MAGNATES Y UN EJERCITO DE ASESORES PARA UNA CUIDADA PUESTA EN ESCENA
¿Qué hay detrás del vandalismo en el arte?
Las proclamas a favor del ecologismo que financian ex petroleros y que ocultan un nuevo y promisorio negocio. Presiones a los museos y una rentada rebeldía juvenil.
A fines del año pasado la opinión pública internacional se vio consternada por una serie de ataques contra emblemáticas obras de grandes maestros de la pintura. Los activistas se filmaron durante estas tácticas de choque y las imágenes dieron la vuelta al mundo. La repetición de esas acciones de protesta a lo largo de Europa y, sobre todo, la confirmación de que las obras no resultaban dañadas, abrieron paso de a poco a la desconfianza y a la crítica ácida contra los activistas, que pretendían de ese modo llamar la atención sobre la falta de acciones fuertes ante el cambio climático. Es posible, sin embargo, que aquello que contemplamos en los últimos meses haya sido un acto de ilusionismo todavía mayor, donde nada es lo que parece. Porque pronto quedó claro que aquellas espontáneas protestas de los jóvenes no eran ni tan espontáneas, ni tan solitarias, ni tan juveniles. Y que detrás de sus proclamas había multimillonarios inyectando cientos de miles de dólares. ¿Qué hay, entonces, verdaderamente, detrás de estas protestas?
La primera desconfianza sobre la actitud de estos activistas surgió rápido en las redes sociales por la razón más evidente: que sus protestas tenían mucho menos de vandalización que de puesta en escena.
Esto pudo apreciarse en todos los destrozos en los museos. Pero tal vez en ninguna otra ocasión se vio con más claridad que en Viena, cuando a mediados de noviembre fue atacado el famoso cuadro Muerte y vida, del pintor austríaco Gustav Klimt, en el Museo Leopold.
Para ese momento ya habían pasado las semanas más intensas de ataques. Aun así, dos jóvenes se acercaron con un pomo plástico, lo destaparon con cierta parsimonia, lo exhibieron a quien estaba filmando todo y rociaron con un líquido negro la obra de Klimt. O, como se haría evidente después, sobre el vidrio que protege la pintura.
Actuaron con un amplio espacio despejado y sin ser molestados hasta que ya era tarde. Y esto fue así pese a que habían llegado al lugar luciendo remeras con inscripciones similares a las usadas en vandalizaciones anteriores.
"Cesen la destrucción (de la humanidad) con los combustibles fósiles. Nos precipitamos hacia un infierno climático", gritó uno de los activistas. Ambos pertenecían al grupo ambientalista alemán Last Generation, filial del británico Just Stop Oil.
RECUENTO
En un Occidente que teatraliza con aspavientos sus discursos inclusivos mientras en la práctica demuestra una creciente aversión al prójimo, sea por temor a un ataque terrorista o a un simple estornudo covidiano, es inverosímil que los jóvenes pudieran ingresar al museo con materiales sospechosos sin ser revisados. Más aún cuando la misma secuencia ya se había repetido tantas veces.
Desde el ataque a La Gioconda de Leonardo Da Vinci en mayo, la lista de obras vandalizadas se ensanchó a una velocidad asombrosa.
En junio hubo una ráfaga de cuatro ataques en Londres. En julio y agosto, el centro de atención se desplazó a Italia, con activistas que pegaron sus manos al vidrio que protege La Primavera de Boticelli, en la Galería de los Uffizi, y también en la base de mármol del famoso grupo escultórico Lacoonte y sus hijos, en los Museos Vaticanos. La misma táctica de quienes se pegaron luego al marco de la Madonna Sixtina en Dresden. Pero no fue sino hasta octubre que el desafío de los grupos ecologistas empezó a crecer.
Fue cuando dos jóvenes de la organización Just Stop Oil ingresaron a la Galería Nacional de Londres, se quitaron sus abrigos para mostrar sus remeras con el nombre del grupo activista, abrieron dos latas de salsa de tomates y arrojaron su contenido sobre Los girasoles, una de las pinturas más renombradas de Vincent Van Gogh.
