Realidad, percepción y poesía
Un atardecer cualquiera en New Haven
Por Wallace Stevens
Serapis. 74 páginas
El nombre de Wallace Stevens (1879-1955) está unido a la constelación de grandes renovadores de la poesía angloamericana de la primera mitad del siglo XX: Pound, Eliot, Cummings, Williams, Moore.
Autor de una obra compleja que tardó en ser apreciada por la crítica, a Stevens el reconocimiento le llegó hacia el final de una vida serena que alternó entre el parsimonioso ejercicio de las letras y sus funciones como directivo de una compañía de seguros, rubro opaco en el que trabajó durante casi medio siglo. Los premios y la fama que los acompaña se acumularon de golpe en el lustro que precedió a su muerte a causa del cáncer, en 1955.
A ese tardío período de su actividad poética pertenece “Un atardecer cualquiera en New Haven”, extenso poema incluido en The Auroras of Autumn (1950), el último poemario autónomo que Stevens publicó en vida. La editorial Serapis lo presenta ahora en una edición bilingüe con prólogo y lograda traducción de Gervasio Fierro.
A lo largo de 31 secciones de seis tercetos cada una, el poema aborda el tema que la crítica ha juzgado central y recurrente en toda la obra de Stevens: lo real y su percepción por la mente, y el papel de la poesía como intérprete, creadora o sustituto de esa realidad inasible.
Abocado a tamaña empresa, el poeta exhibe, no sin cierta ironía que bordea la parodia, toda una gama de recursos lingüísticos que van sugiriendo y esquivando la cuestión a tratar. Lo expresa el terceto inicial: “La llana versión del ojo es algo aparte,/ la vulgata de la experiencia. Sobre esto,/ unas palabras, un y sin embargo, sin embargo, sin embargo… .
Es un esfuerzo exigente, que reclama una lectura cuidadosa y repetida, y que por momentos empuja al desconcierto pero que también se abre al asombro y la sorpresa cada vez que Stevens tuerce el idioma para incluir una metáfora inusual o una comparación insólita.
Escribe: “La realidad es el comienzo no el fin,/ Alpha desnuda, no la hierofante Omega, / de densa investidura, con vasallos luminosos.” Más adelante: “El poema es el grito de su ocasión,/ parte de la res misma y no su comentario.”
Y en el terceto de antología que cierra el poema, tantas veces citado por críticos y eruditos: “No está en la premisa que la realidad/ sea un sólido. Tal vez sea una sombra que atraviesa/ un polvo, una fuerza que atraviesa una sombra.”
Esta edición bilingüe permite al interesado asomarse a las complejidades de traducir un poema semejante, abstracto en grado sumo y como erizado de alusiones muchas veces impenetrables.
La versión de Fierro supera la difícil prueba y cumple con el objetivo, declarado por el mismo traductor en el prólogo, de que “algunos versos castellanos gestados en esta traducción alcancen o se acerquen a la deslumbrante potencia de la palabra stevensiana”.