ACUARELAS PORTEÑAS

¿Otro crimen edilicio?

La Iglesia de Santa Catalina y su Convento contiguo se enclavan en el centro histórico de Buenos Aires y –valga la redundancia– han sido declarados monumentos de ese carácter: histórico. 

Resulta que en la manzana en la que se sitúan, rodeada por las calles San Martín, Viamonte, Reconquista y por la Avenida Córdoba, existe un vasto descampado en el que funciona una playa de estacionamiento. 

Si el nuestro fuera un país que guardara respeto por su historia y por los edificios que la alojan, haría mucho que ese inmueble se habría transformado en parque. El cual daría el marco adecuado a tan caros testimonios de nuestra historia. Que datan nada menos que de 1745, época de la cual pocos vestigios nos quedan.   

Para colmo, en estos días los medios informan que ese lote estaría por venderse –o se habría vendido ya– para edificar un templo mormón. El precio, dicen, se acercaría a los 30 millones de dólares. 

Que ni el gobierno nacional, ni el de la Ciudad de Buenos Aires, hayan sido capaces de expropiarlo para transformarlo en espacio verde demuestra su desinterés por la tradición patria. Y también por nuestra actualidad, de la cual es imposible desgajarla. Amén de lo cual, la suma aludida es insignificante en comparación con las que esas autoridades malgastan en rubros que, por lo menos, son totalmente prescindibles.  

Si, como afirmaba Ortega y Gasset, el presente es un venir desde y un ir hacia, malo es el nuestro si persistimos en ignorar –o en olvidar - de dónde venimos. Porque tal Iglesia y tal Convento, datan de 1745 época de la cual poquísimos edificios quedan en todo el país. 

Además, en 1807 fueron empleados como hospital para los heridos en la segunda invasión inglesa, atendiéndose en ellos tanto a los nuestros como a los soldados enemigos. Y gesta heroica si las hay fue la victoria contra esa potencia invasora, matriz de nuestra independencia.  

Un templo mormón, cuyo proyectado tamaño no conocemos -y que tal vez podría deslucir a tan preciados testimonios de nuestro credo fundacional y de nuestra historia– no es necesario que sea emplazado justamente allí. La libertad de cultos que impera entre nosotros de ningún modo se vería afectada si se lo edificara en otro lugar. 

Por otra parte, desde un punto de vista urbanístico, también importante, dada la carencia de espacios verdes de nuestra ciudad, un parque allí le vendría de maravillas.

Sería ejemplar que quienes allí piensan construir el templo mencionado, tengan en cuenta este razonar, que es el de casi todos los porteños, desistan de hacerlo en ese lugar y lo hagan en otro. Porque muchos de quienes profesan otros cultos, que no el fundacional, no hallaron en otros países la libertad y la hospitalidad que les brindó el nuestro.

Finalmente, es de desear que las distintas entidades que se han manifestado en favor de que se cree allí un espacio público convoquen a un abrazo solidario alrededor de tan importante monumento histórico. Tal vez sirva para que autoridades y privados entren en razones.