Ostras y champagne en la vida de Chéjov

La vida de Chéjov estaba llegando a su final, minado por la tuberculosis, y fue entonces que se percató que había cosas, muchas cosas, que no había hecho hasta entonces...
Médico de profesión, Antón Chéjov comenzó a escribir mientras cursaba la carrera en la Universidad de Moscú, para costear sus estudios. Lo hizo primero con relatos cortos y humorísticos bajo distintos seudónimos. De hecho, se han perdido muchos de sus textos originales, y se desconoce cuántas obras escribió realmente.
Su originalidad, la descripción psicológica de sus personajes y los monólogos que prefiguran el diálogo interior de James Joyce le ganaron pronta reputación, así como el Premio Pushkin en 1887, por su drama Ivanov.
Para ese entonces, ya percibía los primeros signos de la enfermedad que lo llevaría a la tumba. Siguió escribiendo y ejerciendo su profesión, además de realizar tareas humanitarias, como conseguir alimentos para niños en zonas carenciadas.
Sus obras teatrales La Gaviota, Tío Vania, Las tres hermanas y El jardín de los cerezos le otorgaron prestigio en su país, que se volvió mundial cuando, después de su muerte, fueron traducidas al inglés e inspiraron a escritores como Tennessee Williams y Arthur Miller.
Chéjov recurría al “realismo psicológico” que impregnaba  su obra, presentando la compleja condición humana sin emitir juicios de valor ni ofrecer soluciones. Solo se limitaba a exponerla con la exquisita semiología de un médico experimentado.
Estos recursos fueron clave para el  éxito de Chéjov , convertido en un espectador del mundo desde su condición de observador omnisciente.
A pesar del empeoramiento de su condición física, pidió y obtuvo permiso para viajar a la isla de Sajalín, donde se había instalado una colonia penal, conocida como la antesala del infierno. Tardó más de 80 días en llegar por tierra y prefirió regresar por mar, atravesando el océano Índico, para recuperarse del golpe emocional que significó ver las cárceles del fin del mundo, un tema que Solzhenitsyn retomaría un siglo más tarde, relatando la experiencia sufrida en carne propia. A Chéjov le llevo cinco años escribir lo que había visto 
En ese tiempo conoció a Tolstói, y aunque este era una figura reverenciada en Rusia y el mundo, Chéjov no compartía la tendencia del viejo escritor a hacer juicios morales sobre sus personajes. Antón era proclive a presentarlos como los veía, sin juzgarlos y, menos aún, condenarlos.
Su prestigio como escritor crecía al igual que su enfermedad. Sin embargo, nunca dejó de ejercer la medicina. Decía que esta era su esposa y la literatura su amante. Y si de amantes hablamos, Chéjov mantuvo una larga relación con la actriz Olga Knipper.
Cuando su colega, el Dr. Shchurovsky, le dijo que ambos pulmones estaban comprometidos, decidió viajar a Yalta, donde el clima más benigno favorecía su salud. Allí solía pasar mucho tiempo con su amigo Gorki, con quien debatía sobre los problemas políticos de Rusia. 
En 1901 decidió viajar a Ufá, una provincia del sureste de Rusia. Lo acompañó Olga. En un momento, Chéjov le comentó que no se casaba con ella por su mala salud, pero ella insistió que siempre lo había amado y quería formalizar su relación. Se casaron el 25 de mayo de 1901.
Tres años más tarde, la salud de Antón no mejoraba. Consultó con un médico alemán que le recomendó tomar baños en su spa de la Selva Negra, en Badenweiler. Antes de la era antibiótica, no había mucho que hacer con los tuberculosos, más que enviarlos a climas templados para ver si el tiempo benigno les daba algunos días más de vida. Las terapéuticas eran limitadas: tomar baños termales, dietas con leche de burra o cualquier otro tratamiento que alentase alguna esperanza.
En el spa, a Chéjov, le recomendaron una dieta a base de cocoa y sopa de avena. A pesar de sus protestas  y esta “dieta estúpida”, comenzó a sentirse mejor.
Estando allí, sufrió un ataque cardíaco. Inmediatamente le inyectaron morfina y administraron oxígeno. Al día siguiente tuvo otro ataque. Pidió ver a un doctor, que llegó a las 2 de la mañana del 2 de julio.
Este le dio una dosis de alcanfor, más oxígeno, y le recomendó tomar una copa de champagne. Curiosa indicación que Chéjov cumplió sin protestar. Pidió que se le sirvieran una copa,  tomó un sorbo y le dijo a su mujer:
 –Hace años que no bebo champagne… debería haberlo hecho más seguido.
A las 3 de la mañana, Chéjov murió al lado de Olga.
Su ataúd fue enviado a San Petersburgo en un vagón de tren refrigerado que, irónicamente, llevaba escrito “Ostras frescas”.
Una multitud, encabezada por su amigo Gorki, fue a recibirlo y acompañar su féretro al Cementerio Novodévichi.