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Pedro Luro, un trabajador incansable

En este camino a los 150 años de Mar del Plata, evocar a Pedro Luro cuyo nombre lleva una avenida de esa Ciudad es un acto de estricta justicia, como bien dijo Julio César Gascón “uno de los tipos casi legendarios y el colono más famoso, sin duda, del pasado épico de la emigración argentina”.

Había nacido en Gamarthe, en los Bajos Pirineos franceses el 10 de marzo de 1820, en el hogar de Jean Luro y Dominga Oficialdegui; era el mayor de los siete hermanos, todos llegaron a la edad adulta y tres de ellos Juan, Mariana y Graciana se establecieron en nuestro país.

Tenía alrededor de 17 cuando las noticias de algunos compatriotas sobre nuestro país, lo estimularon a embarcarse a estas tierras. Como todo recién llegado después de una breve estadía en Buenos Aires marchó al sur de la provincia donde se desempeñó en tareas rurales, asistido por una proverbial fuerza física. Compró un carruaje y con el prestaba el servicio de pasajeros desde la plaza de Monserrat a Barracas, e instaló en sociedad con un cuñado un almacén en Dolores.

Para entonces había contraído matrimonio el 5 de diciembre de 1844 en la parroquia de la Concepción con Juana Pradere, natural de Sare en los Pirineos, hija de Juan Pradere y Juan Etcheto; actuaron como testigos Santiago Errecalde y Graciana Duhalde y el obispo Medrano los dispensó de la lectura de dos de las tres proclamas. En los primeros veintiseis años de matrimonio procrearon 14 hijos, de los que sólo tres murieron de corta edad; cinco en Buenos Aires y el resto en Dolores, alcanzando algunos de ellos las más destacadas posiciones en la vida empresarial y social del país.

 

VISIONARIO Y TRABAJADOR

Fue en las cercanías de esta ciudad donde arrendó un campo apenas poblado por “Dos Talas” que según el contrato recibiría un pequeño monto por árbol que plantara. Fue tal la cantidad de árboles y frutales, que el trabajo superaba largamente el valor del campo, el propietario se negó a pagarlo; Luro recurrió a la Justicia que falló a su favor y fue su primer establecimiento. Conservó la estancia el simbólico nombre de “Dos Talas”, y que sigue cabeza de su descendencia, a través de cuatro generaciones en los hijos y nietos de Horacio Luis de Elizalde Sansinena.

Visionario y trabajador, organizó una tropa de carretas que viajaba al sur de donde regresaban con cueros, arreos de hacienda vacuna y otros productos que le produjeron excelentes réditos. A ello se sumó en 1860 la apertura de un saladero en el Tuyú, y fue el dueño de los saladeros más importantes de su tiempo. Fue uno de los pioneros de la colonización abajo del Río Colorado y en 1863 obtuvo una concesión de 150 leguas cuadradas equivalentes a 375.000 que explotó con eficiencia.

Asociado a Juan Barreiro y Jacinto Peralta Ramos en Mar del Plata, reparó y puso en marcha nuevamente el que había organizado José Coelho de Meyrelles, que se encontraba abandonado. Exportaba cueros y otros subproductos ganaderos, y fue propietario de tres embarcaciones que hacían un activo tráfico entre Mar del Plata y Buenos Aires, llamadas “Paillebot Jueves”, “Viernes” y Sábado”. Con su espíritu de trabajo y organización compró la parte a Barreiro, y comenzó edificaciones en lo que habría de ser la futura ciudad.

Nuestro amigo el Pbro. Carlos Barreiro Peralta Ramos, lo define como “hombre visionario, gran luchador, forjador y emprendedor de Mar del Plata, compra las tierras de mi bisabuelo Juan Barreiro casado con María Mercedes la hija mayor de don Patricio Peralta Ramos, fundador de la ciudad. Esta venta se hizo efectiva, abonándole Luro a Barreiro la suma de 1.125.000 pesos, mediante escritura pública del 7 de noviembre de 1877.

Dueño de las estancias ´Dos Talas´, ´San Carlos´, ´Las Piedritas´, ´San Vicente´, ´La Carolina´, ´San Vicente´, ´San Pascual del Moro´, ´El Sermón´, ´Monte de los Padres´, ´Ls Vigilancia´ y ´Ojo de Agua´”.

 

SENTIDO SOCIAL

A su empresarial debemos agregar el profundo sentido social de ese hombre que venía de un pobre origen en bienes materiales, pero no en espíritu; se encargó en el establecimiento saladeril “San Pedro del Tuyú” de dotar al personal de viviendas dignas, una fonda, una cancha de pelota cerrada para los trabajadores vascos (a los que prefería por su origen) aficionados a ese deporte y una escuela de primeras letras, que fue oficializada por el gobierno

Hemos visto una lata de esquila del establecimiento “Las Isletas” de su propiedad cuando era ya la sociedad Pedro Luro e hijos, que fue la encargada de administrar los establecimientos cuando a partir de 1888 su mente fue ganada por la insania y quedó al frente de todo su hijo el doctor José Luro.

Buscando remedio para su mal, fue llevado a Buenos Aires y luego a París, pero no encontró remedio para su mal, falleció en Cannes el 28 de febrero de 1890. Sus restos fueron sepultados en el cementerio de Lacarre, a apenas tres kilómetros de donde naciera, posteriormente fueron repatriados en inhumados en el cementerio de la Recoleta. En ocasión del 150 aniversario de su fallecimiento fueron trasladados a Mar del Plata, e inhumados en el cementerio de La Loma.

Su nombre adquirió fama entre los extranjeros, el médico francés J. Armaignac que visitó nuestro país entre 1869 y 1874 durante la presidencia de Sarmiento, en su libro “Viajes por las Pampas Argentinas” cuenta que en un paraje conocido como “del moro” pastaban tranquilamente miles de vacunos en esas praderas, pero cuando los buscaban atraparlos por el valor del cuero, el esfuerzo era inútil por el salvajismo de la hacienda y los gastos no daban beneficio alguno; hasta que apareció Pedro Luro, muy adaptado a la naturaleza de la pampa y hábil conocedor de los oficios rurales. Observando el terreno y estudiando las costumbres de los toros, observó que cuando eran perseguidos pasaban siempre por un desfiladero natural que salía a los médanos. Así convino con el propietario tapiar la salida natural y así los más flacos y bravos eran sacrificados por el cuero, mientras que los más aptos eran descornados y formaban grandes tropas que después destinaba a los saladeros”.

Afirma María Sáenz Quesada que “sobre Luro corrieron muchas leyendas”, su nombre como el de otros estancieros eran motivo de comentarios en el Club del Progreso, y en los salones porteños. Bien vale rescatar el nombre de este artífice del progreso en este aniversario de Mar del Plata.