Mirador político

Recuperar el olfato

Políticos y expertos en opinión pública admiten con tanta renuencia como sorpresa un hecho contrario a lo que prescriben todos los manuales de su oficio: a pesar del duro ajuste económico que aplica desde hace más de tres meses, el gobierno de Javier Milei mantiene la aprobación de por lo menos la mitad de la población.
Alguien que promete padecimientos y cumple lo que promete tiene más apoyo que la dirigencia tradicional que predica la “justicia social”, revolea dinero espurio a manos llenas y termina convertida en una máquina implacable de fabricar pobres.
Políticos, periodistas y encuestadores ensayan distintas hipótesis para explicar esta novedad. Desde la famosa “grieta” que dividiría a la sociedad entre buenos y malos, “progres” y reaccionarios, populistas y gorilas hasta otras teorías un poco más ingeniosas como, por ejemplo, la que explica que Milei no es juzgado por lo que está haciendo, sino por la expectativa que genera. La gente aceptaría los actuales padecimientos en la esperanza de que en un plazo razonable aparezcan las primeras señales positivas.
La primera hipótesis es la que adoptó el irreductible peronismo K y otros sectores conexos. Por ejemplo, la UCR de Martín Lousteau, la CGT y los piqueteros. Estos sectores se opusieron con dureza a Milei desde el primer minuto en la calle y el Congreso. No cambiaron en nada su receta, a pesar de que los llevó al desastre electoral. Apuestan al fracaso libertario, porque carecen de otro plan. Su éxito derivaría en un desastre general.
La segunda hipótesis acaba de formularla la esposa del derrotado Sergio Massa, Malena Galmarini, al asegurar que “la gente se hinchó de nosotros” y de una “degradación política de las últimas tres décadas”. En otras palabras, que no sólo la receta que usó su marido en la campaña, el calamitoso “plan platita”, fue la causa de la derrota, sino que hubo otro motivo más de fondo: la dirigencia perdió contacto con la sociedad, no sabía lo que los votantes querían. Esto último se transformó en una pérdida de poder. Conclusión: hay que cambiar rápido de receta.
La opinión de Galmarini, aunque haya sido dictada por su resentimiento contra el kircherismo, explica por qué la dirigencia política en términos generales se encuentra en un callejón sin salida. También por qué en especial el peronismo no acierta con una estrategia de reorganización que le permita producir un nuevo liderazgo.
Las luchas de poder, la formación de “aparatos”, de burocracias partidarias financiadas desde el Estado y la “rosca” como actividades excluyentes le hicieron perder contexto. Las fiestas en cruceros de Marbella, los “chocolates” y la corrupción en todas sus variantes no son neutras políticamente. Son abusos (por decir lo menos) que delatan el aislamiento en que vive lo que Milei llama casta y muchos votantes han dejado de tolerar. Mientras el peronismo no ponga en marcha desde su interior un movimiento de regeneración política que mejore la catastrófica herencia kirchnerista se volverá cada vez menos competitivo. La clave esta ahí. No lo dijo Malena Galmarini explícitamente, pero consiste en recuperar el olfato.