Osadías de un estilista decadente

Cobra

Por Severo Sarduy

Cuneta. 210 páginas

La tercera de las siete novelas del cubano Severo Sarduy (1937-1993), Cobra, que hoy ha vuelto a circular en una nueva edición, ilustra cabalmente las preocupaciones literarias de su autor, sus ejercicios de estilo y el impulso que, a partir de su propia obra creadora y sus influyentes ensayos críticos, potenció la valoración del llamado “neobarroco latinoamericano”.

Sarduy repudiaba la noción misma de relato y escribía apoyándose en la idea de que las palabras valían por los sentidos que despertaban y hasta por la sensualidad que se desprendía de ellas. Era un hijo remoto de Góngora y un discípulo confeso de José Lezama Lima, en quien veía a un maestro y un modelo. Emigrado a Francia en 1960 para estudiar arte en el Louvre, agregó a su opulento árbol familiar el estructuralismo de Roland Barthes.

En razón de esas filiaciones poco le importaban los significados y las tramas. Algo que es muy evidente en Cobra, acerca de cuya “anécdota”, por llamarla de alguna manera, se han tejido diferentes interpretaciones, varias de las cuales, como suele ocurrir, llegaron a sorprender al propio autor, que al parecer se había propuesto metas más humildes que las imaginadas por las mentes afiebradas de sus exégetas incondicionales.

Si hay un núcleo narrativo en la novela es el del esfuerzo desquiciado de un travesti por achicarse los pies para asimilarlos mejor a los de la mujer que pretende representar en un rocambolesco espectáculo nocturno. De ahí en más, el delirio, la sordidez, la sexualidad desbocada, el crimen, la bestialidad, el absurdo, la exuberancia del idioma, y una filosofía más o menos budista se adueñan de páginas ante las que el lector progresivamente va quedando de lado.

En los mejores momentos pueden leerse párrafos como el siguiente: “Raíces aglutinadas los troncos; lianas deshechas abrazan las ruinas. La maleza ha invadido los fuertes de la capital abandonada. Pájaros anidan en la zarza que ciñe los capiteles, por los desagües de las albercas huyen ardillas negras. El monzón y la seca han resquebrajado los muros que sepulta el polvo. Monos furiosos derrumban piedra por piedra los minaretes, arrancan lacerías y letras”.

La recuperación de la novela en este tiempo, algo más de medio siglo después de su publicación original en 1972, viene apoyada por un evidente cambio de época. Lo que en aquel entonces era subversivo hoy es moneda corriente. El erotismo decadente y degradado del estilista cubano pasa ya por la normalidad aceptada, que incluso proscribe y persigue toda objeción y hasta la mera duda. Sarduy podría haberse convertido en el inesperado escritor oficial de un nuevo orden opresor.