BALANCE DE UN PONTIFICADO QUE QUIERE SER UNICO EN SU ESPECIE

Once años con Francisco (y II)

A la construcción de una Iglesia light que pacta con el mundo, expuesta en la primera parte de esta nota, publicada la semana pasada, le sigue ahora la división de los fieles, el derecho a resistir a un pontífice y la delicada cuestión de si es Bergoglio un papa herético.

POR LIC. JUAN CARLOS MONEDERO (H) *

No se puede analizar este pontificado si se omite la dimensión psicológica del alma de Jorge Mario Bergoglio.

Los argentinos ya sabíamos de su falta absoluta de escrúpulos. Alertamos ya desde el 2013, en cuanto llegó al Trono de Pedro, cuando era totalmente impopular decirlo. Hoy la situación es distinta y muchos de los que defendían cerradamente a Francisco han abandonado tal posición.

Este fenómeno merece ser destacado: los buenos católicos, aunque “papólatras”, empezaron defendiendo a capa y espada a Francisco porque creyeron que se repetía la situación del siglo XVI: los malos allá, los buenos aquí; los que critican al papa son malos, los que defendemos al papa somos buenos y ya.

Personalmente creemos que quizás carecieron de ciertos libros claves para darse cuenta que la situación era otra. Tal vez nadie puso en sus manos La Iglesia Ocupada, Iota Unum, El Rin desemboca en el Tíber, Complot contra la Iglesia y tantos otros.

Desde hace algunos años, atropellados por este Pontificado, muchos de ellos afortunadamente han modificado sus posiciones.

Seguramente después de mucha agua bajo el río, las constantes ambigüedades de Francisco terminaron por desengañarlos.

Pero finalmente, superaron esto o muchos se pasaron al

bando auténticamente católico, el cual –con Santo Tomás– sabe que los prelados no deben desdeñar “ser corregidos por los inferiores y los súbditos”. Y que, además, los súbditos no deben temer “corregir a los prelados, principalmente si la falta es pública y redunda en perjuicio del pueblo”, como dice el Aquinate en su comentario a la carta de San Pablo a los Gálatas.

En la Suma Teológica, agrega: “Hay que tener en cuenta, no obstante, que en el caso de que amenazare un peligro para la fe, los superiores deberían ser reprendidos incluso públicamente por sus súbditos”, a imagen de San Pablo en el episodio con San Pedro (Gálatas 2, 11-16).

En ese sentido, cabe recordar las palabras de Melchor Cano: “Pedro no necesita nuestra adulación. Aquellos que defienden ciega e indiscriminadamente cada decisión del Sumo Pontífice son los que menoscaban la autoridad de la Santa Sede: destruyen, en lugar de fortalecer sus cimientos”.

A su turno, Francisco de Vitoria supo decir: “si el Papa con sus órdenes y sus actos destruye la Iglesia, se le puede resistir e impedir la ejecución de sus mandatos”.

San Roberto Belarmino escribió: “Así como es legal resistir al Papa si asaltara la persona de un hombre, es lícito resistirlo si asalta las almas o perturba al estado o se esfuerza por destruir la Iglesia”.

El gran Francisco Suárez dejó publicado: “Si el Papa dictara una orden contraria a las buenas costumbres, no se le ha de obedecer; si tentara hacer algo manifiestamente opuesto a la justicia y al bien común, será lícito resistirle; si atacara por la fuerza, por la fuerza podrá ser repelido”.

Finalmente, escuchemos a Tomás Cardenal Cayetano: “Usted debe resistir de frente a un Papa que abiertamente desgarra la Iglesia, por ejemplo, al rehusar conferir beneficios eclesiásticos, excepto por dinero o intercambio de servicios… caso de simonía, que aun cometido por el Papa, debe ser denunciado”.

OBSECUENTES

Los obsecuentes tomaron, y siguen tomando, otro camino. Entre ellos, los hay progresistas y ortodoxos. Es bastante sabido que Francisco gobierna la Iglesia con mano de hierro y hace sentir –a todos– su autoridad.

Los arrastrados callan las arbitrariedades de este hombre sencillamente porque el Papa los tiene agarrados, su trabajo depende de que no entiendan que Francisco es un déspota, y ya sabemos que el dinero y las necesidades apremian –sobre todo en la Argentina– y que el plato de comida no es gratis.

