BALANCE DE UN PONTIFICADO QUE QUIERE SER UNICO EN SU ESPECIE

Once años con Francisco (I)

La confusión de los fieles, que es peor que el error o la mentira, es el resultado de palabras, gestos y documentos pensados para desconcertar. La construcción de una Iglesia light que pacta con el mundo y el oscurecimiento de la Verdad.

POR LIC. JUAN CARLOS MONEDERO (H) *

Más de una década habilita un balance del Pontificado de Francisco que, así lo esperamos, pretende invitar a la reflexión, formar una opinión sólida y escaparle a cualquier juicio aventurado. En efecto, todo lo que vamos a detallar en las siguientes líneas –las comparta o no el lector– se funda en incontables episodios acumulados, uno tras otro, a lo largo de los años. No pretende ser este un texto para el Homo videns: el que busque “comida rápida doctrinaria”, algo cortito, que pase de largo. Es un texto para ejercitar el pensamiento. Arranquemos.

La razón de ser del Pontífice se comprende, primero, por la etimología de la palabra. Pontífice viene de puente y de hacedor. El Papa establece el puente entre el Cielo y la tierra, porque –como heraldo de Dios– tiene el deber de comunicar la Verdad que viene de lo Alto. Todos los temas se iluminan cuando son confrontados con su “deber ser” o esencia, y este no es la excepción.

Descendiente de los Apóstoles, y en particular de San Pedro, el Papa es investido como tal para que cumpla un determinado oficio: ser la Cabeza, Ceifas, ser el Conductor, la Suprema Autoridad que marque los caminos del resto de la Iglesia.

El Papado no es, por tanto, un mero trabajo que tenga prevista una jubilación por retiro sino una misión sagrada, dada por el Espíritu Santo, nada menos, y sobre la cual pesa una enormísima responsabilidad. Por tanto, todo Papa necesita de las virtudes propias del hombre de mando.

Ni bien asumió al Trono Pontificio, Jorge Mario Bergoglio –al que nosotros los argentinos ya conocíamos como Primado de Buenos Aires– se autodenominó “Francisco” y comenzó a realizar todo tipo de gestos, declaraciones y recomendaciones que lo alejaban de la Tradición Católica.

Ante todo, eligió un nombre de Papa que no tenía precedentes en los 2000 años de la Iglesia. Hubo 12 “Píos”, 23 “Juan” y 15 “Benedictos” si descontamos a Ratzinger. Bergoglio eligió “Francisco”. Quiso ser único en su especie y debemos reconocer que mantuvo su línea de ser inédito durante más de una década.

UN VENDAVAL

El nuevo nombre sería apenas un botón de muestra del vendaval que se venía en la Iglesia, tal como lo calificó en nuestra propia casa un sacerdote que nos visitó a pocas horas de la designación en el Cónclave. Y ese vendaval sigue desordenándolo todo.

Porque las palabras de Francisco, sus gestos, sus documentos, sus nombramientos, la gente a la que le da poder o a quienes visibiliza, las personas a quienes ignora o a quienes persigue, todo esto, en conjunto, es lo que debe ser analizado.

Francisco ha recomendado a Walter Kasper, “teólogo” racionalista, especialista en evaporar los milagros de Cristo en el Evangelio.

En 2016, rehabilitó al “teólogo” argentino Ariel Álvarez Valdez para quien “alguien puede tener una visión de la Virgen María, que ocurre en la retina de la persona, pero no en el exterior”, además de múltiples confusiones acerca de la Virginidad de María, las posesiones demoníacas, la existencia histórica de Adán y Eva, el Diluvio Universal y los estigmas (“no pueden venir de Dios, porque duelen mucho. (…). Los estigmas vienen de los desequilibrios mentales de las personas…”).

El Papa subraya supuestas y superficiales semejanzas entre el catolicismo y las posiciones de izquierda, ocultando las profundas incompatibilidades de la filosofía marxista (para no hablar de los innumerables crímenes cometidos por los comunistas).

Cerró el Seminario de San Rafael, Mendoza, en la República Argentina, el más fecundo del país y uno de los mejores del continente.

Puso de rodillas a la Iglesia Mundial frente a una falsa pandemia y autorizó el cierre de templos y parroquias, suspendió el culto divino: se dejó de bautizar y de propagar los sacramentos. Fue Francisco quien dio la orden de que la Iglesia se sometiera al Estado en cosas donde el César no tiene potestad.

