Razón y Fe

Otra Cuaresma...y van

¡Otra Cuaresma, y van...! Otra ocasión de Gracia, como la que todos los años nos es concedida. Alguna de ellas puede ser decisiva en la orientación de nuestra vida hacia la santidad. ¿No podrá ser ésta, que estamos transcurriendo?

El sentido de la Cuaresma se expresa simbólicamente en el rito antiquísimo de la imposición de la ceniza. Se prescriben para éste dos fórmulas. La primera es: "Recuerda que eres polvo, y al polvo volverás". Se trata de la sentencia pronunciada contra el hombre después del primer pecado. Así figura en el texto bíblico: "Porque hiciste caso a tu mujer y comiste del árbol que yo te prohibí, maldito sea el suelo por tu culpa. Con fatiga sacarás de él tu alimento todos los días de tu vida. ƒl te producirá cardos y espinas y comerás la hierba del campo. Ganarás el pan con el sudor de tu frente, hasta que vuelvas a la tierra, de donde fuiste sacado. ¡Porque eres polvo, y al polvo volverás!" (Gn 3, 17-19). Es lo que corresponde al Adam, que fue modelado con arcilla del suelo, la adamá, y recibió en su nariz un aliento de vida (Gn 2, 7). En el Antiguo Testamento se encuentran numerosas expresiones, bien elocuentes, acerca de la fugacidad de la vida humana.

La otra fórmula de la imposición de la ceniza asume la predicación del Bautista, y la predicación inicial de Jesús, que coinciden: "¡Conviértanse, porque está cerca el Reino de Dios!" (Mt 3, 2; 4, 17); Jesús añade: "El tiempo (kairós) se ha cumplido (pepl?r?tai) (Mc, 1, 15). Cada Cuaresma es un kairós, un tiempo oportuno que Dios nos ofrece, al cual debemos entrar con nuestra respuesta a la exhortación metanoeite; la conversión es un acto puntual que se ejecuta de una vez por todas, una decisión que ha de prolongarse como actitud permanente en un estado. La palabra metánoia incluye una dimensión que podríamos denominar "intelectual"; equivale a cambiar la manera de pensar, de mirar y concebir la vida, el mundo, y a nosotros mismos.

El llamado a la conversión implica el reconocimiento del pecado por parte de aquellos a quienes está dirigido el mensaje.

En "Los hermanos Karamázov", obra maestra de Fiódor Dostoyevski, aparece un concepto que podemos considerar en continuidad con lo que acabo de escribir. Un personaje circunstancial de la novela -personaje torturado por un crimen que ha cometido en el pasado- llega a decir: "Cada hombre es culpable por todos y por todo, aparte de serlo por sus propios pecados. cuando la gente haya comprendido esta idea, empezará para ella el Reino de los Cielos, ya no en sueños, sino en la realidad". La novela, que es una maravilla literaria, refleja el alma rusa, violenta y mística, en cuyos repliegues se asienta el cristianismo de la Ortodoxia. El concepto antedicho, que el reconocimiento del pecado y la solicitud del perdón abran el camino del paraíso, se encuentra en otro pasaje.

Un joven hermano del starets Zósima, padre espiritual de Aliosha Karamázov (el menor y sinceramente cristiano de los tres hermanos), poco antes de morir de tuberculosis, a los 17 años, santamente, después de una verdadera conversión y confortado por los sacramentos de la Iglesia, dice a su madre, según recuerda y relata el starets: "Madrecita, has de saber que en verdad cada persona es culpable ante todos, por todos, y por todo". Lo decía, exultante de amor, a los criados, a los amigos, a "los pájaros del Buen Dios": "perdonadme también vosotros, porque también ante vosotros he pecado".

"Que sea yo pecador ante todo; en cambio todos me perdonarán, y eso es el paraíso". No es cuestión de examinar estos dichos con lupa teológica; en mi opinión encierran una verdad profundamente católica, ortodoxa por verdadera, y por su sabor oriental. Yo la resumiría así: el pecado mancilla la creación, la envejece, la entristece, y únicamente el arrepentimiento la restaura.

La Cuaresma es como el desierto, un tiempo de desierto en el que debemos probarnos a nosotros mismos. Descubrir cómo y en qué somos tentados. Uno de los temas de meditación cuaresmal son las tentaciones a las cuales el Señor no vaciló en someterse, ya que fue llevado por el Espíritu.

En la constitución conciliar Gaudium et spes leemos que el hombre "está dividido en su interior. Por eso, toda vida humana, singular o colectiva, aparece como una lucha, ciertamente dramática, entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas" (GS, 22). El diablo aprovecha esta situación e intenta que no nos apoyemos en Dios, sino en nuestro propio arbitrio, y en "el mundo", con la falacia de sus promesas que nunca se cumplen, o con la oferta de su poder, el del progreso social, político o económico. 

La tradición bíblica y litúrgica presenta como obras cuaresmales el ayuno, la oración y la limosna. San León Magno, en su Sermón 6 de Cuaresma, dice a este propósito: "Lo que cada cristiano conviene que haga en todo tiempo, debe ahora asumirlo con mayor solicitud y entrega". La razón o el fin de realizarlos en la institución apostólica de los cuarenta días, ha de cumplirse mediante el ayuno, que no es tanto parquedad en los alimentos, sino privación de los vicios. Además, al ayuno han de unirse las obras de misericordia, y el amor a Dios y al prójimo, ejercido con voluntad plenamente libre. Notemos que la limosna se dice eleemosynarum opera; el genitivo nos recuerda el eléison de la Misa, la piedad que imploramos de Dios, y nosotros ejercemos con el prójimo.

Vuelvo a mi planteo del comienzo: el tiempo propicio para volver a Dios, y a lo mejor de nosotros mismos. De cómo haya sido nuestra comprensión y nuestra decisión de vivir el kairós de esta Cuarentena dependerá la entonación vital de nuestro aleluya en la próxima Pascua.

* Académico de Número de la Academia Nacional de Ciencias Morales y Políticas. Académico de Número de la Academia Provincial de Ciencias y Artes de San Isidro. Y Académico Honorario de la Pontificia Academia de Santo Tomás de Aquino (Roma).