicovsky. Al día siguiente asombró a sus familiares bailándolo completo. Su destino estaba trazado. A los siete años debutó como bailarín.
Ya en la escuela primaria bailaba en los recreos; regresaba a su casa bailando. No sentía otra necesidad que la de bailar. A los 17 años entró en el teatro Kirov de Leningrado, uno de los más importantes de Rusia. A los 20 años ya era solista y primer bailarín. Entonces comenzaron las giras, los halagos.
Y hay un episodio que define la condición humana de Nureyev y sobre todo su valor ciudadano. Siendo una estrella indiscutible del ballet en el mundo y obviamente en su país y con sólo 23 años, estando ya en un aeropuerto de París pronto para regresar a Moscú, decidió pedir asilo político en Francia y no regresar a Rusia. Se lo otorgaron. Ese mismo año -1961- actuando en Dinamarca conoció a Margot Fonteyn, con la que formó una compañía de ballet que actuó durante más de 15 años.
Los éxitos se sucedían. Hizo inclusive cine en EE.UU. y protagonizó la película “Valentino” que dirigió el famoso realizador Ken Russell. Un hecho curioso: En esa misma película bailó un tango.
A los 45 años lo contrataron como director del ballet de la Opera de París. Tenía casi 50 años cuando regresó a Rusia para visitar a su madre que agonizaba.
Dos años después volvió nuevamente a su país. El tiempo que es un gran médico y también un buen juez ya había hecho olvidar el aspecto político y en su país lo aplaudieron hasta el delirio.
Ya muy enfermo, siguió bailando hasta los límites de su decadencia física. Él sabía de su mal y… “así como la muerte es cruel cuando no avisa, también es cruel cuando avisa…”
Realizó también diversas actuaciones en Buenos Aires. Tenía 29 años cuando nos visitó la primera vez y 45 años en su última visita. En todas dejó la impronta de su talento, de su personalidad.
Este destacado bailarín quedará sin duda en la historia del ballet universal. Fue un elegido que sobrepasó su propia sombra. Por eso olvidemos sus últimas fotos. Ignoremos a ese ser humano débil, pálido, ojeroso de 45 Kg. de peso. Recordemos en cambio a este grande de la danza, que conmovió a millones de seres en todos los rincones del planeta.
Su muerte, su prestigio y su fortuna que incluía hasta una isla propia en el Caribe nos hace pensar que “lo que sobra, no reemplaza lo que falta”.
Y finalizo con un aforismo: “Al telón de la vida no pueden levantarlo los aplausos”.