JOYAS PERDIDAS DE CLETO CIOCCHINI, EL GRAN RETRATISTA DEL PUERTO
Reencuentro con el Sorolla argentino
La inusual exposición temporaria en el Museo Quinquela Martín es una ocasión única para redescubrir a este artista de culto. Más de cuarenta obras de un pintor que creyó en una sociedad basada en el Bien, la Verdad y la Belleza.
Fuera del ámbito artístico es posible que el pintor Cleto Ciocchini no sea hoy conocido, aunque su nombre está inscrito en el panteón de los artistas. Gran pintor del puerto, retratista del alma humana, Ciocchini llegó a ser considerado en su día “el Sorolla argentino”. La distancia que hay entre aquella gravitación que tuvo y la falta de consideración actual es tan desproporcionada que asombra incluso a los especialistas.
El Museo de Bellas Artes Benito Quinquela Martín de la Boca presenta en estos días una inusual muestra temporaria sobre el artista titulada Hombre de mar. Obras de Cleto Ciocchini (1899-1974), que puede verse hasta el 17 de agosto y que quiere rendirle un homenaje que desde hace años no se le tributa.
Para el visitante es una ocasión única de acercarse a este gran artista que residió en Mar del Plata por 40 años y que “configuró la identidad visual del universo pesquero”.
Gracias al préstamo de obras procedentes de la familia del autor, y algunas otras que forman parte del acervo del museo, la muestra -curada por Yamila Valeiras- reúne por primera vez en mucho tiempo más de cuarenta óleos del pintor.
Las obras corresponden a un periodo que va desde 1927 hasta los años 60, y entre ellas hay algunas icónicas, como Pescadores en Mar del Plata, Cabeza de pescador o Pescador de ojos saltones.
Al director del museo, el licenciado en arte Victor Fernández, le cuesta recordar hace cuántos años que no se organiza una muestra de esta magnitud y lamenta que “el peso de Ciocchini, la visibilidad que tenía, hoy quedaron bastante lejos”.
“La consideración por artistas como él permanece en algunos sectores. Son artistas que identifican una región -como ocurre con Ciocchini con Mar del Plata-, están presentes en la mayoría de las colecciones de los museos del país, pero no se organizan muestras sobre ellos”, añade.
A su juicio, una de las razones para que esto ocurra es que la obra de estos artistas empieza a dispersarse, cuesta reunir voluntades, y luego está el esfuerzo que representa el traslado de las obras. “En este caso tuvimos la dicha de que hay una familia, varios hijos, que conservan una gran cantidad de obras”, explica.
En el Museo de Bellas Artes Quinquela Martin, de la Boca, “pueden contemplarse sobre todo sus trabajos sobre el puerto de Mar del Plata, donde Ciocchini encuentra su tema definitivo, pero hay otras obras muy valiosas”, comenta Fernández, que presenta a todos los trabajos expuestos como “joyas perdidas”.
“Antes de encontrar ‘su’ tema, Ciocchini esperaba ser retratista, pintor de figuras”, apunta el director del museo, señalando como ejemplo La Intimidad, que recibe al visitante a la entrada de la sala Eduardo Sívori. Se trata de una de las obras de mayor tamaño entre las expuestas, donde se ve a una madre amamantando a su bebé.
“Ciocchini trabaja en esa época mucho en interiores”, explica Fernández, que ve en esto el recorrido clásico de los artistas.
EL ARTISTA
Nacido en San Vicente, Buenos Aires, el 23 de abril de 1899, Ciocchini incursionó desde muy temprano en la pintura, alentado por su padre. Tras realizar estudios artísticos en Buenos Aires y en la Escuela de Bellas Artes de La Plata, en 1919, con 18 años, viaja a Europa becado para perfeccionar sus conocimientos en Roma, Florencia, París y Madrid.
“Durante ese primer viaje a Europa, que dura tres años, expone en diferentes lugares. Es sobre todo retratista, pintor de interiores, hace algún paisaje. Todo eso se va a expresar en su producción posterior”, anticipa Fernández.
Ciocchini, casado durante toda su vida con Lita Solá, con quien tiene siete hijos, regresa al país y se va a vivir a Buenos Aires. Pero prosigue el camino de muchos de sus colegas y se dedica a recorrer las provincias, sobre todo las del norte del país, pasando algunas estancias en Catamarca.
“Allí se dedica a retratar costumbres, tradiciones y paisajes. Pero su impronta estaba más en la figura humana, captada en soledad o en grupo, que es lo que perdurará en él”, menciona Fernández.
