El latido de la cultura

Oppenheimer, sugerentes señales en una película

El largometraje Oppenheimer ha sido –y sigue siendo– un magnifico éxito de taquilla. Interesante fenómeno psicosocial si se tiene en cuenta que se trata de una película que se ocupa de la compleja, angustiante y desgarradora existencia de un científico teórico enfrentado tanto a los vaivenes de la política, como al desafío de penetrar horizontes hasta el momento desconocidos para la Ciencia mientras vive a avatares familiares y amorosos que le acarrean tanto problemas como satisfacciones.
Hay, empero, un algo más en el film que –tal como indicaron los críticos y comentaristas al momento del estreno– a pesar de tener una duración de tres horas (lo que, de antemano, se vivencia como excesivo en este siglo XXI donde todo es inmediatez) pareciera que no ha transcurrido más de una hora cuando las luces del cine vuelven a encenderse.
¿Qué es, entonces, lo que atrapa tanto al espectador hasta hacerle perder el sentido del tiempo? Podrá responderse que esto ocurre por la excelencia de la dirección, del guión, de los escenarios, la diestra labor de los protagonistas. Sí. Pero no alcanza. Hay más. Y ese más, se encuentra en lo que he llamado “las sugerentes señales” incluidas en la película.

SALTO AL VACIO
Tal vez, la más destacada e impactante, sea conocer que al momento de hacerse la primera explosión nuclear (16 de julio de 1.945) los científicos no habían podido dar total seguridad que eso no habría de provocar una reacción tal que fuera capaz de incendiar toda la atmósfera terrestre, destruyendo el planeta por completo en escasos minutos.
No es poco –para el espectador desprevenido– tomar consciencia de esto. En general, es algo sobre lo que hablan los relatos que versan sobre los primeros experimentos de explosiones atómicas. Se da por supuesto que todas las variables posibles habían sido estudiadas al detalle y que el experimento no podía acarrear peligros graves.
Otro asunto. Ya desde el inicio, el film –en boca de Oppenheimer– hace referencia a la Física Cuántica. Y eso sorprende a quien no está bien informado, pues lo usual es suponer que la Física Cuántica es un hallazgo de la Ciencia del siglo actual. Pues no lo es. Aunque se haya puesto de moda en la actualidad.
También hay algunos comentarios sobre “los agujeros negros”, de los cuales Oppenheimer dedujo su existencia, de manera teórica, sin haber hecho ninguna observación astronómica a través de telescopio o instrumento alguno. Su despliegue mental le hizo entender que tales objetos cósmicos tenían que existir.

CON EINSTEIN
Durante la película hay varios encuentros entre Oppenheimer y Albert Einstein. Uno en particular, escueto, es –empero– muy relevante. El creador de la Teoría de la Relatividad le dice a su colega que ambos no creen en las matemáticas. ¿Qué quiere significar con esto? Claramente que con lo que ambos trabajan es con su propia imaginación, indagando los contenidos que aparecen en sus laberintos mentales, creaciones fantásticas que se les surgen mientras sueñan, caminan o de manera repentina. En numerosas oportunidades el film exhibe esto a través de imágenes que pretenden transmitir al espectador que el saber surgido proviene de profundidades del psiquismo de estas personalidades extraordinarias.
Otra escena de gran valía es cuando, a sólo dos meses después del estallido de las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki (ocurridos el 6 y 9 de agosto de 1945, respectivamente), el físico se reúne con el presidente de los Estados Unidos Harry S. Truman. Como tal es de presuponer que se trata de la persona mejor informada sobre lo que está ocurriendo en el mundo. En particular, si nos referimos a lo que estuviera haciendo la Unión Soviética que, en esos tiempos, era la otra gran potencia.
La reunión acontece en la Oficina Oval. La idea es conversar sobre la posibilidad de una posible guerra nuclear futura con la URSS. Es allí cuando el presidente Truman –muy enfático– restó importancia a las preocupaciones de Oppenheimer, asegurándole que los soviéticos nunca estarían en condiciones de tener su propia bomba atómica. ¡Un notable error! Queda abierto el interrogante: ¿Cómo es posible que Truman estuviera tan mal informado? Fue así que, apenas pasados cuatro años de Hiroshima y Nagasaki, el 29 de agosto de 1949, Joseph Stalin anunció que los soviéticos habían probado su primer dispositivo nuclear en un remoto lugar situado en las estepas remotas de lo que hoy es Kazajistán. Probándose, así, que Truman había estado totalmente equivocado y que las sospechas de Oppenheimer sobre que se estaba en el inicio de una carrera nuclear con el consiguiente peligro de una futura guerra en la que estas armas fueran utilizadas, eran ciertas.

EL DESTRUCTOR
En algún momento, el protagonista se describe a sí mismo de esta manera: “Ahora, me he convertido en la Muerte, el destructor de mundos.” Y, en efecto, así solía decir de sí mismo Oppenheimer. Es interesante señalar que esta frase se encuentra en las escrituras hindúes, más precisamente en el Bhagavad Gita. Es cuando Vishnu busca persuadir al Príncipe de que debe cumplir con su deber y, para impresionarlo, adopta su forma de múltiples brazos y, es allí cuando manifiesta tal frase. Oppenheimer leía varios idiomas, entre ellos el sánscrito y conocía bien los libros sagrados de la India.
Hacia el final de la película, hay un político corrupto que está aguardando una votación del Senado de los Estados Unidos. Su asistente personal llega con el resultado y le comenta que ha habido tres senados que se abstuvieron. Y allí una delicada “perlita” en el guión, cuando señala que uno de quienes se han abstenido, es un joven inquieto, de nombre John F. Kennedy.