Páginas de la historia

Paul Ehrlich

Desde sus orígenes el ser humano ha enfrentado a diversas plagas que atacaban las defensas naturales de su organismo, provocándole la muerte o causándole lesiones de mayor o menor gravedad, cuando no incapacidades de distinta índole. Tales plagas podían manifestarse de cuatro maneras: atacar a un solo ser humano, es decir una enfermedad individual.
La segunda manera es que se desarrollara una epidemia durante la cual la infección afecta masivamente a una población y avanza por contagios directos o indirectos hasta que se extirpa por inmunización o pérdida de virulencia.
La tercera forma de desarrollarse es la endemia, cuando el morbo permanece localizado en una región geográfica determinada y la cuarta es la más terrible y ocurre al extenderse la epidemia a varios países.
Frente a ese solapado enemigo el hombre ha buscado la forma de enfrentarlo y derrotarlo recurriendo a variados arbitrios. Los inicios de esa lucha se remontan a la prehistoria pudiendo afirmarse que surgió apenas los seres primitivos advirtieron los peligros a que estaban expuestos.
Los paleontólogos hallaron entre reliquias de antiguas culturas, pruebas sobre la práctica de trepanaciones realizadas seguramente con fines terapéuticos para los que se empleaban el agua o sólo los rayos solares.
Entre los medios puestos a nuestro alcance por muchos científicos que dedicaron sus vidas a descubrir cómo prevenir y curar las enfermedades figuran la inmunología y la quimioterapia.
La inmunología estudia la capacidad de reacción orgánica ante el ataque de virus, bacterias u otros agentes similares y la segunda, la quimioterapia abarca el tratamiento de las enfermedades mediante elementos químicos que actúan contra los microorganismos que generaron esas enfermedades, pero sin afectar al paciente.
Precisamente en ambas disciplinas se destacó el doctor Paul Ehrlich, quién sentó los correspondientes principios básicos. Nacido en Strehlen, estado de Prusia, el 14 de marzo de 1854, su capacidad y contracción a los temas investigativos le valieron pronto reconocimiento a partir de los experimento es llevados a cabo acerca de las reacciones que provocaban en el organismo humano la presencia de substancias ajenas al mismo. Como resultado de tales trabajos, entre 1879 y 1883, presentó 37 monografías referentes a patología y terapéutica. Trató de descubrir qué factores participan tanto en los procesos de enfermedad como así en los de inmunología y analizó cómo se originaban algunos bacilos tales como el de la difteria que ha podido ser exitosamente combatida mediante la vacunación.
De estos experimentos surgió la inquietud por averiguar cuál era el microbio que causaba la sífilis y tratar de hallar un remedio apropiado. Y un 22 de julio de 1910 el médico alemán Paul Ehrlich, que tenía en ese momento 56 años, comunica que ha descubierto el salvarsan, una sustancia capaz de curar la sífilis. La terrible enfermedad debe su nombre a un personaje de ficción.
En 1530 un científico, Fracastorio, escribió un poema en el que el personaje principal era el pastor Skyphilo, castigado por los dioses con la enfermedad. La sífilis se extendió por toda Europa durante el siglo XV y después pasó al Asia y al resto del mundo. Por tratarse de una enfermedad de transmisión sexual, su historia está intimamente ligada a la moral, costumbres y prejuicios de cada tiempo y lugar.
En muchas cortes europeas, príncipes y nobles padecían la enfermedad sin ocultarla. Pero la relación entre acto sexual, pecado y castigo fue tan fuerte que la sífilis se constituyó en un tabú innombrable, un mal secreto que por esa misma razón se difundió con mayor intensidad.
Durante mucho tiempo la enfermedad se reconoció solamente por sus síntomas exteriores y la única terapia que se aplicaba era inyectar, vaporizar o frotar al paciente con mercurio, aunque muchas veces este remedio terminaba con el enfermo antes que con el mal. Recién en 1907 se descubrió una forma certera de detectarla, mediante una reacción en sangre.

COMBINACIÓN 606
Por esa misma época el doctor Ehrlich comenzó a ensayar un tratamiento con derivados del arsénico y por fin la combinación 606, llamada salvarsan, demostró ser eficaz. Pero la cura definitiva solo se logró con el descubrimiento de la penicilina.
Por un tiempo se pensó que la sífilis estaba en camino de ser derrotada definitivamente. Sin embargo, aunque su lugar mortal y simbólico fue ocupado por el sida, las estadísticas mundiales muestran que está muy lejos de desaparecer. Lamentablemente y cuando aun podía esperarse mucho de su privilegiado cerebro, Ehrlich murió un 20 de agosto de 1915 en la ciudad alemana de Bad. Tenía 61 años. Y un aforismo para este grande de la ciencia: “Los espíritus superiores no necesitan vencer. Necesitan dar”.