UNA MIRADA DIFERENTE

Por qué Trump lleva al mundo a una nueva Depresión

Persuadido por quién sabe qué misterioso y mágico argumento tras haber sido insultado y amenazado por Trump hasta la vejación, Jerome Powell, el presidente de la Fed, la Reserva Federal estadounidense, ha aceptado bajar la tasa de interés de referencia que de modo indirecto fija las tasas de interés de todos los bonos estatales y corporativos. También ha abierto el camino para repetir esa baja en dos oportunidades en los próximos meses.

Se recordará que uno de los pilares de lo que se podría llamar la política económica de Trump, o su plan económico, imaginando que tenga ganas de formular alguno, es bajar la tasa de interés de todos los préstamos norteamericanos, lo que incluye la monumental cifra de deuda externa de Estados Unidos que vence dentro de los próximos doce meses.

Ese movimiento es necesariamente inflacionario, porque la tasa de interés, en el sistema de ese país, es la última contención para controlar la disparada de precios, o de desvalorización del dólar -como se prefiera.

Una tasa más alta cumple varias funciones. Por un lado, empuja a reemplazar el consumo por ahorro, una forma de sacar presión sobre la demanda, y en consecuencia sobre el costo de vida, y también de reducir la toma de deuda de los particulares, que cumple el mismo propósito. Debe recordarse la famosa fórmula de Fisher M.V = P.Y, que en definitiva significa que la base monetaria multiplicada por su velocidad de circulación (efecto del crédito) es igual al valor de toda la producción de bienes y servicios.

Para ponerlo en términos humanos, en un mercado o país dado, todo el dinero en circulación multiplicado por las veces que rota por efecto del crédito está disponible para comprar todos los bienes y servicios a un determinado valor. Si la tasa de interés es barata se produce un doble efecto: el primer término de la fórmula se reduce porque el costo del crédito es más alto y entonces la velocidad de rotación del dinero baja, y al mismo tiempo aumenta el ahorro, con lo que el total disponible para comprar bienes o servicios disminuye, y entonces la presión de la demanda es menor.

El efecto combinado frena la inflación. Habrá quienes recordarán al legendario Paul Volcker, el presidente de la FED que en los 80 frenó una inflación de varios años que ya superaba el 13% anual fijando tasas que llegaron al 20%.

Luego Greenspan en 1989, llegó a aplicar tasas del 10% con el igual propósito. Por supuesto, en ambos casos -como inevitablemente sucede pese a lo que digan los manoseadores económicos- la inflación se frenó pero a costa de una recesión o depresión, que es exactamente el lugar donde terminan todos los procesos de alta inflación de la historia, con las protestas, malestares y críticas políticas consabidas. Sin embargo, en ambos casos se sucedieron al parar la inflación períodos de extraordinario auge y crecimiento, no solamente en Estados Unidos sino en el mundo, por reflejo.

ME DESILUSIONO

Se recordará cuando otro presidente yanqui, George H.W. Bush, culpó a Greenspan de no haber bajado las tasas a tiempo para reflotar la economía con una frase célebre que tiene un doble sentido sólo comprensible en inglés: I appointed him, he disappointed me. (Yo lo nombré, él me desilusionó).

Frase que en el fondo confirmaba en ese momentos la independencia del banco central norteamericano.

Justamente para evitar esos enormes vaivenes entre falso auge y depresión es que el seguimiento de la Fed debe ser minucioso, mensual y con pequeños y pausados movimientos, tratando de leer el futuro y evitando los grandes saltos que siempre tienen como víctima a los individuos.

La independencia de la Fed (prometida al mundo por Richard Nixon al comienzo de los setenta luego de traicionar a la comunidad internacional abandonando el patrón oro del dólar al que EEUU se había comprometido en Breton Woods tras la WWII), era (¿es?) esencial para refirmar la confianza en el dólar americano como principal reserva de valor y moneda de transacción universal.

Ahora Trump exigió y reclamó del ente supuestamente independiente, que ahora lo complace, una baja de tasas que supuestamente reactivará la economía y hará florecer las empresas americanas, algo esencial para su promesa y propósito (MAGA: Make América Great Again).