Parece que algunos institutos también están condicionados, flojos de papeles o tienen escándalos sexuales ocultos, y entonces tienen que “marchar derechitos”. No pueden cuestionar el Pontificado, no sea que Roma mande un Comisario y haga saltar todo por el aire.

Los once años del Pontificado ilustran una situación altamente dramática. Los que denuncian la verdad están siendo perseguidos por los propios hermanos católicos –no por ateos militantes y fanáticos comunistas–, que prefieren quedar bien con el Papa antes de decir “El Rey está desnudo”, cuando es evidente que el Pontífice ha hecho y deshecho contra la tradición católica.

Las limitaciones a la Misa Tridentina lo prueban acabadamente, restricciones que –según dijo el propio colaborador del difunto Benedicto XVI– “rompieron el corazón” del entonces Papa Emérito.

ESTRATEGIA

Más de una década permiten exponer una radiografía de sus estrategias de confusionismo mental. Permítasenos la reiteración a fin de que quede bien explicitada la maniobra:

• Paso 1: decir o dejar que otro diga por él una barbaridad cuasi herética.

• Paso 2: escándalo en los medios de comunicación. Discusión, debate, la gente toma postura, que dijo esto, que no lo dijo, que no es lo que quiso decir, que no quiso dar a entender eso pero lo insinuó aunque no lo terminó de decir.

• Paso 3: luego de una semana o dos de mucho daño y mucha confusión, el Vaticano o alguna dependencia eclesiástica publica alguna retractación –tibia, incompleta e insuficiente– cuya circulación representa el 1% de la circulación de la heterodoxia originaria.

• Paso 4: los católicos conservadores, de buena doctrina en general pero papólatras, se agarran de esas migajas para poder seguir mintiéndose a sí mismos y mantenerse engañados en que “el Papa es bueno y el problema son los medios de comunicación que lo tergiversan”.

Esta estrategia se repitió una y otra vez, conformando el esquema de “Dos pasos Adelante, Uno Atrás”, ideal para debilitar en el pueblo católico la conciencia de la verdad e irlo preparando, lenta pero inflexiblemente, a cambios más drásticos.

¿ES HERÉTICO?

Llegando al final de este documento, no podemos sino hacernos en voz alta esta pregunta: ¿es el Pontificado de Francisco herético? ¿Es Francisco un hereje? ¿Estamos ante un Papa formalmente hereje?

Son muchos los que se vienen preguntando esto y consideramos prudente explicitar aquí nuestra opinión hasta el momento, salvo mejor argumento.

Un hereje es quien impulsa una herejía, ya sea material o formal.

Una herejía es un cuerpo de afirmaciones definido, cerrado, con límites estipulados. Tuvimos muchas herejías en la historia de la Iglesia: el arrianismo, el nestorianismo, los protestantes…

Para que una persona sea considerada hereje, tendría que promover una herejía, esto es, una doctrina definidamente falsa, de nítidos perfiles, que no negocie, que no transe, que no se refugie en la ambigüedad (por lo general, los herejes se sentían ortodoxos y acusaban en voz alta y abiertamente a la Iglesia de estar en el error).

Si lo que caracteriza a la herejía es constituir un cuerpo de afirmaciones cerradas, con límites claramente definidos, nos vemos obligados a concluir –a la luz de la evidencia– que esto no es lo que Francisco impulsa.

No estamos en el siglo IV frente a arrianos honestos. Tampoco estamos en el siglo XVI, con un Lutero que defendía sus tesis a muerte y que no se aprovechaba de los vagos matices de significado.

Este Pontificado no impulsa cuerpos de doctrinas “equivocadas”, que puedan ser sometidas a una crítica racional, que tengan consistencia y sean compactas.

Creemos que asumir el pontificado de Francisco de manera “esencialista” –como si él viniera a sustituir una doctrina verdadera por otra falsa– sería un error de diagnóstico trágico.

Casi diríamos que Bergoglio, si diese el paso pronunciar una herejía redonda, abierta, cometería un grave error en el marco del plan que se ha trazado. Por eso, Francisco no es la herejía. Es el aloguismo: es el a-logos, el sin logos, la falta deliberada del logos griego.