Los jóvenes, que luego pegaron sus manos a la pared, protestaban por la explotación de petróleo en el Reino Unido. "¿Qué vale más: el arte o la vida?", gritó uno de ellos. "¿Les preocupa más la protección de un cuadro o la de nuestro planeta y nuestra gente"?, proclamó con una seriedad que hoy, visto el revés de la trama, mueve a risa.
Después de este incidente, las cosas parecieron acelerarse. Una pareja de la organización alemana Last Generation arrojó puré de papas a un Monet en el Museo Barberini de Potsdam. Una semana después, un guardia de seguridad impidió en París que otro manifestante de Just Stop Oil manchara otro Van Gogh en el Museo de Orsay... No lejos de allí, un activista pegaba (o más bien intentaba pegar) su cabeza a La joven de la perla, de Vermeer, en el Mauritshuis de La Haya.
Con diferencia de pocos días, en noviembre, fueron atacados otro Van Gogh en Roma; un Goya en Madrid; las famosas Latas de sopa Cambell de Andy Warhol en Camberra; la ya mencionada obra de Klimt en Viena; El grito de Edvard Munch, en Noruega; Tocones y cielo, de Emily Carr en Vancouver, y otra escultura, Caballo y jinete del estadounidense Charles Ray en París.
En todos los casos, las obras salieron indemnes.
ENTRETELONES
Si esta desobediencia civil no violenta causa recelos, más sorprendente resulta asomarse a los entretelones de las protestas, que tienen mucho de golpe de efecto diseñado por asesores de mercadotecnia. Lejos del voluntariado, aquí hay fondos para pagar multas, fianzas y abogados que velan por reducir la gravedad de los castigos. Nada queda librado al azar.
Antes de entrar en la cuestión de cómo es todo esto posible, vuelve a la mente la pregunta de los activistas: ¿qué vale más: el arte o la vida? Pero antes surge otra pregunta que ya algunos comienzan a formularse. Es la siguiente: aun aceptando que ese sea el dilema, ¿por qué el arte?, ¿por qué estas específicas obras de arte y no otras?
Los activistas han entendido que "este arte ejerce un poderoso control sobre el imaginario colectivo", como señaló Jerry Saltz en el semanario neoyorquino Curbe. "Hay algo transgresor en esas acciones, que las hace mucho más efectivas que pegarse a una fábrica de carbón", señaló.
La elección de las obras también tiene un significado. "Van Gogh, Klimt, Monet, Vermeer, Constable y da Vinci forman parte del canon sagrado del arte", añade Saltz.
"Es el arte que se vende a precios obscenos en las subastas. Los activistas sugieren que este arte es una de las muchas monedas de nuestro corrupto reino, una inversión de gran liquidez para los plutócratas y los dictadores de los petroestados que han llevado al mundo al borde de la catástrofe. Por no mencionar que las grandes instituciones culturales en las que se han organizado estas protestas a menudo han recibido generosos patrocinios de la industria petrolera", continúa.
El Museo Leopold de Viena es un ejemplo. Ha estado asociado con la empresa austriaca de petróleo, gas y petroquímica Austrian Mineral Oil Administration Stock Company (OMV), según el periódico The Prospector, de la Universidad de Texas.
Las tácticas de choque de los activistas deben, entonces, leerse también como una forma de presión sobre los museos que parece estar dando efectos. Según The Art Newspaper, instituciones como la National Portrait Gallery anunciaron que en diciembre dejarían de recibir fondos de British Petroleum como forma de proteger las obras de arte y cortar lazos con la industria.
Ahora bien, lo que acicatea el escepticismo es que toda esta maquinaria de presión se hace realidad porque, como queda claro, financiación no les falta. Just Stop Oil es una coalición de grupos que trabajan juntos para garantizar que el gobierno se comprometa a detener la producción y las nuevas licencias de combustibles fósiles. Su financiación surge principalmente de un llamado Fondo de Emergencia Climática.