De esa época temprana es La catamarqueña (1927), un bellísimo retrato de una anciana con el rostro iluminado, sobre un fondo oscuro, que se exhibe en el Museo Quinquela.
Fernández explica que “ese retrato basado en claroscuros tiene el estilo de la tradición española. Si bien está el cromatismo en la piel, que es evidente, predominan los tonos neutros que hacen resaltar más el rostro. Este era el Ciocchini que la Academia había predestinado, un pintor de retratos, hasta que da con su tema”.
Por esa época, los viajes del artista se repiten hacia otros destinos del interior. “Era un pintor viajero”, comenta Fernández. “A Europa viaja dos veces becado. “Son estadas más prolongadas y de formación”, añade.
Se ha dicho que el reconocimiento le viene primero de afuera, pero Fernández opina que habría que matizar esa apreciación. “Es cierto -dice- que en Europa recibió los primeros premios, la posibilidad de exponer, que los críticos lo trataban muy bien y algunos diarios se ocupaban de él. Pero él viaja becado, por lo que ya había tenido un primer espaldarazo aquí. Y luego habría que recordar que toda la consideración recibida en Italia o Francia tenía acá una repercusión ampliada, y que no le faltaron tampoco acá reconocimientos y premios, como en el Salón Nacional o en los salones provinciales”.
Con ese espíritu viajero llega a Mar del Plata, donde termina radicándose. “A partir del 27 encuentra allí su tema y se dedica casi exclusivamente a desarrollarlo hasta convertirse en el pintor del puerto al que llaman “el Sorolla argentino”, destaca Fernández.
SOROLLA
Para el director del museo esa comparación con el célebre pintor español no deriva sólo de la obvia similitud en el entorno que ambos decidieron pintar. “El tema no es poco -dice Fernández-, pero yo creo que la asociación viene dada por la factura de los cuadros, por la pincelada amplia y el tratamiento de la luz”.
Las semejanzas son varias, aunque también hay diferencias. “En Sorolla veo un cromatismo más intenso, contrastes más resplandecientes, saturaciones más altas, efectos más marcados. Los mares son turquesas. En Ciocchini todo eso está más atemperado, hay más presencia de colores tierra y en algunos de sus paisajes el agua hasta podría ser la del Riachuelo”, señala.
Fernández explica que la muestra no sigue un orden cronológico, sino que las obras fueron dispuestas por agrupación temática o por asociación de formatos. “Se agruparon los retratos o escenas que se corresponden", explica.
Pescadores en Mar del Plata es un ejemplo de la expresividad de las obras de Ciocchini. En ella se ve el esfuerzo de los pescadores, el cansancio, la tensión.
"Hay una captación muy profunda de la humanidad", apunta el director del museo. "En su momento -agrega- él explicó que quería retratar a los pescadores cuando volvían de la pesca, ya cansados, con la cara marcada por el esfuerzo. A veces les pedía que posaran para él y los encontraba de mal humor, y esto lo obligaba a trabajar rápido. Se nota eso en la premura de los trazos. Pero, aun así, se ve la penetración de su mirada. En la figura completa se observa eso: en los cuerpos encorvados, la imprecisión del trazo, el movimiento fluctuante del agua y hasta en las aves que vuelan detrás. Todo fluye".
“El hombre de mar que el pintor elige enaltecer, predomina por sobre su ambiente”, señala el texto curatorial.
“La apuesta de Ciocchini no era solamente retratar a los pescadores en su entorno laboral, sino elevar su faena diaria a un nivel de épica cotidiana. Desde esta perspectiva, la obsesión de Ciocchini con el puerto revela una postura moral de aquellos inmigrantes y una ética del trabajo que le es propia al artista”, prosigue.
SOÑADORES
Ciocchini -que incursionó en el óleo, el pastel, el dibujo y los grabados- formó parte de una generación de soñadores que creyó fervientemente en un modelo de sociedad basada en el Bien, la Verdad y la Belleza, como también destaca ese texto curatorial.
Esos hombres integraban una orden creada por Quinquela Martín con nombre sarcástico y provocador, “la Orden del Tornillo”. La idea era crear una comunidad de “locos” (aquellos a los que les falta un tornillo), entendiendo la locura como contracara del mundo racional que estaba llevando a la humanidad a la perdición.
