Páginas de la historia

Roberto Fontanarrosa

Faltaría a la verdad, si dijese que fui siempre amigo de nuestra figura de hoy. Y no lo fui durante muchos años.

Más aún, mantuve una cierta e injusta distancia espiritual con él, hasta los últimos 15 años de su vida terrenal de 62 años. Pues falleció el 19 de julio de 2007.

Aunque hace mucho tiempo que me desempeñaba en los medios de difusión, y él también, no se había dado por años, la circunstancia de encontrarnos en algún estudio de radio o TV.

Y me desagradaba también, el hecho de haber leído algunos artículos periodísticos suyos, en los grandes diarios argentinos, mencionando mis aforismos, no muy conceptuosamente por cierto.

Hasta que un hecho, como esa última gota que desborda un vaso, fue el detonante, para sumarle un rechazo total en mi espíritu hacia su persona.

Se estaba representando en un teatro de Buenos Aires una obra que nuestra figura había escrito. Estaba basada en una famosa historieta de su autoría: “Inodoro Pereira”. La obra teatral llevaba ese mismo título.

Me comentaron en aquel momento, que en la citada obra, nuestra figura de hoy, aludía a mis aforismos, en forma muy despectiva.

Pensé ver la obra en Buenos Aires, pero no lo hice. Meses después, estando en Mar del Plata, leí que se estaba representando “Inodoro Pereira” en la ciudad balnearia. Decidí ir a verla con un amigo.

Los que la vieron, que fueron miles de personas, a través de los varios años en que se representó, recordarán quizás, que en un momento de la obra, conversaban sentados bajo un ombú, los protagonistas de la misma.

Eran el gaucho Inodoro y el perro Mendieta, un animal filósofo que tenía la curiosa característica de poder hablar.

Y en la obra, entre mate y mate, estaban haciendo una especie de apuesta literaria, sobre quien recordaba más aforismos de distintos autores, extranjeros casi todos.

Como realmente no recuerdo los aforismos que esos escritores intercambiaban me voy a permitir quizá, cambiarlos, porque eso no es lo más importante.

“¿Ud. recuerda, Inodoro, quien escribió el aforismo?: Cien propiedades no reemplazan un hogar”, e Inodoro respondía: -“Si, lo sé. Cervantes.”

Y a su vez Inodoro preguntaba: -“¿Y Ud. sabe Mendieta quién escribió?: los que luchan buscando el bien, no necesitan vencer.  -Si, claro. Fue Shakespeare”.

En ese momento Inodoro levantó la vista al cielo y expresó: -“Está muy nublado. Seguro que lloverá pronto”. Entonces el perro Mendieta muy serio respondió. -“Ese aforismo seguro que es de José Narosky.” 

Una carcajada general estalló en el teatro. Recuerdo que, sentado en mi butaca, experimenté una sensación de disgusto. Mencioné antes, que fui a ver la obra con un amigo. Salí del teatro como avergonzado, minutos antes que se encendieran totalmente las luces. Ya café por medio, le dije a mi amigo: “Le voy a escribir al autor, manifestándole mi desacuerdo por su apreciación sobre mis aforismos, a los que evidentemente ridiculiza”, que no es igual al hecho respetable de que no le agraden.

Mi amigo, más sereno que yo, me dijo entonces: -“Pensalo bien. En primer lugar tenés que aceptar una crítica que no se refiere a vos como persona, sino a tu literatura.

Y el autor, agregaba mi amigo, como cualquier otra persona, tiene todo el derecho a hacerlo.

En segundo lugar, si él te menciona en la obra, da por descontado que considera que sos conocido para el público, lo que implica una cierta valoración”.

Y agregó: -“Tendrías que agradecerle y no reprocharle nada”. Con esfuerzo hice mía parcialmente, la opinión de mi amigo.

Le escribí sí, unas breves líneas al autor, pero solamente agradeciéndole, sin mencionarle mi sensación interior.

Y le agregué –por sugerencia de mi amigo- que yo comprendía que su rol de autor, era hacer humor. Y que por supuesto, tenía todo el derecho a no valorar mis aforismos.

 

MODESTIA Y NOBLEZA

Muy pocos días después, recibí del creador de la obra una extensa carta manuscrita.  Entonces recién descubrí su modestia y su nobleza.

En ella, me agradecía mis líneas y agradecían mi comprensión. Y me adjuntaba un original dibujo en el que agregaba conceptos gratos hacia mi persona.

Tiempo después fuimos invitados, con Luis Landriscina,  a una Feria del Libro en la ciudad de Santa Fe.

Ese día conocí personalmente a nuestra figura de hoy, que también había sido invitado. Un abrazo fraterno nos unió, antes de cruzar ninguna palabra. Desde ese momento, me envió varios de sus libros con dedicatorias siempre afectuosas.

Nos vimos varias veces en los últimos años. Y me demostró siempre que lo vi personalmente, un especial afecto y hasta, diría, una cierta valoración por mi tarea literaria. Yo había sumado ya a la valoración por su talento, mi admiración al ser humano.

Su muerte, como a todos los que tuvimos el honor de tratarlo, me  conmovió profundamente. Por sus valores espirituales, y por su hombría de bien.

Y quiero con este aforismo rendirle mi modesto homenaje a Roberto Fontanarrosa: “La muerte de un gran hombre, no es una muerte individual”.