Acuarelas porteñas

Panegírico cinematográfico

En aquellos años de pantalón corto, y a pesar de ser socio de la institución, yo no sabía que el Club Estrella de Maldonado había sido fundado el 1.º de julio de 1934. Se hallaba, y sigue hallándose, en la avenida Juan B. Justo, entre El Salvador y Honduras, es decir en el entonces humilde barrio, ahora rebautizado como Palermo Hollywood.­

Desde mi nacimiento en la primavera escorpiana de 1942, yo vivía en la calle Costa Rica, a sólo cuatro cuadras del club. En éste intenté -con fracaso rotundo- aprender a jugar al básquet, y hasta participé en algún campeonato interno como jugador, en el que mis pésimas actuaciones me habrían consagrado -lo consigno sin vanidad- con el merecido título de El Peor Basquetbolista del­

Universo Visible e Invisible.

Durante el verano, y -según creo recordar- una vez por semana, se proyectaban películas en el patio del club, para lo cual se desplegaba, a modo de platea, un ejército de sillas plegadizas, escrupulosamente retiradas al concluirse la función. Yo era asiduo concurrente a tales espectáculos.

Y aquí quería llegar.­

­

PRIMER DESLUMBRAMIENTO­

­En una de tantas funciones conocí la película Cuidado con las imitaciones, estrenada en cines en 1948. El elenco estaba constituido por el conjunto de cómicos de La Cruzada del Buen Humor, creada por Tito Martínez del Box; el guión pertenecía a Máximo Aguirre y la dirección se debía a Luis Bayón Herrera.

A los integrantes de la Cruzada se les sumaban algunos otros actores y la exuberante presencia protagónica de la actriz, cantante y bailarina cubana Blanquita Amaro.­

Desde luego, adquirí estas informaciones muchísimos años más tarde. En aquella primera oportunidad, inocente de toda erudición, me limité a desternillarme de risa con las graciosísimas peripecias que me brindaban, desde la pantalla en blanco y negro, esos actores duchos en el arte de la imitación y la caricatura.

No fue ésa la única función en que el club nos regaló tal película, de manera que, con todo gusto, volví a presenciarla cuando se repitió el programa. Sin embargo, después de tales ocasiones, década de 1950, nunca más la fortuna me permitió revisitar aquellas queridas escenas, muchas de las cuales pervivieron en mi memoria hasta el día de hoy.

Hasta que...­

­

60 AÑOS NO ES NADA­

­Loado sean Internet y YouTube. Merced a ellos, pude ver -con ojos menos ingenuos- Cuidado con las imitaciones unas cuantas veces. Y, lejos de desvanecerse aquel placer de mi infancia, se acrecentó aún más, y llegué a la conclusión de que dicha película constituía una de las cumbres indiscutibles del llamado "séptimo arte''.

Basado su argumento en un típico juego de enredos, con algún toque policial, discurren por él multitud de, ¿cómo llamarlos?, disparates inteligentes o arbitrariedades sutiles. Por ejemplo, Astro, caballo cuya velocidad se multiplica al oír el ruido del escape libre de un automóvil. Más extraño aún, el hecho de que, en La Jeringa, stud de Las Cañitas, el caballo reciba la inspección de "Chico, Harpo y Groucho Marx'', encarnados por Rafael Carret, Jorge Luz y Zelmar Gueñol.­

­

SUTILEZAS Y SURREALISMO­

­Así como en Hamlet tenemos "teatro dentro del teatro'', en Cuidado con las imitaciones asistimos al "cine dentro del cine'', ya que podemos contemplar cómo se filman las secuencias de una película. Estas escenas son desopilantemente absurdas y, tal como en épocas pretéritas, volvieron a provocar mis carcajadas.

Están interpretadas por "Libertad Lamarque'', señora cantarina que, casada con "Luis Sandrini'', tiene un amante, que no es otro que "Pedro López Lagar''. Acogotado este archiduque español por el marido tartamudo y furioso, yace en el suelo, y entonces es indispensable convocar a un médico, misión que cumple la hija del matrimonio, es decir "Mirtha Legrand''. Acude el médico,­

"Alberto Castillo'', con maletín y delantal blanco, y, mientras no deja de entonar, en elevadísimos decibeles, parte de su repertorio, somete al moribundo galán a un curioso tratamiento de resucitación. (1)

Unos instantes más tarde Rafael Carret, poniéndose en la piel de Leopold Stokowski, "dirige'' magistralmente la interpretación orquestal de la rossiniana obertura de El barbero de Sevilla, parodia que le sirve para trasmitir "información sensible'' sobre delicado asunto.

Desde la inicial, y durante abundantes escenas de la película, aparece, imperturbable y silencioso, un hombre calvo, de baja estatura, que viste guardapolvo blancuzco y porta valija oscura de generoso tamaño. Nadie sabe quién es ni qué función cumple, y este misterio se aclara recién en la última escena. Guardaré silencio, ya que prefiero invitar al lector a que visite YouTube y, aunque la imagen y la acústica disten de ser perfectas, goce de unos ciento veinte minutos de sano humorismo e ingenio creador.­

­(1) Los tres actores que asumen las personalidades de los caballeros son, en este orden, Arístides Soler, Zelmar Gueñol y Guillermo Rico. Lamento no estar en condiciones de determinar qué actrices han representado a las dos damas. Es muy probable que algún lector experto en cine nos suministre estos datos.­