Pero cuando hoy quiere indagarse en el origen de esa visión compartida, y cómo se manifestaba concretamente en Ciocchini, para saber si era producto de una inclinación filosófica o teológica, los indicios no son tan claros.
Se sabe que el Bien, la Verdad y la Belleza, si bien conceptos acuñados ya por la filosofía clásica, fueron desarrollados por la escolástica medieval y por tanto tienen una clara reverberación católica.
Fernández señala, en principio, que la pertenencia a la orden era una determinación dictatorial de Quinquela. “Era una humorada, pero había algo más detrás”, admite. ¿Cuánto? No puede precisarlo.
Sobre si era una idea nacida de la fe, Fernández duda. “Quinquela se define como católico, pero no era un religioso practicante”, dice, y arriesga que parece más cercano al anarquismo.
Aunque el concepto de “Bien” podría asociarse a la labor transformadora del barrio que emprendió Quinquela, Fernández cree más bien que su Orden del Tornillo tenía el mismo espíritu festivo y dictatorial que Quinquela había ensayado en “la República de la Boca” donde, por ejemplo, se proponía tempranamente el divorcio vincular.
Lo qué sí observa el director del museo es una misma preocupación humana en Quinquela y Ciocchini para retratar al hombre de puerto. “Son almas gemelas. Ambos toman el mismo tema en paralelo y ambos crean un imaginario que termina reinventando un lugar”.
En Quinquela, a diferencia de Ciocchini, Fernández ve asomar a veces un espíritu de denuncia, una crítica a la opresión de esos trabajadores. “Se aprecia en sus grabados. Allí se ve el trabajo como herramienta transformadora y se ve la ciudad futura que está detrás, en la otra orilla, inaccesible para esos obreros. A veces, en lo alto de un barco, aparece un trabajador en actitud de súplica, con los brazos alzados al cielo o las manos juntas, implorando algo”, menciona Fernández.
Uno de los hijos de Ciocchini, también llamado Cleto, tiene la misma impresión de que a Quinquela no lo movía la fe, aunque -en diálogo con este diario- no duda en calificar al artista de la Boca como “un santo laico”.
Cleto Ciocchini hijo señala que su padre sí era un hombre de fe y comenta que esto no ha sido muy explorado porque el propio artista no hablaba de ello. “Ibamos a misa juntos -dice-. Alguna vez me ha dicho, dudando, ‘yo no sé si tengo mucha fe’, pero en su conducta demostraba que sí la tenía. Siempre la tuvo. Y después, con los años, más todavía”.
En la muestra temporaria que se presenta en estos días en el Museo Quinquela Martin solo hay una obra de temática religiosa: una procesión naútica. Pero, aunque casi no se encuentren referencias a este aspecto de su vida, la familia conserva varias obras de temas religiosos.
Hay un cuadro, La comunión de los pescadores, donde se ve a varios de estos hombres arrodillados en el reclinatorio de una iglesia, mientras se acerca un sacerdote para darles la comunión.
Cleto Ciocchini hijo relata que le encargaban obras de este tipo, y menciona como ejemplo El bautismo de Cristo que se conserva en la iglesia de San Ponciano, en La Plata.
También refiere que su padre hizo los tres mosaicos que se encuentran en el frontispicio de la iglesia del Salvador, junto al colegio del mismo nombre, en la ciudad de Buenos Aires, así como el óleo Jesús predicando en el templo, que se encuentra en la capilla del colegio San José, en La Plata. Y luego menciona un boceto de La curación del ciego de Jericó, así como numerosos vitraux cuyos dibujos diseñó él.
Pero fuera del ámbito religioso, también en las escenas del puerto Cleto Ciocchini hijo ve reflejada la cercanía espiritual que tenía su padre con esos trabajadores.
“El los veía como luchadores, como cíclopes, frente a la adversidad. Los admiraba por enfrentarse al mar y a las inclemencias del tiempo”, comenta.
“Hay dos aspectos que destacan en esas obras: el trabajo, el significado de la pesca, por supuesto, pero también el significado del mar, que encierra un misterio en sí mismo, que tiene un encanto, un peligro, y un atractivo especial. Es, en definitiva, el hombre frente al mar, como se dice en la muestra”, concluye.
La exposición temporaria Hombre de mar puede visitarse hasta el 17 de agosto en la sala Eduardo Sívori del segundo piso del Museo Benito Quinquela Martín ubicado en avenida Pedro de Mendoza 1843, ciudad de Buenos Aires, de martes a domingo, de 11 a 18 horas.