¿Qué es esa cosa de ser vieja?
Reflexiones a propósito de ‘Un cuerpo que cae’, una obra documental-teatral protagonizada por actrices no profesionales, que aborda temáticas propias de las mujeres de más de sesenta.
Por Gaby Blanco *
Tengo cuarenta años y, como si todos fueran poetas malditos, en mi familia se murieron jóvenes. De golpe me di cuenta de que no sé qué es envejecer. No vi a nadie de mi familia pasar por esa transición. Las únicas personas viejas que conocí fueron mis abuelos, pero para mí ellos habían nacido viejos, habían sido así siempre. Volvíamos en barco de Montevideo con Nati, Fede y Coni. Habíamos ido a ver lugares para llevar la obra. Esa ciudad y Roma son mis preferidas en el mundo. Miraba por la ventana como nos alejábamos de Montevideo y pensaba que es color sepia, es remembranza, la nostalgia del tiempo pasado. Montevideo es una ciudad vieja, potente y hermosa. Me di cuenta que esas dos ciudades tienen que ver con mis abuelas. María era italiana y Elda siempre quiso irse a vivir a Uruguay estaba enamorada de un uruguayo, pero mi abuelo le había negado el divorcio, entonces pasaba seis meses viviendo allá y los otros acá, en la Argentina. Ese amor se había reducido a que mi abuela tenía un amante.
LA GENETICA
Cuando era chica ella falsificó el documento agregándole años para poder trabajar de modelo de pies. No era como todas las abuelas; no cocinaba ni tejía. Ella me enseñaba a hacerme peinados altos, a combinar los colores de la ropa y a enamorarme de todo lo que haga en la vida.
Le encantaba cuando la gente le decía que aparentaba menos años de los que tenía. Decía que era “la genética”, porque no se ponía ni una sola gota de crema. Secreto que, una vez muerta, se develó en un cajón del ropero repleto de las cremas más caras antiage.
Fede me avisa que se van al freeshop. Agarro mis cosas y los sigo.
-¿Qué quieren comprarse? -les digo.
Me dice que él quiere una crema humectante, Coni perfumes y Nati quiere una crema antiage.
-¿Anti-age? ¡Tenemos cuarenta años!
-Sí, me dice Nati. Deberíamos haber empezado antes, pero bueno…
¿Empezado antes de qué?, pensé. Yo nos veía muy lejos del mundo de esas cremas y la palabra antiage me resulta rara, anti años.
Entramos al freeshop, todos nos dispersamos. Y no se cómo terminé parada frente a uno de esos espejo-lupa que te dejan ver hasta los poros de la piel. Detrás mío aparece una vendedora y me dice:
-Te puedo ofrecer que tengo en promoción, una crema anti-age recomendada para esas líneas que tienes ahí, todavía son tratables.
¿Líneas? ¿Qué líneas? ¿Tratables? Y me descubrí dos arrugas en la comisura de la boca. Quedé hipnótica mirándolas. Me sumergí en mi nuevo descubrimiento, nadé dentro de mis nuevas arrugas, las toqué, hice caras, posé como cuando vas a la peluquería y probás un corte nuevo de pelo. Yo tenía un cambio de look: tenía dos arrugas al lado de mi boca.
Atrás mío aparece Fede. Claramente la vendedora se fue en algún momento.
-¿Qué hacés, Gaby?, me dice.
-Me descubrí dos arrugas -y se las mostré.
-No, seas loca, vos aparentás menos años de los que tenés.
¿Qué significa aparentar menos años de los que una tiene? ¿Eso es bueno? Y pensaba en “la genética” de mi abuela.
A mí, mis dos arrugas nuevas me gustaban, estaba sorprendida, me parecían dos oraciones que mi cuerpo escribió, algo que revelaba que hace cuarenta años uso este cuerpo, como si empezasen a contar secretos. Como si esas arrugas develaran todos los besos que di, pero también entendía que era el principio de un cambio que no iba a parar.
APARIENCIAS
Llegamos a Buenos Aires y nos vino a buscar la pareja de Nati con Emilia, la hija de Nati que tiene diez años, de la que Coni y yo somos madrinas. Cada vez que la veo me da una particular alegría abrazarla.
La saludo y le digo:
-Emi, ¿nosotras te parecemos viejas?
-¡Sí! Re viejas -dice y se distrae hurgando las bolsas del freeshop.
Fede se ríe y Coni enseguida, con un tono de convencimiento, le dice:
-¿Pero viejas jóvenes copadas?
-No -dice Emi-, viejas que dan cringe, como cuando mi mamá baila. ¿Cringe? Nos subimos al auto. Yo no sabía qué significaba que alguien te diera cringe y eso ya me colocaba en una brecha gigantesca.
Le empecé a preguntar por cantantes que me gustaban, si estaba escuchando a alguno.
