ALEJANDRO HOROWICZ VUELVE A LAS VIDAS DE LENIN Y TROTSKY

¿Por qué descarriló la izquierda en el siglo XX

Existe un axioma básico en la política universal que explica a la perfección el camino a transitar para un análisis acabado de la situación social: “Para comprender el presente hay que conocer el pasado”. Y para ello, en cuanto respecta a la historia argentina, nada mejor que los textos que supieron darle relieve al escritor y doctor en Ciencias Sociales, Alejandro Horowicz (74).

Su libro editado en 1985, Los cuatro peronismos, con el tiempo se convirtió en un manual de capacitación política para explicar semejante fenómeno, concepto de estudio para investigadores de todo el mundo. Más acá en el tiempo, en 2019 sorprendió con otro trabajo paradigmático de su repertorio, El huracán rojo. De Francia a Rusia 1789-1917, con el cual retrocedió para bucear un poco más profundo en la política mundial. De aquella investigación, se le desprendieron dos personalidades icónicas de la Revolución rusa, las cuales extrapoló para su nuevo libro Lenin y Trotsky, los dragones de Marx, recientemente lanzado por la editorial Crítica.

DOS PERSONAJES

Con motivo de su lanzamiento, Horowicz habló con La Prensa, en medio de un presente que obliga a leer sobre la Rusia de principios de siglo XX, los procesos de transformación radical y el desprestigio que incluso hoy continúa sobre los pensadores revolucionarios. Como otrora hiciera con otras épocas, un revisionismo oportuno, motivado por su pluma, la cual siempre interpela a todo lector.

—¿Por qué sería necesario leer hoy un libro como ‘Lenin y Trotsky, los dragones de Marx’?

—En este nuevo orden político los libros no son necesarios. Y esa es parte de la batalla que hay que librar. Saber si solo se trata de que la derecha carajee de mala manera los intentos de reflexión crítica, o si contra ese cruel destrato somos capaces de mejorar la calidad de las respuestas en boga. La idea que el pasado es un peso muerto y finiquitado forma parte de una lectura conceptualmente trivial pero políticamente decisiva. Pensar la historia argentina y pensar los grandes pensadores revolucionarios del siglo XX forma parte del mismo lote de problemas. La historia permanece viva como problemas irresueltos. Y vaya si están irresueltos los problemas de la sociedad argentina.

—¿Cómo surgió la idea de escribir sobre Lenin y Trotsky?

—Los temas de mis investigaciones carecen de toda originalidad. Son los de mi generación. Peronismo, socialismo y revolución eran, y de algún modo siguen siendo, los problemas políticos contemporáneos. Ya sea para achacarles todos los males terrenos o los embriones de posibles respuestas. Pero volviendo a tu pregunta, durante la enorme investigación que me demandó El huracán Rojo, de Francia a Rusia 1789 – 1917, dos personajes cobraron dimensión central: Lenin y Trotsky. Las biografías son un género que disfruto enormemente como lector, pero que no practico. Solo diré que 13 años de permanentes desencuentros entre los dos jefes de la Revolución de Octubre merecen algo más que una explicación psicológica. Sobre todo si se tiene en cuenta que desde el triunfo de la insurrección trabajaron mancomunadamente con enorme eficacia. Desde mi óptica, los problemas urgentes del siglo XXI, los triunfos de la ultraderecha, imponen una pregunta: cómo descarriló la izquierda en el siglo XX. A esa pregunta intento responder en este ensayo.

—En su libro pone énfasis al concepto "es más factible imaginar el fin de toda la historia humana que el fin del capitalismo". ¿A qué se refiere con semejante afirmación?

—Es la fórmula Mark Fischer. En cambio la mía dialoga con esa síntesis. La derrota del socialismo bloquea la historia del mercado mundial. Parte del bloqueo tiene que ver con la incapacidad de pensar un orden que no sea capitalista, al tiempo que el capitalismo marcha, pandemias mediante, hacia un destino apocalíptico. Volver a imaginar otra cosa supone repensar críticamente la derrota socialista.

—¿Para leer su nuevo libro, hay que leer previamente ‘El huracán rojo’?

—Son dos trabajos perfectamente independientes. Es cierto que una investigación hizo posible la otra, pero pueden leerse con adecuada autonomía.

EL PROCESO

—¿Cómo es el proceso de escritura de un libro tan histórico pero del cual ya se escribió tanto?

—Mi proceso de investigación suele estar conectado con mi actividad docente. Ese es el piso. En un momento de ese ida y vuelta, leer, fichar el material, dar clase, surge o no, el trabajo monográfico. Esto es, un eje problemático organizado como repertorio bibliográfico hilvanado por mis comentarios. Ese es mi verdadero punto de partida, momento en que entra mi editor. Presento mi esbozo, escucho sus comentarios, hago los míos y arranca el libro. El tiempo de escritura varía. A veces trabajo a mayor velocidad, otras me detengo. Mi obsesión gobierna esa dinámica. Pero si contamos desde las primeras aproximaciones monográficas hasta la edición final no menos de cinco años.

—Entre sus tantas actividades como docente, periodista, conferencista, no lo imagino con un horario preestablecido para escribir.

—No, en absoluto. No trabajo con mecánica de oficina, horario de arranque y cierre diario. Pero lo hago con feroz sistematicidad. Todos los días escribo, y la pandemia me volvió particularmente productivo.

—Se aproxima la 48 Feria Internacional del Libro de Buenos Aires. ¿Qué expectativas le genera en este contexto político y económico?

—Es otro escenario de resistencia. Pocas veces un gobierno tuvo una actitud más terrorista ante la cultura en todos sus formatos, versiones y orientaciones. Los libros son la insignia de una consigna: “Queremos cambiar la crueldad de las relaciones humanas”. La cínica respuesta aterra, este orden no solo no se modifica sino que el dolor que inflige la crisis se resuelve con una crisis mayor.