PETROLEO
Lo más interesante del caso es que, como ha hecho notar The Art Newspaper, ese Fondo de Emergencia Climática fue fundado nada menos que por Aileen Getty, nieta de John Paul Getty y heredera de su fortuna, construida en base al petróleo. Getty es la principal mecenas de ese fondo, al que donó más de un millón de dólares para apoyar el activismo ambiental.
No es el único caso. Entre los grandes aportantes figuran además los herederos de Rockefeller, el creador del Standard Oil Trust, primer monopolio del mundo que abarcaba toda la industria petrolera estadounidense.
El fondo en cuestión salió a defenderse de las miradas suspicaces con una declaración en las redes sociales en la que sostiene que Aileen Getty nunca estuvo involucrada en la industria de los combustibles fósiles, sino su familia, y que ella intenta usar el dinero para el bien y con fines filantrópicos. Se infiere a partir de sus palabras que su actividad sería algo así como una manera de "expiar" el pasado de su familia.
Pero, si hay algo que invita a ser suspicaz, es precisamente la filantropía. Como señaló Alonso de Mendoza en un artículo en La Gaceta de la Iberósfera, el objetivo primario de los financistas es "controlar la narrativa y hacer creer que la pulsión social está del lado de las causas ideológicas que apoyan, de las que obtienen enormes beneficios en forma de subvenciones y transferencia de patrimonio nacional a sus manos".
Tal vez incluso no sea solo ese el beneficio. Porque, como hizo en su día Aileen Getty, es sabido que también los Rockefeller están saliendo parcialmente del negocio del petróleo y reorientando sus inversiones. ¿No cabría sospechar que todo el discurso ambientalista sea, en verdad, una causa elegida para generar empatía en el gran público pero que tiene poderosos intereses industriales detrás?
Así lo cree también el autor de la nota en La Gaceta. Según Mendoza, "además de financiar al lobby del clima, Aileen Getty es la principal accionista de la empresa Wastefuel, compañía que se define como "productora de combustibles renovables" y que a buen seguro está trincando lo suyo de los millonarios fondos intergubernamentales para la llamada "transición ecológica"".
Hay quienes sostienen, todavía con mayor escepticismo, que la estrategia de los magnates del petróleo no es jugar a fondo en el objetivo de las energías verdes. Según esta interpretación, lo que estamos viendo es solo el viejo truco de diversificar las inversiones para ganar siempre.
FUTURO
Sea como fuere, lo primero que puede deparar estas protestas, en caso de continuar, es una mayor incertidumbre sobre el futuro de los museos, ya muy golpeados por la pandemia. Por lo pronto, es esperable que todo esto conduzca a un incremento de costos para mejorar los sistemas de seguridad y protección de las obras exhibidas, y a una restricción de visitantes.
Hay quienes han lanzado la alarma sobre si estos ataques -inocuos por ahora- no son el preámbulo de una vandalización real, es decir, si no está en verdadero riesgo el arte. Bajo este alarmismo, es posible plantearse si todo esto que estamos viendo no será una maniobra también para restringir el acceso a los museos al gran público o incluso favorecer el circuito del arte digital.
Lo cierto es que, con un vandalismo inocuo, una rebeldía juvenil que no es tal y con serias dudas de que "la preocupación por el Planeta" sea la verdadera causa de las protestas, lo que contemplamos en los últimos meses puede no haber sido más que un gran acto de ilusionismo, un truco para distraer los ojos de lo que realmente sucede.
No puede olvidarse que nada de esto podía haberse concretado sin la prensa sistémica, que primero les siguió el juego a los manifestantes y luego tomó distancia. Pero, si se mira con atención, fue una toma de distancia respecto del método de reclamo, no del fondo de la cuestión. Una forma de ser crítico y mantenerse al mismo tiempo del lado apropiado de la corrección política. Esta parte del ilusionismo tal vez no haya sido tan evidente. Está claro que algunos prestidigitadores aún pasan desapercibidos y sus trucos no son descubiertos.