Relectura terrorífica de un clásico

‘Potestad’. Autor: Eduardo ‘Tato’ Pavlovsky. Dirección: Norman Briski. Música: Martín Pavlovsky. Escenografía: G. Bechthold. Iluminación: N. Briski, Eduardo Misch. Intérpretes: E. Misch, Damián Bolado. Los viernes a las 22 en el teatro Payró (San Martín 766).

Coincidimos con Mauricio Kartun en que un clásico como ‘Potestad’ posee “por sobre todo una capacidad poética para expresar en las figuras de su argumento mucho más de lo que sus propias palabras dicen”. A casi cuarenta años de su estreno sin Tato Pavlovsky en el escenario, pero con la fidelidad creativa de Norman Brisky, su director primigenio, vuelve a un escenario de Buenos Aires con una relectura y un final tan sorprendente como terrorífico.

Eduardo Pavlovsky definió a ‘Potestad’ como una pieza de “realismo exasperante”. Su poética junto con ‘Telarañas’ (1977), ‘Cámara lenta’ (1980) y ‘El señor Laforgue’ (1983) estaría inscripta en lo que algunos historiadores del teatro denominan ‘realismo crítico’, donde se intentan armonizar los artificios absurdistas con los procedimientos psicodramáticos para demostrar que la burguesía es tan nociva que sólo puede degradarse hasta la autodestrucción.
El texto logró plasmar esta tesis en un marco sencillo y novedoso. En un escenario semivacío ocupado solamente por un árbol enclenque y becketiano,

que podría acompañar a los personajes de ‘Esperando a Godot’, Brisky crea un curioso paralelo entre aquellos personajes y los protagonistas de la obra. En escena también hay dos seres: El Hombre -Eduardo Misch- y El Caddie -Damián Bolado- comparten una tarde en un campo de golf. Los dos esperan quizá acontecimientos diferentes: terminar el tedioso trabajo, uno, y el otro enfrentarse con la cruda realidad que describe con un dejo de victimización.

DIFERENCIAS

Al comienzo de la fábula, El Hombre habla, monologa, construye una intriga que se va desintegrando; el personaje traslada su intimidad y cae sobre sí la carga dialógica. Su asistente sólo cumple en silencio la tarea de alcanzarle mecánicamente los palos de golf. No le importa la batería de palabras que aquel lanza al viento, donde desnuda sus sentimientos románticos, los narcisismos, los miedos, y hasta la decadencia erótica que lo aqueja. El Caddie está ausente, pensando en sus cosas no parece reparar en las palabras de El Hombre; es más, en un momento comienza a hablar por teléfono de manera exasperada y los discursos de ambos personajes se chocan y se tornan incomprensibles.

Se remarca con naturalidad la incomunicación y las diferencias sociales que los separan. El Hombre, por su vestuario, aparenta pertenecer a un sector económico medio-alto, en tanto que El Caddie está ridiculizado, al extremo de lucir un vetusto chaleco con el logo de un Banco quebrado hace tiempo que le imprime el carácter de un hombre vencido.

El trabajo de Eduardo Misch es notable por diferentes motivos, pero sobre todo por su recreación artística, que potencia su labor actoral. Quienes hemos visto a Pavlovsky nos resulta difícil imaginar a otro actor encarnando sus propios personajes. Mish fue su asistente personal desde 1999 a 2015. Hubiera podido recorrer un camino más fácil, pero optó por mostrar su enorme talento. Damián Bolado no le quedó a la saga: supo encarnar un personaje que de tan sencillo se vuelve complicado. Con gran profesionalidad maneja las miradas y los silencios transmitiendo indolencia y hastío.

La dirección de Norman Briski dio una nueva vuelta de tuerca a un clásico que habló y sigue hablando de la apropiación de niños durante el último gobierno militar. Aunque creemos que la parábola terrorífica hoy apunta más allá de esas circunstancias. Con la denuncia de un nihilismo social y del absurdo comunitario, hay en el fondo una esperanza de que, mostrando la degradación, la comunidad pueda llegar a vitalizarse, a tomar consciencia de las monstruosidades que puede prohijar la sociedad más allá de las referencias históricas descarnadamente coyunturales.

Calificación: Muy buena