El problema es que esa decisión no se tomará por razones técnicas, más allá de las declaraciones, que como se ha visto en el reciente caso del heroico salvataje de Argentina, suelen hacerse de modo azaroso e irreflexivo y requieren una permanente edición (Cualquier parecido es pura coincidencia).

Tras el festival emisionista después de la caída del fondo Long Term Capital Management, en 1999, el megafestival tras la estafa institucionalizada y disimulada de los Subprime en 2008, inventada por los grandes bancos salvados y rematada por la delirante y grosera emisión de la pandemia del covid, la base monetaria norteamericana ha aumentado escandalosamente y por encima de cualquier parámetro técnico, lógico o histórico.

EMISIONES ENLOQUECIDAS

Se recordará también que Estados Unidos incumplió alevosamente vía esas emisiones enloquecidas las pautas a las que se comprometió Richard Nixon en 1971, según las cuales la emisión obedecería a un plan de montos fijos que tenían relación con lo que se consideraba un crecimiento adecuado o posible de la economía, justamente para no producir inflación.

La Fed se había comprometido tras la diarrea emisionista del covid a retirar paulatinamente el exceso de circulante cosa que comenzó a hacer con exasperante lentitud, y para colmos ahora ha anunciado que da por terminada esa reducción. Esa medida es peor aún que la baja de tasas, porque no hay modo de que esa masa insana no se transforme en inflación.

Hasta ahora la Fed venía piloteando una inflación core de cerca del 3,5% anual, lo que ya se excedía del 2% fijado como meta y hasta del 3% que Yellen había considerado como “inflación temporaria”. (Se recordará que cualquier índice de inflación tiene efectos infinitos sobre los ahorros en una moneda; es decir que si una economía tiene el 3,5% de inflación ese poder adquisitivo se ha perdido para siempre, ya que el hecho de que la tasa de inflación baje a cero, por ejemplo, no hace recuperar el valor perdido y también que el porcentaje de inflación real es en EE.UU. mucho más alto que la Core Inflation, que mide apenas algunos pocos productos que no son los más trascendentes).

Un tercer elemento que no puede dejarse de lado es el efecto de los recargos de importación que Trump utiliza como un ariete para obligar a sus socios comerciales a hacer lo que él quiere y cederle lo que él quiere, a su país o a él. Ese impuesto, que contrariamente a lo que piensa el mandatario no pagan los países que le exportan sino los consumidores, si bien no tienen per se un efecto inflacionario por las reglas económicas, sí lo tienen en el índice, en especial en un marco en que se bajan tasas y se deja de retirar el excedente de circulante fabricado en estos años.

Y aquí habrá que recordar de nuevo que Nixon también aplicó un recargo generalizado del 10% para “reactivar la industria norteamericana”. Todo está inventado.

NO QUIEREN COMPETIR

La lucha con China, con la excusa u objetivo que fuera, y la revisión de todos los tratados por segunda vez también colaborará en el mismo sentido. Esa lucha oculta un hecho de fondo.

En vez de competir con ese país, Estados Unidos, no sólo Trump, prefirió imaginar que esa potencia solamente se dedicaría a fabricar copycats y otras imitaciones baratas, concepto que compraron la sociedad americana y la mundial. Prefirieron omitir todos los avances tanto educativos como en inversión tecnológica de los asiáticos y pareciera que ahora se vieran sorprendidos por sus logros y los efectos sobre sus negocios y pretenden limitarlos con prohibiciones, amenazas, negociaciones políticas con precios, recargos y otros recursos que tendrán efectos mundiales muy negativos, incluyendo la inflación o al menos los índices de costo de vida y los costos de producción.

Entre otros problemas, la posibilidad de que el renminbí compita con el dólar como moneda internacional es uno de los puntos más conflictivos. Entre otras razones, porque esa competencia mostraría todas las debilidades del dólar, que ha sufrido los mismos o peores embates intervencionistas que la moneda china.

