El recorrido de Nicolás Artusi hasta llegar a su primera novela fue indirecto. Comenzó como periodista en Clarín editando el Suplemento Si!, un trabajo que alternó con otros de misma importancia como presentador en MTV y cronista de viajes en la recordada revista Brando. Luego su pasión por la cafetería lo acercó al mundo del café y se convirtió en un sommelier de, como dice su primer libro, “la bebida más amada y odiada del mundo”. Actualmente es columnista del diario La Nación, conductor de radio y televisión y presenta su primera ficción escrita Busco similar, con la que describe los años ´90, década medio perdida en el tiempo, tildada de superficial y bastardeada por sus contiguas, ya que no tuvo más trascendencia que la de marcar un antes y un después.
Así, los albores de los ‘90, fieles a lo que decía su plan económico de “convertibilidad”, marcaron el final de una época rústica, dura, signada por dictaduras y guerras, para dar paso a la modernidad, la superficialidad de las redes y la libertad de expresión. Por eso Artusi, con su pluma cronista, regresa a esos años de la mano de Gastón, su personaje medio ficción y medio diario privado, con el cual narra la vida de un chico gay que sale al mundo de las experiencias.
“Mi novela Busco similar es mi quinto libro pero el primero puramente de ficción. Una ficción que si bien tiene un marco histórico del que no me muevo una línea, porque los lugares son precisos, las historias son espejos de lo que pasaba y los personajes son muy reales, no deja de ser una recreación parcial”.
—¿Qué similitud tiene el personaje de Gastón con su propia historia?
—Soy y no soy. Hay un montón de cosas de mi persona que se superponen con las de él y muchas otras que están inventadas, pero sí es cierto que tiene un componente no de autoficción porque no es mi vida, pero sí hay muchos elementos de mi vida y eso tiene que ver con cierta exploración que quise hacer siempre alrededor de los géneros.
—Al leer su libro uno parece sumergirse de lleno en los ‘90. Más que una novela parece una radiografía de época.
—Si bien no quería dejar en un segundo plano al protagonista, por eso insistí en ponerle misterio y suspenso a la novela, también quería que la década de los ‘90 no sea un contexto o un escenario casi histórico, sino un protagonista central de la narración. De hecho intenté que otro de los personajes como Javier, sólo pudiera existir en los 90. Fueron años únicos en los que confluyeron dos instancias potentes, la idea de la convertibilidad que nos hacía pensar que todos nos podíamos convertir en lo que quisiéramos y la última parte de la era analógica. Además coincide en que fue mi época de juventud, mi entrada a la vida adulta y la viví mucho, por lo que puedo retratarla con fidelidad.
EL GENERO
—¿Cómo describiría el género del libro?
—Mi novela es un híbrido, y si bien es una novela pura, incluyo elementos de la crónica, de la memoria personal o como dicen ahora de la “literatura de no ficción” o “autoficción”. Esta mixtura de géneros ahora la defiendo pero reconozco que en su momento fue todo un dilema. Con mi primer libro Café, de Etiopía a Starbucks, la historia secreta de la bebida más amada y más odiada del mundo me dije “la historia es un commodity, vas a Wikipedia y está la misma historia”. Entonces me di cuenta que la única forma de diferenciarme era mezclando los estilos. Como un libro de historia que mezcla vivencias personales, crónicas de época, ensayo cultural y fragmentos de mi vida. Narcisista pero también original. Y me quedó mucho eso del narrador potente. Considero que si la historia lo requiere, incluir cosas de uno es positivo.
—La novela es muy noventosa. ¿Apunta a revalidar una época que hoy ya no existe?
—Trato de no ser tan nostálgico y melancólico en la descripción, por eso tiene mucho humor. No es para ponerse a llorar pero sí hay cosas que uno extraña. Hay dos ideas basales, por un lado la última era analógica, antes de la Internet masiva de las redes sociales y YouTube. Y por otro lado fue la última década de la homosexualidad. A mí me marcó mucho un libro de Ernesto Meccia, Los últimos homosexuales, donde cuenta que los ‘90 fue la última década de la vergüenza. En los 2000 llegó el orgullo. Y felizmente lo digo. Desde que leí ese libro, que fue hace 12 años, quedó rondando la idea de escribir una ficción sobre estos últimos homosexuales vergonzosos. Traté de recrear esa época lo más fiel posible. Mostrar una cartografía de esa Buenos Aires parecida a la de hoy pero muy diferente a la vez.
BRECHA GENERACIONAL
—¿La propuesta fue bien recibida por la editorial?
—Cuando les llevé la novela me dijeron inmediatamente que sí. Porque me explicaron que saben que hay un público lector necesitado de historias de los ‘90 y que no hay nada de eso en el mercado. Y es así porque hay un libro de Balmaceda que se llama La generación perdida que habla de la generación de los que hoy tenemos entre 40 y 50. Yo tengo 47, estoy en un espacio híbrido, entre los “baby boomers” y la generación Z. No hay historias para nosotros, los que tenemos entre 40 y 50 no somos protagonistas de ninguna épica. No vivimos la Dictadura, tampoco nos atravesó una guerra, y no somos parte de la actualidad. Es toda una generación para explorar y la clave es encontrarle el sentido.
—Se lo nota apasionado cuando habla sobre literatura e historia. ¿Cuánto falta para que el escritor se apodere del tiempo del periodista y del sommelier de café?
—Me lo planteo seguido pero siento que los tres podemos convivir en el mismo cuerpo. Tuve la disyuntiva cuando ya tenía mi actividad como sommelier del café y me dije “dejo el periodismo y me dedico full time al café, abro mi cafetería, pongo mi marca y me dedico a tostar café”, pero sabía que eso no me iba a llenar porque mi pasión es la comunicación. Decidí entonces mezclar los géneros, como lo hago en la escritura, pero en mi vida real. y por eso agregué el café al periodismo, como cuando hablo de cine, música o literatura. Me dan ganas de seguir escribiendo ficción pero creo que lo puedo alternar con mi profesión de periodista, sobre todo con la escritura, más aun que la radio o la televisión, medios donde también trabajo. Mi manera de ver la vida es escribiendo. No creo que deje de escribir nunca. Necesito escribir para pensar.