Por Dante Avaro *
El escándalo del token $LIBRA resulta como una maraña de pasadizos subterráneos. Interconecta diferentes sistemas con múltiples actores e intereses a diferentes niveles/velocidades y, en su cúspide, aparece el presidente Javier Milei.
El mejor control de daños creí -y todavía creo- que hubiera consistido en una cadena nacional o, sucedáneamente, en una conferencia a todos los medios acreditados en Casa Rosada. También, me dije el sábado, para mis adentros, que eso no iba a suceder. La razón es muy simple y, en cierta medida, tiene que ver con el clima comunicacional de época: el Gobierno apostó -y sigue apostando- a la figura del personaje o influente (teniendo en cuenta, como aconseja la RAE, evitar el anglicismo influencer).
Cabe decir, el Gobierno intenta salir del laberinto en el que se ha metido usando la vieja treta de separar personaje de persona, es decir, lo ficticio de lo real. Hay que advertir que hasta la llegada de este evento esa separación le ha brindado altos rendimientos políticos al Presidente.
En este contexto, en la entrevista brindada a TN se construyó un mensaje que puede sintetizarse así: “No fui yo el que hizo el posteo en X, fue mi personaje; ahora, acá, en este bello despacho de la Rosada, habla el presidente”.
Salvando las distancias, es la típica (re)acción que llevan adelante las llamadas personas digitales cuando hay conflictos en el juego de espejos entre cyberspace -término acuñado por el escritor de ciencia ficción William Gibson en su novela Neuromancer (1984)- y meatspace (contrapunto humorístico desarrollado por B. Sterling, en 1982, en su libro The Hacker Crackdown).
Cabe recordar que, en el argot de las redes sociales, el término personaje se refiere a una identidad construida o exagerada que un usuario adopta para interactuar en línea. Si alguno de estos personajes tiene éxito, se convertirá en un influyente que, muchas veces, interpreta versiones curadas de sí mismo para maximizar engagement.
UNA LARGA HISTORIA
Ahora bien, este juego entre el espacio virtual y el real tiene una larga historia. El término “personaje” proviene del latín persona, que originalmente hacía referencia a las máscaras teatrales utilizadas en la Antigua Roma. Su evolución semántica lo llevó a designar figuras ficticias o históricas con un rol definido en la narrativa o la sociedad.
Por otro lado, “hipócrita” proviene del griego hypokritḗs, que originalmente significaba “actor” o “intérprete”. Su connotación moderna de falsedad y disimulo surgió al asociar el desempeño teatral con la simulación en la vida cotidiana.
En este sentido, con su libro The Presentation of Self in Everyday Life, Goffman ya había anticipado, en 1956, este complejo y variado escenario social en donde las personas están obligadas a manejar sus interacciones sociales en diferentes frentes o contextos. Sin embargo, aunque interesantes, estos asuntos ya son el pasado y, ahora, se impone el influyente.
Derivado del inglés to influence y del latín influentia, el término influente remite a la capacidad de afectar el comportamiento de otros.
Aunque su uso en inglés data del siglo XVII, su sentido actual asociado a las redes sociales y el marketing digital se consolidó en el siglo XXI. El personaje en redes sociales usufructúa la disociación entre identidad real e identidad digital. Esto no solo facilita la difusión de discursos extremistas y de odio, sino que, también, permite alinearse con tendencias y expectativas de mercado. En conclusión, los influentes operan en un espacio donde laconstrucción de un personaje es una estrategia esencial para la visibilidad y el éxito.
Aunque sus identidades digitales pueden parecer naturales, en realidad, responden a una combinación de branding personal, expectativas del mercado y dinámicas algorítmicas de las plataformas. Sin embargo, tienen capacidad de “influir”, algo que en la literatura de la filosofía política y la política conductual se denomina “empujones” (nudge en inglés).
En tal sentido, Cass Sunstein, un experto y consejero gubernamental sobre el tema, ha dedicado un libro (The Ethics of Influence: Government in the Age of Behavioral Science) para tratar la pregunta de qué tan ético es que el Estado (la política y el gobierno) influya en las conductas de los ciudadanos. Una de sus tesis podría sintetizarse así: los ciudadanos de a pie tienen que tener el derecho a ignorar los “empujones” que llevan a cabo políticos, gobiernos y la maquinaría del Estado. De forma más contundente: las personas deben poder reconocer y, si lo desean, evitar los empujones gubernamentales.
Cabe preguntarse, entonces: ¿cómo resistir un “empujón” cuando el presidente mismo es el principal arquitecto de la atención pública? En otro registro de pensamiento, si los ciudadanos de a pie no cuentan con la opción de exclusión o de no participación (en inglés, conocida bajo la expresión opt-out), podemos estar seguros de que el empujón tiene un dudoso encuadre ético. Para finalizar, esto adquiere máxima relevancia porque el valor que se construyó efímeramente en $LIBRA no se puede disociar de su red, y esta se basó en el personaje o influente que hizo su encuadre y relato. De otra
forma, si bien para muchos la ética parece ser un asunto de “palabras bellas”, lo concreto —parafraseando al buen Chrysale— es que termina siendo un suculento plato de sopa. En este caso, una sopa amarga, casi putrefacta.
* Investigador del Conicet. Licenciado en Economía. Doctor en Filosofía.