Desde mi punto de vista

Que la ciclotimia no nos quite la perspectiva


Somos así. La ciclotimia es un rasgo de la personalidad argentina. Un exceso de optimismo antes de las elecciones del 7 de septiembre exacerbó una ola de pesimismo cuando se conocieron los resultados, peores de lo esperado para las ideas de la libertad, aunque la realidad sea que la situación del kirchnerismo en el Congreso de la provincia de Buenos Aires empeoró.

Ese pesimismo, claramente reflejado en las cotizaciones del dólar, bonos y acciones, dio paso fugazmente a una renovada confianza tras la cadena nacional del presidente Milei al presentar el proyecto de presupuesto. Pero al terminar esa misma semana, la sensación era de inminente caída al abismo.

Ahora, tras el más contundente y explícito apoyo imaginable de un presidente de Estados Unidos a un par argentino, ratificado con anuncios concretos del secretario del Tesoro, Scott Bessent, el clima es de euforia. Pero aún faltan semanas hasta el 26 de octubre, por lo que no podemos descartar nuevos cambios de humor extremos.

En alguna medida, esos cambios de humor se justifican: la única alternativa al gobierno de Milei, el que más explícita y coherentemente lleva a la práctica las ideas de la libertad (por lo que es el que más directamente puede conducirnos a la prosperidad), la única alternativa, repito, es una banda cuyos dos líderes visibles son una condenada por corrupción (Cristina Kirchner) y el responsable de un quebranto de u$s 16.000 millones, que acaba de decir que estaría dispuesto a volver a hacerlo, entre otras acciones empobrecedoras (Axel Kiciloff).

No hay vía intermedia, no hay lugar a matices, no se arriesga una modificación de una u otra política. Nos guste o no, la realidad que nos toca es esta: el cielo o el infierno; kirchnerismo o Libertad.

NO SE JUSTIFICA

Sin embargo, visto desde otro ángulo, la ciclotimia de estas semanas no se justifica. El superávit fiscal, verdadero corazón del plan económico, sigue ahí: aunque los “degenerados fiscales” busquen todas las formas posibles desde el Congreso para convertirlo en déficit, solo podrían lograrlo de forma temporaria. La convicción del Presidente no cambió ni cambiará; esa es la mayor garantía del orden de las cuentas públicas.

Superávit que se mantuvo pese a que se inició el camino de la eliminación de impuestos (retenciones a economías regionales, impuesto PAIS) y de la reducción de otros (Bienes Personales, monotributo, impuestos internos para autos, motos, celulares, TV, aires acondicionados, etc.).

Tampoco cambió la tendencia hacia la estabilidad de precios; caída de la inflación que permitió que salieran de la pobreza millones de personas. La volatilidad en las cotizaciones de acciones, bonos y el dólar no fue acompañada de una corrida bancaria. Más importante, el Ministerio de Desregulación continúa su tarea cotidiana se poner los cimientos de una economía más productiva, con casi 9.000 desregulaciones ya completadas a las que cada día se agrega alguna más.

El balance del Banco Central continúa saneado y el PBI terminará con un crecimiento de 5% o más, aun con el compás de espera de los últimos meses. El tamaño del estado (siempre con minúscula) se redujo con el cierre de cientos de reparticiones oficiales (INCAA, Inadi, Télam, fondos fiduciarios, etc.) y el despido de decenas de miles de empleados públicos.

Esta incompleta lista de logros basta para darse cuenta de que el pesimismo de los últimos días estuvo claramente exagerado. Milei tiene mandato hasta 2027, por lo que es previsible que esa lista se agrande más. Máxime teniendo en cuenta que la situación del gobierno en el Congreso después de las elecciones del 26 de octubre será sin dudas mejor que ahora.

Lo contrario de la ciclotimia no es el optimismo, sino el equilibrio. Tenemos una oportunidad de consolidar el rumbo iniciado y alejar la perspectiva de un retorno a las tinieblas. Depende de todos nosotros. Que nadie olvide que las elecciones son como el fútbol: hasta que no termina el partido (hasta que no se conocen los resultados) no está permitido relajarse. Eso significa fiscalizar, votar, opinar, convencer, no dejarse arrastrar por la ciclotimia y no perder de vista los logros y los riesgos.