El republicano propone fortalecer al sector privado para superar las secuelas de la crisis

Romney juega la carta de la economía

El candidato opositor tiene 65 años y es mormón. Llegó tarde a la política después de una carrera exitosa como inversionista y consultor de empresas. Esta es la segunda vez que aspira a la Casa Blanca.

Si el republicano Mitt Romney derrota hoy a Barack Obama, podrá decir con orgullo que él mismo fue el arquitecto de su triunfo. Podrá recordar que la historia de esa victoria empezó a escribirse la noche del 3 de octubre, cuando en el primer debate televisivo de la campaña sorprendió a los estadounidenses con una actuación enérgica y decidida, que contrastó con la pasividad de un presidente que no parecía convencido de merecer la reelección. Si Romney gana, será por la imagen que dejó en esos 90 minutos ante las cámaras.

Willard Mitt Romney va por su segundo intento presidencial (en el anterior, en 2008, no superó la interna de su partido). Tiene 65 años y cinco hijos varones con Ann Davies, con quien está casado desde 1969. Pertenece a la Iglesia de Jesucristo de los Santos de los Ultimos Días, a cuyos integrantes se conoce como "mormones". Es una persona devota de su credo y siempre ha cumplido con las obligaciones que le impone, desde la abstinencia de alcohol, te y café, pasando por el trabajo misionero que desarrolló en Francia a fines de la década de 1960, hasta las funciones de pastor y obispo en su país.

COMIENZO TARDIO
Puede decirse que, si bien es hijo de un gobernador y de una candidata a senadora, Romney entró tarde en la política activa: fue en 1994, en una fallida postulación al senado por Massachusetts contra el imbatible Ted Kennedy. Hasta entonces su vocación se había concentrado en los negocios y se consideraba políticamente independiente. Tras estudiar derecho y administración de empresas en la Universidad de Harvard, Romney integró o fundó consultoras (Bain Capital es la más famosa) especializadas en inversiones, ingeniería contable y reconversión de empresas en dificultades. Ese trabajo, encarado en una época en que la industria estadounidense entraba en decadencia frente a competidores externos y en medio del auge de los servicios financieros, le permitió ganar una fortuna -hoy calculada entre 190 y 250 millones de dólares- con la que más tarde se lanzaría al ruedo político.
También le dejó un método de exposición analítica, pragmática, que suele ir acompañada de gráficos. Se dice por eso que sería el primer "presidente PowerPoint".
Después de la derrota en 1994, la siguiente aparición pública relevante de Romney fue en 1999, cuando lo convocaron desde Salt Lake City, la ciudad mormona por excelencia, para que rescatara la organización de los Juegos Olímpicos de invierno de 2002. El devoto consultor apeló a la experiencia adquirida en Bain Capital y pudo sanear en tiempo récord las finanzas de un emprendimiento que había sido minado por la desidia y la corrupción.
De ahí, otra vez a la política. En 2002 disputó y ganó la gobernación de Massachusetts haciendo campaña como un republicano moderado en un estado de arraigada tradición demócrata.

CAMINO A WASHINGTON
En 2007, cuando dejó el cargo, ya era una figura política nacional y todo apuntaba hacia la Casa Blanca, el mismo camino que en 1968 había querido transitar su padre, George Romney, ex gobernador y ex empresario como él. Pero ni uno ni otro tuvieron suerte. Romney padre debió retirar su postulación por falta de apoyo de los caciques republicanos; el hijo, en cambio, llegó a competir en las primarias de 2008 pero no le alcanzó para derrotar a John McCain.
"La conquista de lo difícil fortalece a los hombres", solía decir el derrotado George Romney, y esa frase caló hondo en el hijo, que este año repitió el intento y obtuvo la candidatura republicana. Pero no todo iba a ser tan fácil. Entre mayo y septiembre la aceitada maquinaria política de Obama tuvo éxito en dibujar la caricatura de un Romney multimillonario y desalmado, que no comprende los problemas del ciudadano común. La estrategia, ayudada por notorias fallas en la campaña republicana y varios deslices notables del propio candidato, funcionó a tal punto que, cuando llegó el debate del 3 de octubre, todas las encuestas vaticinaban la cómoda reelección del demócrata.

EL GRAN CAMBIO
El espectacular triunfo del republicano ante las cámaras (un sondeo Gallup entre espectadores declaró vencedor a Romney por el mayor margen desde que existen los debates en Estados Unidos) rehabilitó una postulación moribunda y la impulsó a la paridad con la del presidente. El debate mostró a un político aplomado, seguro de los temas, que acertó al dirigirse a la clase media y ofrecer soluciones prácticas para su incertidumbre laboral o financiera. En apenas 90 minutos mejoró su imagen positiva, su aceptación entre las mujeres y sus credenciales como administrador de la economía, el tema básico de su candidatura.
"Vengo del sector privado. Yo sé cómo solucionar esta crisis", repitió desde entonces junto a su compañero de fórmula, el joven legislador Paul Ryan, machacando en el flanco más débil de Obama en un país que no termina de salir de la recesión.
Romney es un hombre reservado, rígido en sus gestos, de oratoria monocorde y con frecuencia aburrida, que abusa de la estructura discursiva del mundo empresario. La revista New Yorker opinó que "combina una confianza cabal en su capacidad de resolver cualquier cosa con una absoluta falta de seguridad en su habilidad para explicarse". Su propuesta central, una reducción de impuestos para empresas y familias de ingresos medios a altos que permita reactivar la economía desde el sector privado y generar más empleos, despierta dudas en algunos expertos porque podría agravar el descomunal déficit con endeudamiento que generaron las guerras de la era Bush y los planes de estímulo de Obama. Los críticos señalan también sus frecuentes cambios de posición ideológica según la conveniencia electoral, que en algunos años lo llevaron de partidario a opositor del aborto o del matrimonio entre homosexuales.
Objeciones válidas que cobrarán nueva dimensión si la Casa Blanca cambia de inquilino. Pero primero tendrá que darse ese cambio, y si ocurre, solo habrá un padre de la victoria, el candidato que en 90 minutos ganó una pelea que durante meses pareció perdida.