SAN BERNARDINO REALINO (1530-1616)

Recuerdo de un abogado santo

POR BERNARNINO MONTEJANO

El 2 de julio la Iglesia Católica celebró a San Bernardino Realino, poco conocido, uno de los numerosos abogados santos, quienes se santificaron abandonando la abogacía, y hasta recibí algunas felicitaciones.

Los abogados tienen la suerte de contar con calificados santos: Bernardino Realino, Alfonso María de Ligorio, Andrés Avelino, Fidel de Simaringa, Ivo de Chartres, Ivo de Tréguier, Tomás Moro, Toribio Alfonso de Mogrovejo Raimundo de Peñafort, Juan de Capistrano, discípulo de San Bernardino de Siena.

Excepto Tomás Moro e Ivo de Tréguier, todos se hicieron santos abandonando la abogacía. El primero la ejerció hasta su muerte mártir como laico y padre de familia; el segundo también porque siendo sacerdote, podía ejercerla en otras jurisdicciones y lo hizo defendiendo a los pobres, las viudas y los huérfanos y hasta en la redacción de su propio testamento; para quienes le interese remito a mi artículo: “San Ivo de Tréguier, abogado, juez y sacerdote”, en Gladius, Buenos Aires, 2017, n.º 100.

En cambio, los notarios o escribanos tenemos uno solo: san Ginés de Arles, quien recibió el bautismo al derramar su sangre, en una persecución romana. El antecedente inmediato del Colegio de Escribanos de la Ciudad e Buenos Aires, es la Hermandad de San Ginés.

Umberto Eco tuvo la buena idea de hablar de filósofos de clase “A”, como Platón o Aristóteles y de clase “B”, como Cicerón. Pensamos que es bueno utilizar esta clasificación también para los santos y consideramos, que sin que se ofenda Realino, lo ubicaría en la “B” respecto de la enorme figura de san Bernardino de Siena, neto clase “A” por su trayectoria apostólica y espiritual, por sus predicaciones, tan actuales, por sus escritos entre los cuales destacamos “Siete reglas que aun sirven”, como calificó a las reglas para estudiar Juan Pablo I, quien en su carta a san Bernardino, publicada en su libro Ilustrísimos señores (Biblioteca de Autores Cristianos, Madrid, 1978), donde, como Albino Luciani, patriarca de Venecia, las comentó para difundirlas.

Nosotros nos enrolamos en esa tradición en nuestras obras La universidad del siglo XXI (Club Universitario de Buenos Aires, 1994, y Universidad Autónoma de Guadalajara, Méjico, 2000), y La Universidad, ayer, hoy y mañana (Nueva Hispanidad, Buenos Aires, 2001 y Universidad Autónoma de Guadalajara, 2001).

CORAJE VIRIL

San Bernardino de Siena, fraile franciscano, aparece como la figura evocada el 17 de mayo de 2017, por Cristina Siccardi en Corrispondenza Romana, quien lo considera “modelo de los predicadores” y como ella escribe, el fraile “tronaba contra la corrupción, la usura, las malas costumbres, la sodomía”.

Continúa Siccardi: “Coraje viril y determinación usaría hoy contra los errores de las ideas liberales tan invasivas que han ensuciado las finanzas de la Iglesia y su predicación… Tronaría contra el aborto, la ideología del género, la homosexualidad, la renuncia a la prédica evangelizadora, la moda interreligiosa”.

Pero no podemos dejar de lado al santo honrado semanas atrás, llamado Bernardino en honor del de Siena. Nació 1° de diciembre de 1530 y murió el 2 de julio de 1616.

Estudió en la Universidad de Bolonia, la “ciudad de los cuatro doctores” y se graduó en derecho civil y en derecho canónico.

Fue “podestá” o sea alcalde en diversas ciudades y sus gestiones eficientes y correctas fueron valoradas por el marqués de Pescara que al hacerse cargo del gobierno de Nápoles, en los tiempos hispánicos, lo llevó como lugarteniente general.

Eran los tiempos gloriosos de la primera mitad del siglo XVI (1503 a 1554), cuando reinan en Nápoles Fernando el Católico y el emperador Carlos V, quienes son evocados por Francisco Elías de Tejada en cinco tomos, donde no deja de estudiar a teólogos, filósofos, juristas, literatos y políticos de ese tiempo y contarnos jugosas anécdotas, como una referida a Agustín Nifo: cuenta que “Giuseppe Tomasino ha exhumado una curiosa acta notarial del notario Impazzio en Sessa en la cual el filósofo toma para servicios die noctuque a una tal Lella de Perrea” y agrega: “He querido aclarar esta faceta del filósofo para que el lector pondere la polifacética vibración de su existencia” (Nápoles hispánico, Escelicer, Madrid, 1958, T. II, p. 67).

En Nápoles, Bernardino conoce a los jesuitas, abandona su profesión de abogado y a los 34 años entra en el noviciado. Se ordena sacerdote a los 37. Y en 1567 es destinado a Lecce, donde vive hasta su muerte.

Es beatificado por León XIII y canonizado por Pío XII el 22 de junio de 1947.

UNIVERSAL APOSTOL

En el breve de la beatificación el Papa lo compara con san Felipe Neri y dice que lo que fue este para la Ciudad Eterna “esto mismo fue para Lecce el beato Bernardino Realino. Desde la más alta nobleza hasta los últimos harapientos, encarcelados y esclavos turcos, no había quien no lo conociese como universal apóstol y bienhechor de la ciudad”.

Por eso es bueno el contacto con santos auténticos, sean clase “A” o “B” nos edifica y enriquece. Eso sucede también hoy, en este tiempo de inflación de santos y beatos, en el cual el fiel debe distinguir a los grandes santos como Pío de Pietralcina o Charles de Foucauld, de otros, sobre todo beatos, que mucho dejan que desear, que son inventados desde el poder, como entre nosotros un obispo montonero, que jamás puede ingresar en ninguna clase de santidad.