No es que no haya un coqueteo con la herejía, lo hay, pero esta nunca termina de decirse con todas las letras.

Los once años de Francisco no constituyen la implantación de una tesis herética que rivalice con la doctrina católica hasta empujarla de los seminarios, parroquias, catequesis y universidades.

Se trata de algo mucho peor: se trata de provocar la confusión mediante el entrenamiento en la permanente dialéctica de si Francisco dijo esto, si dijo lo otro, si quiso decirlo pero no lo dijo, si lo dio a entender, si lo tergiversan los medios, si lo malinterpretan los tradicionalistas. Es el magisterio de los medios de comunicación.

Se nos pretende acostumbrar al relativismo y la propia persona que ocupa el Trono de Pedro lo fomenta.

Si la gracia supone la naturaleza, la fe supone el buen funcionamiento de la inteligencia natural. Ahora bien, la inteligencia natural no puede funcionar y operar si todo es discutible, si cada uno se hace un Papa Francisco “a la carta”, si cada feligrés toma a Francisco con beneficio de inventario porque se ha tenido la precaución para ir dejando en estos años unas cuantas declaraciones ortodoxas.

Esto hace posible que quien quiera engañarse, tenga elementos suficientes. ¿Cuánto de la verdadera fe puede germinar en una mente deformada por esta anarquía mental?

Creemos asistir a un escenario eclesiástico-mediático que no dudamos en calificar como doble pensar orwelliano: te obligan a leer o a escuchar alguna barbaridad de Francisco pero tienes que seguir pensando que “todo está bien”, que “el papa nunca se equivoca”, que “los culpables son los medios” y un sinfín de puerilidades totalmente insostenibles.

Porque sabes, o supones, que recorrer el camino de la racionalidad –que también podría llamarse el camino de la valentía– implica golpes, reprobación social, hostigamiento psicológico. Por eso te quieren sin cerebro. No pienses. No combatas el error. No discutas. Simplemente andá a misa los domingos y actuá como si en Roma nada pasara.

En 1984, Orwell lo sintetizó de manera notable: “El partido instaba a negar la evidencia de tus ojos y oídos. Era su orden última y más esencial”.

Quizás lo más terrible no sea solamente lo que este Pontificado representa sino la falta de una mayor reacción ante él. Hubo muchas reacciones a Dios gracias (Burke, Schneider, Viganó, recientemente Aguer, Sarah, Bux, muchas conferencias episcopales y obispos) pero todavía faltan.

Y faltan a causa del lavado de cerebro llevado a cabo por referentes –laicos y sacerdotes– que militan todos los días la mentira de que no pasa nada.

El aloguismo –que atraviesa todo este Pontificado– es algo muy serio puesto que el logos toca la identidad de las cosas, su base metafísica. Si Francisco está signado por la contradicción permanente consigo mismo y si es verdad –con Romano Amerio– que la identidad de la realidad es lo más profundo en ella, ¿se puede llegar más lejos?

Quizás estamos siendo testigos de Los Signos de Los Últimos Tiempos. Esto no tiene nada que ver con videntes ni éxtasis místicos: simplemente, creemos que no se puede ir más allá. En efecto, no hablamos de comprensibles debilidades humanas: un cardenal que tiene una amante, un prelado ladronzuelo que vive a cuerpo de rey, un párroco borracho. “Roma perderá la fe y será la Sede del Anticristo”, dijo la Virgen en La Salette, en una profecía aprobada por la Iglesia Católica en tiempos de Juan Pablo II.

Voces autorizadas vienen hablando de apostasía en las mismas entrañas de la Iglesia. Si le creemos a la Virgen, y vaya que sí, no podemos descartar la cercanía con la batalla del Armagedón.

Ahora bien, esté próximo o no el Fin, nuestro deber no cambia. Nuestro deber es –siguiendo la consigna del Padre Castellani– “Hacer Verdad”, organizarnos para combatir y para decir la verdad sobre este Pontificado, decir la verdad sobre el Papa Francisco, cueste lo que cueste y caiga quien caiga.

 

* Egresado de la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (Unsta).