-Nadie, no sé quiénes son, Gaby. Eso es re viejo -dice Emi, riéndose.
Al otro día, en el trabajo, en el espejo del baño, le muestro a Eva mi nuevo descubrimiento: mis nuevas arrugas. Y ella me dice:
-¡Hay que hacer algo!
-¿Qué? -pensé yo-. ¿Morirnos? Porque, por más que sea obvio, no envejecer es morir.
-Boluda, estamos envejeciendo. Mirá yo -y se señala el entrecejo-, tengo cada vez más marcadas estas arrugas, me hace mal.
Y le dije:
-Bueno, vos tenés arrugas de gruñona.
-Para mí tenemos que inyectarnos bótox -me dice muy seria Eva.
¿Botox? Cada vez que me dicen esa palabra pienso en labios gigantes cayéndose de la cara, pómulos exacerbados. Esa noche me costó dormirme. Me sentí encerrada en mi cuerpo, en mi cuerpo que empezaba a caerse. Pensaba en el destino de mis tetas, de mi piel y en mis dos nuevas arrugas. La vejez empezaba a manifestarse en mi vida. Sentí claustrofobia, porque la única manera de que mi cuerpo no se transforme era morir y las dos cosas implican un duelo de mi existencia, Por más que sea obvio todos sabemos que vamos a morirnos, como destino final de la vida, pero no que vamos a envejecer. La muerte elimina el tiempo, la vejez lo prolonga. Se nos presenta como un agujero negro en el que nadie sabe qué pasa. Como una otredad, “algo” que siempre le sucede a los otros.
El mercado expulsa a la muerte y a la vejez a cambio de vendernos juventud eterna e inmortalidad. Cuando somos chicos todo el mundo te pregunta qué querés ser cuando seas grande. Pero nadie te pregunta qué querés ser cuando seas viejo. Y es la etapa más larga de la vida.
Les mandé un mensajito a los chicos y les pregunté qué querían ser cuando sean viejos. Nati me dijo que quiere ser una vieja borracha, mala y linda. Coni, que quiere dejarse las canas, usar cremas y ser chismosa. Fede, que queria viajar por el mundo y tener plata.
Y Eva me dijo:
-Ay no, Gabi, ¿por qué pensar en esas cosas? No sé…El tema es que los viejos son lentos y a mí me gusta moverme rápido.
Y pensé en eso: qué sabio que es el cuerpo que se ralentiza en la etapa final de la vida, como si prolongase los movimientos en el tiempo para que todo durase más. Fede me manda un mensaje y me dice:
-¿Y vos? ¿Cómo querés ser de vieja?
No lo sé, pero parece que, como la mariposa va hacia el fuego, yo voy hacia la vejez. -Y-no-hay-rima-que-rime-con-vivir.
EL ELENCO
A raíz de esto, decidí empezar a investigar sobre la vejez. La llamé a Coni que trabaja en producción y rápidamente me contacto con Cristina Rodríguez, una vieja canchera militante. que amé a primera vista. Me junté con ella y me di cuenta que somos muy parecidas (hasta hoy en día cuando ven los flyers me preguntan si es familiar mio) Le conté la historia. le dije: “Cristina, yo no tengo idea de qué es la vejez, y la única forma que tengo de entender la vida y lo que pasa es haciendo arte, escribiendo, haciendo obras, intervenciones. Entonces, te propongo que convoquemos a más personas mayores de setenta años para que pueda hacer una obra y tratar de descifrar esta incógnita.
Hay cosas que todavía me dan miedo de esa etapa de la vida, y no es porque sea la etapa final sino porque todavía quiero que la biología me aguante un poco más, no se aún si quiero tener un hijo biológico, por ejemplo.
Cristina me dijo que ya sabia a quienes convocar, a tres mujeres que había conocido en un proyecto cultural del barrio. Y así fue que en mi vida aparecieron Ana Sosa, Silvia Rodríguez y Míriam Varela.
Nos empezamos a juntar en la casa de Cristina y yo les hacía preguntas, nos íbamos conociendo ellas a mí y yo a ellas. Al principio se integraron dos hombres a quienes cuando empezamos en las mesas a hablar de sexo en la vejez les dio vergüenza y dijeron que no les aprecia artístico esa temática. ¡Los hechos demuestran una vez más que las mujeres al frente! Y así se conformo el elenco, que ya no es un elenco, son una guía para mi vida, son mis nuevas amigas, que me hicieron pensar y reflexionar sobre qué quiero ser de vieja. Enseguida me viene mi abuela a la cabeza. Creo que voy hacerme modelo.
* Dramaturga y directora. Creadora de ‘Un cuerpo que cae’, obra que sale a escena los domingos a las 19 en El Excéntrico de la 18 (Lerma 420, CABA)