El rincón de los sensatos

Posverdad o Mendace veritas

 

POR DANILO ALBERO

Verdad y mentira no existen una sin la otra; tienen rasgos que concuerdan: porte, modo de andar y gestos; las contemplamos con los mismos ojos y sus supervivencias están condicionadas; no sólo somos débiles ante el fraude sino que lo buscamos e incitamos para que nos atrape. Mark Twain, experto en novelas y relatos de embusteros, sentó jurisprudencia cuando reflexionó: “Es más fácil engañar a alguien que convencerlo de que ha sido engañado”.

La razón es que los humanos somos mentirosos compulsivos y genéticos; desde la creación del caballo de Troya por sugerencia del -protegido de Atenea, diosa de la sabiduría- artero Ulises, “de muchos ardides” (polútropos) al presente. Hoy vivimos inmersos en una realidad donde puede ser verdad que los haitianos que viven en Springfield (Ohio) se coman a perros y gatos, los inmigrantes les quiten empleo a los nativos o sean delincuentes narcotraficantes, pedófilos los homosexuales.

Actualmente este recurso del chanchullo con fines ideológicos es cotidiano y se ha viralizado con la agresividad de un troyano informático hasta un punto tal que, en la última década del siglo pasado, demandó el neologismo “posverdad”, para definir el progresivo uso de la falacia, pretendidamente cierta, con fines políticos.

Posverdad, derivada de post-truth, define a las mentiras emotivas y distorsión de la realidad (fake news), hechas de manera deliberada para informar sucesos en los que son más influyentes los sentimientos o creencias personales que los hechos en sí mismos.

La posverdad se ha potenciado con el uso de redes sociales y la cultura digital. Hoy cualquier individuo con un computador o un teléfono celular es un potencial cronista de fake news. A través de distintas redes sociales se difunde información que, más allá de ser cierta o falsa, las personas defienden y critican desde sus emociones y no desde la objetividad de los sucesos; y también por el hecho de que esas mentiras se asumen como si fuesen verdad, porque así se sienten; o se asumen como reales, porque una colectividad las percibe como verdaderas.

PALABRA DEL AÑO

El primer uso del vocablo posverdad está registrado en un artículo periodístico de1992 pero se popularizó en 2016, por su empleo en las propagandas a favor del Brexit y la primera campaña presidencial del actual mandatario de los Estados Unidos. Ese año, la utilización del término se disparó gracias a su frecuente alusión en la prensa oral y escrita, y el Oxford English Dictionary la eligió Palabra del Año, definiéndola: “circunstancias en las que los hechos objetivos son menos influyentes en la formación de la opinión”.

Nihil novum sub sole, en el prólogo de sus Relatos verídicos, Luciano de Samosata (siglo II d.C.) se encargó de dar vuelta como un guante la mitología y la literatura griega, y cuenta sus experiencias de viajes fantásticos -entre otros, el primer viaje a la luna y otros planetas registrado por la narrativa-. Luciano nos advierte que, cuando resolvió dedicarse a escribir, se inspiró consultando autores consagrados. Quedó sorprendido por los relatos poco verosímiles que refieren -en particular, los viajes de Ulises y Jasón- y, cuando vio que no tenía saberes ni vivencias para ser contadas, optó por la ficción, pero advierte al lector que todos sus relatos de viajero serán mentiras.

Con Luciano se inauguraron los viajes a la Luna y su densidad e influencia se hacen sentir hasta el presente, sin su obra no habrían existido Don Quijote…, Micromegas de Voltaire, la narrativa de Machado de Assis ni la ciencia ficción contemporánea. Para muestra baste que Luciano creó el primer Golem conocido y el Aprendiz de hechicero, este último continuado por Goethe, la sinfonía homónima de Paul Dukas, magistralmente recreada en Fantasía de Walt Disney (1942) donde el ratón Mickey hace de aprendiz.

Quince siglos después de Relatos verídicos, en Las aventuras del Barón de Münchhausen (1786), de G. A. Bürger, vemos que, al Barón, camino a Rusia, lo sorprende la noche en un descampado nevado, ata su caballo en un tocón puntiagudo y se echa a dormir no lejos de allí. Por la mañana despierta al lado de una iglesia que, junto con el pueblo, estaba cubierta por la nieve; por la noche el tiempo había cambiado, se fundió la nieve y ahora su caballo colgaba atado a la torre de la iglesia, varios metros por encima suyo.

A lo largo del libro e inverosímiles hazañas, a diferencia de Luciano, el Barón insistirá en que sus historias son verídicas (¿posverdad avant la lettre?).
En su Décima aventura marítima. Segundo viaje a la luna, invita a los incrédulos a que vayan a nuestro satélite y verifiquen personalmente lo que él ha narrado. Las aventuras y personalidad del Barón, han dejado su marca como trastorno siquiátrico, el “síndrome de Münchhausen”, donde el paciente miente de forma patológica al fingir, con todo tipo de detalles, su enfermedad y así llamar la atención de las personas que le rodean y recibir cuidados. A diferencia de Argan de El enfermo imaginario, la comedia de Molière, y otro arquetipo literario: el hipocondríaco, que está convencido de padecer una dolencia, quienes padecen el “síndrome de Münchhausen” saben que están sanos; de una manera sui generis son narradores.

En 1853 se publicaron en Francia Las aventuras del Barón de Münchhausen, traducidas por Théophile Gautier e ilustradas por Gustavo Doré, imposible imaginarse otro dibujante para esos relatos. Al principio del libro, el retrato de una escultura del busto del Barón con su escudo nobiliario donde resalta su divisa “MENDACE VERITAS” (En la falsedad la verdad); bien puede ser la divisa de las fake news y la posverdad. En el pedestal de esa escultura figura el nombre del autor y una fecha: “Canova 1766”. El escultor veneciano Antonio Canova (1757-1822) no hizo ninguna escultura del Barón de Münchhausen; pero su rostro es muy parecido a la caricatura del busto del Barón de Münchhausen que dibujó Gustavo Doré.

Siguiendo la máxima de Wilde la vida imita al arte mucho más de lo que el arte imita a la vida, otro extranjero, ahora un extraterrestre, quiere comerse a los gatos, sólo que éste reside en Los Ángeles (California), Alf protagonista de la serie cómica homónima, ha llegado del planeta Melmac y encuentra refugio en casa de la familia Tanner. A lo largo de los distintos episodios, Alf intentará, infructuosamente manducarse a Lucky, el gato de la familia. Una de sus frases resume sus fallidos gastronómicos “entiendo por qué lo llaman Lucky (Afortunado), todavía no me lo puedo comer”.