Pensar la Argentina: Un deber sagrado

Por Gerardo Palacios Hardy (*)

“Que un país como la Argentina, octavo en extensión en el planeta, con todos los recursos naturales imaginables, una población razonablemente bien educada, sin conflictos raciales ni religiosos, con la experiencia de integración cultural y social más exitosa del mundo moderno, con figuras presentes en el top ten de casi cualquier actividad o disciplina conocida, con el temple decidido, aguerrido y patriótico que demostró en Malvinas, que un país con estas características no haya podido levantar cabeza desde hace casi cien años es un enigma para propios y ajenos. Hemos tratado de explicar ese estancamiento a partir de contradicciones reales o imaginarias supuestamente no resueltas, sean ideológicas, sociales e incluso geográficas; hemos hablado de la falta de un proyecto nacional, hemos hablado de la degradación de la representación política, hemos hablado de la corrupción, del populismo, del clientelismo, hemos hablado de todo…”, escribió Santiago González en ‘La traición’, (gauchomalo.com.ar).
“La República Argentina no es una nación, sino un problema”, dijo L. Castellani en ‘Esencia del liberalismo’.

LOS INTERROGANTES
Pensar la Argentina significa hoy dar respuesta a los tácitos interrogantes que plantean las citas que van como epígrafes de este documento. Esa respuesta no puede ni debe ser ideológica. Debe imperar, por el contrario, el más completo realismo y, por otra parte, la convicción de que la verdad existe y es posible encontrarla, así como también lo es saber distinguir entre lo bueno y lo malo.
Tampoco parece que pueda darse desde una sola perspectiva; por ejemplo, la economía, designando al pésimo manejo que se hizo de aquella el carácter de única causa de nuestro fracaso o decadencia.
Pensar seriamente la Argentina exige varios y diversos abordajes. Algunos serán más y otros menos importantes. Algunos serán insoslayables; por ejemplo la gravísima cuestión del Estado, pero no sólo como pura disquisición de filosofía o ciencia política –aunque la incluya- sino como análisis muy concreto y fundado del artefacto o instrumento que con ese nombre hemos armado con la intención original de construir, desarrollar y conducir a la nación que somos a su destino de grandeza.
Esta cuestión –la del Estado- es principal. Pero no es la única de esa categoría. Porque otras son, en palabras de Ratzinger, las convicciones morales, las mismas que, si no las hay, harán imposible que se pueda contar con instituciones fuertes y capaces de durar, de permanecer. Es lo que se denomina el ethos de las naciones, de los pueblos, que es el compendio de su tradición, de su espíritu, “es la sustancia del espacio prepolítico en cuya superficie se instala el orden político para cuidar de él, para custodiar la manera de vivir” (Michael Oakeshott).
Llegar al ethos, poder verbalizarlo, reconocer su contenido pétreo, asumirlo como aquello que nos constituye y que nos da esencialidad, cuyos enunciados no son discutibles, en los cuales hay consenso de los ciudadanos, debiera ser la base, el fundamento sobre el cual reconstruir la Argentina. El ethos se pierde cuando la nación se niega a ser ella misma, al renunciar las élites a su tradición, a su espíritu, a su alma, a su función de ejemplaridad, a su liderazgo; cuando los arquetipos son bastardeados, los héroes y patriotas no son reconocidos o se los enfrenta entre sí, el facilismo y la mediocridad son preferidos al esfuerzo y al mérito, el vicio atrae más que la virtud.
Esto obliga a pensar en el ethos de la Argentina: ¿lo tenemos? ¿cómo es? ¿es uno? ¿puede que lo hayamos perdido? ¿podemos recuperarlo? ¿cómo?
El dinero y el mercado, el lucro y el trabajo, son cosas legítimas y necesarias. Pero no son esenciales. Por eso es necesario que tengan un lugar y por eso también es preciso que no se conviertan en causa y razón de la vida humana.
En otras palabras: las cosas humanas, y por tanto las que hacen a la organización social y política, requieren del orden. Pensar la Argentina obliga a preguntarse si nuestra patria está asentada sobre un cierto orden. Ethos y orden, orden y ethos: dos grandes temas para pensarlos de frente a la Argentina.

GRANDES PROBLEMAS NACIONALES
A partir de estas cuestiones principales y su cabal comprensión, puede avanzarse en la identificación de los grandes problemas nacionales. Entre ellos –la lista es enorme- cabe mencionar: la democracia en la Argentina; el régimen político, el sistema real; qué entendemos por República; la defensa nacional, Fuerzas Armadas y de Seguridad; la falta de crecimiento; el diseño del Estado, Su eficacia y su costo; el desprecio por las Instituciones y las normas, la anomia; el embrutecimiento gradual y creciente de los argentinos; la escala de valores de los argentinos: el triunfo económico como paradigma; el hedonismo; el relativismo extendido que socava las bases del lenguaje, de las comunicaciones y de la ética; la crisis que vive la Iglesia.
Frente a los problemas lo primero para resolverlos es reconocerlos e identificarlos, para luego ir a sus raíces, esto es a sus causas. Es insensato enojarse con las consecuencias y defender lo que las produce o genera (las causas). Por lo general esas causas son ideas equivocadas o que se han vuelto locas como decía Chesterton.
A esto se suma que el contexto mundial obliga al estudio en profundidad de la realidad social y política contemporánea. La pregunta es a la luz de qué principios debe llevarse a cabo dicho estudio. La cuestión es particularmente complicada, porque la Argentina carece en los hechos de una política exterior digna de ese nombre. Así, son temas de gran urgencia e importancia y que parecen no importar a nadie entre nosotros: las guerras contemporáneas, que deben ser estudiadas, en especial las que tenemos en los límites de Occidente; las fronteras morales que se ven amenazadas por la revolución tecnológica; el dominio cultural foráneo, el globalismo; la inteligencia artificial como única fuente de conocimiento, vigencia de la verdad; las relaciones comerciales, el Mercosur, la Unión Europea, Asia.
Estas líneas solo pretenden ser una invitación a la reflexión. Si a partir de ella vamos dando respuesta al título, bienvenido sea.

(*) Vocal titular del Instituto de Filosofía Práctica (INFIP). (A la brevedad el Instituto iniciará un curso buscando dar algunas de esas respuestas).