La mirada erudita

Radicales en busca de una identidad

El Radicalismo es el más antiguo de los partidos subsistentes en la Argentina. Nació hace 132 años al consumarse la escisión de la Unión Cívica de la Juventud, fogonera de la Revolución del ’90, entre Unión Cívica Nacional y Unión Cívica Radical. Fue el partido de mayoría relativa cuando se comenzó a votar libremente en los términos de la Ley Sáenz Peña. En ese sentido, se convertirá en el vehículo obligado para transitar de la República posible alberdiana a lo que fue visto como la República verdadera, y que, en realidad, no significó otra cosa que la democracia de masas. Desde entonces, y por muchas décadas, resultó en la mayor parte de los casos uno de los elementos en pugna dentro de un clima bipartidista, a lo que añadió participaciones no ocultables en los gobiernos militares de Aramburu, Guido, Lanusse y Videla, al menos. Como resultado de esta trayectoria, lo que le pase al Radicalismo no resultará irrelevante para el conjunto del sistema político argentino.

Siempre fue arduo intentar desentrañar una supuesta doctrina radical. El propio Yrigoyen desalentó a los que lo ensayaran cuando, en respuesta a su correligionario Víctor Molina, desechó cualquier compromiso de la UCR sea con las orientaciones librecambistas sea con las proteccionistas, enfatizando su nimiedad respecto de la entraña salvífica de La Causa.

Sobrevenida la crisis mundial del ’29 y nuestra crisis política particular del ’30, se acentuaron en el planeta los conflictos ideológicos, frecuentemente violentos, pero al menos la primera mitad de esa década dejó indemne al Radicalismo, que seguía centrando su reivindicación esencial en el funcionamiento libre de las instituciones republicanas sin atender a pronunciarse sobre las políticas públicas que propugnaba se concretasen desde tales instituciones. El voto libre, y lo demás por añadidura, pareció ser la consigna visceral de los radicales; un anticipo del “con la democracia se come, se cura, se educa…” de alfonsinista memoria.

Hasta que los vendavales mundiales de los ’40 obligarán al partido a buscar una ideología a la cual afiliarse superando su aldeanismo. Y entonces, con el Programa de Avellaneda (1945) la UCR recaló en la socialdemocracia. Moisés Lebensohn y el primer Frondizi resultaron los adalides de esta colonización cultural que nunca prendió demasiado entre los radicales de a pie, resistencia sorda que se encarnaría en Ricardo Balbín, tres veces candidato derrotado a la Presidencia (1952, 1958 y 1973). Su muerte en 1981 abriría el camino a la reaparición en fuerza de las tesis explícitamente socialdemócratas, que tuvieran sus primeras y frágiles manifestaciones en el proyecto de Frente Popular de 1936 y en la Unión Democrática de 1946, y que ahora –de la mano de Raúl Alfonsín- correrían por izquierda y exitosamente al Peronismo.

El desenlace catastrófico de la experiencia alfonsinista, el no menos negativo del gobierno de De la Rúa y la candidatura de Moreau arribando al 2% en la elección presidencial de 2003 sumieron al partido en una perplejidad aparentemente insuperable. De ella lo extrajo la buena estrella de Mauricio Macri ofreciéndole una participación a nivel del Congreso, gobernaciones e intendencias que no hubiese logrado en manera alguna con un candidato presidencial propio. El Radicalismo se reveló desde 2015 como un proveedor de apoyo territorial local carente de influencia sobre las políticas públicas del nivel nacional. De alguna manera se había convertido, como ya le ocurriese al Peronismo, en objeto y no sujeto del conflicto político. En su interior se desataron dinámicas de enfrentamiento más de carácter generacional que ideológico. Tal el caso del surgimiento del grupo Evolución, en el que exponentes de la socialtecnocracia –como Martín Lousteau- se codean con figuras como Tetaz, a quien es difícil distinguir de los portavoces del liberalismo clásico. Entretanto, la opinión queda huérfana de definiciones sobre temas cruciales como la seguridad y la defensa, las opciones geoestratégicas, las batallas culturales, etc.

La definición de la identidad radical, sin embargo, permanece como un reclamo insoslayable para la reconfiguración del sistema de partidos, reconfiguración que –seguramente- sucederá a la conmoción actual.