Como un telón de fondo y acaso como razón de fondo, está el hecho de que en los próximos doce meses Estados Unidos debe afrontar la renovación de más de 9 billones (trillones de EE.UU.), tal vez 10, de deuda en Treasury Bills y Treasury Bonds. Por supuesto que para ese país sería deseable que la tasa fuera mucho más baja que el 4%.

La pregunta de fondo es si luego de la baja de rating crediticio, luego del reemplazo masivo de las tenencias de los países del dólar al oro, luego del “cierre del gobierno” americano por falta de acuerdo legislativo en cómo gastar el déficit fiscal, luego del tiro en el pie que significan las medidas de Trump para muchas industrias medianas, los inversores tendrán ganas de prestarle al gobierno de Norteamérica a una tasa manipulada del 2%, para poner una cifra.

Ese exceso de dinero está ahora volando hacia los bienes, las materias primas, los metales, los índices bursátiles de Mongolia Menor o cualquier otra cosa que no sea renta fija.

¿Sin ningún efecto? ¿Sin ninguna reacción extemporánea y arbitraria de Trump? ¿Sin agotamiento del financiamiento de empresas, o abandonando la tutela de la Fed en la fijación de tasas? ¿Qué hará Trump si los inversores no le quieren prestar a menos del 6 o 7%?

DOBLE MANDATO

Como es sabido, la Reserva Federal, cuyo único mandato era preservar el valor de la moneda, recibió lo que se conoce como su doble mandato en 1977. La ley agregó a su objetivo inicial el de preservar el empleo. La excusa usada ahora es que el desempleo está aumentando, y entonces eso justifica la baja de tasas. Se omite en tan sesuda explicación que el desempleo norteamericano es uno de los más bajos de la historia, y que la cifra actual está bastante por debajo de lo que se consideró históricamente como la garantía del “nivel de eficiencia”, o sea el resabio que no quería ser empleado por razones diversas.

La herencia de Truman en 1946, con su ley de protección de empleo, sus recargos de importación y su presión sobre la Fed, ha dejado los huevos de esa serpiente esparcidos en los entes y los líderes políticos.

Desde ese doble mandato, la Fed utiliza un dudoso criterio. El de la conocida e ignorada Curva de Philips, una creación keynesiana de 1958 basada en datos muy cuestionados, que establecía que un aumento de empleo producía un aumento de inflación. La noción fue extrapolada, una vieja práctica de los matematicistas, para leerse revertida como “en consecuencia, un aumento de inflación produce un aumento de empleo”. Para ponerlo otra vez en términos humanos, en el mejor estilo peronista, para la Fed “un poquito de inflación es bueno”.

Pero ese concepto, que es el que utiliza ahora la Fed al bajar las tasas, ha sido rebatido por varios maestros, empezando por Milton Friedman. También por la evidencia empírica, claro. En el mejor de los casos, una inflación provocada puede generar alguna mejora en el empleo en el corto plazo, para revertir el efecto y empeorar el resultado en el mediano y largo plazo. La inflación así producida, en cambio, tiene efectos permanentes e irreversibles.

No se analizan ni se agregan aquí los efectos de las guerras, que probablemente han sido beneficiosas para algunos especuladores y tycoons, pero no para los países. Europa toda ha pagado un alto costo por la política de “animémonos y vayan” de Joe Biden.

La sumatoria de estos elementos, la lectura empírica del funcionamiento de los mercados, los efectos de las medidas económicas que impactan sobre las potencias más importantes, los datos de fondo, las presiones políticas e ideológicas, la simplificación de los pueblos en busca de milagros y milagreros y la impulsividad, desconocimiento y ambición personal de Trump conforman un camino similar a los que arribaron al final los políticos británicos como Keynes o los norteamericanos como Hoover, Roosevelt, Truman y aún el propio Reagan en cierto punto. Un rumbo que empieza en la inflación y el proteccionismo. Un rumbo hacia la Depresión. Un camino de reseteo mucho más eficaz para destruir el capitalismo que todos los wokismos y progresismos juntos.

Para ponerlo otra vez a nivel humano, en sus ideas y medidas Trump se parece mucho más a Massa que a Milei.