Francisco ha fraternizado y hasta reconocido a personajes públicos famosos por su ideario antivida y antifamilia, como por ejemplo Joe Biden, Lilianne Ploumen (Caballero de la Orden Pontificia de San Gregorio Magno), Mariana Mazzucato (integrante de la Academia Pontificia para la Vida), entre otros. Ha descabezado casi totalmente la Academia Pontificia para la Vida.

Aprovechando el pretexto del covid, forzó la obligatoriedad de la comunión en la mano.

El Papa alimentó a personajes de la Teología del Pueblo –la cual se nutre de filosofías antimetafísicas–, ha reconocido al ideólogo Juan Carlos Scannone (“el profesor del Papa Francisco”), les da poder tanto a ellos como a la Teología de la Liberación, les otorga autoridad y reconocimiento, puestos en los seminarios, dinero para financiar sus libros, autorizaciones para dictar conferencias, los rehabilita de las sanciones recibidas (Miguel D’Escoto, Ernesto Cardenal), etc.

Su polémico documento Amoris Laetitia desvaloriza la Gracia Santificante al insinuar que las personas en estado de pecado mortal pueden comulgar. Ante los pedidos de aclaración de estos puntos por parte de cuatro cardenales de la Iglesia Católica (las famosas Dubias), Francisco se abstuvo de responder hasta el punto de que ya han fallecido dos de esos cuatro prelados.

AMBIGÜEDAD

Inversamente, sí le concedió su tiempo a la prensa. El caso del periodista anticatólico Eugenio Scalfari, por ejemplo, ejemplifica en dónde asigna sus recursos Francisco y en dónde no.

En efecto, en el marco de las entrevistas que le hizo Scalfari, no faltaron respuestas publicadas –atribuidas a Francisco– llenas de heterodoxia, imprecisión, ambigüedad y hasta herejías.

La secuencia terminó siendo archi conocida: primero esas frases daban vuelta el mundo; segundo el pueblo católico se escandalizaba; tercero el mundo progresista católico las aplaudía y las convertía en contenidos de catequesis en sus parroquias; cuarto el Vaticano (nunca el propio Francisco) publicaban una tibia desautorización; quinto, un tiempo después, el Papa –como si nada– volvía a conceder otra entrevista al mismo periodista.

No fue casual. Fue un plan. El plan de llevar al Pueblo de Dios a la esquizofrenia. El resultado trágico es la confusión, peor que el error o la mentira.

La homilía papal del domingo 7 de junio de 2015, festividad de Corpus Christi, ilustra acabadamente esto. En vez de subrayar la Presencia Real de Cristo en la Eucaristía y, en sentido subalterno, la presencia de Cristo en todos los hombres (especialmente en los que sufren privaciones), Bergoglio invierte este orden.

Como bien analizó el doctor Mario Caponnetto, el centro ya no es el milagro donde una substancia da paso a Otra. En este sermón, el foco es cómo Cristo está presente en el pobre, el sufriente, en los indefensos y no en el milagro mismo de la Transubstanciación, apenas mencionado. Lo principal deja de ser principal.

Francisco ha logrado eclipsar la verdad del sacramento utilizando otra verdad: la caridad.

Por eso el doctor Caponnetto sentencia respecto del Papa: “Su lenguaje es equívoco, oscuro, impreciso y pone en grave riesgo de confusión a quienes lo oyen”, sus palabras y gestos “oscurecen la verdad de la fe”.

En efecto, Francisco ha sido maestro de la confusión y no de la fe cristiana. En numerosas ocasiones, la Iglesia de Francisco habla de la defensa del ambiente sin distinguir suficientemente entre la falsa defensa –propia de las ideologías– y la verdadera, entendida como creación de Dios para todos los hombres.

No sólo no hay una condena de esta pseudo defensa ambiental progresista, en línea con la Agenda 2030. Más aún, desde instancias oficiales se ha promovido la Agenda 2030. Es grave que el medio ambiente, al quedar separado y desgajado de su principio fuente –el Poder de Dios–, pierda su sentido e inteligibilidad.

No sólo hubo confusión intelectual. Hubo también golpes bajos, conductas reñidas con la moral. Francisco humilló la memoria de Benedicto XVI cuando todavía estaba caliente su cadáver. Conocida la noticia de la muerte de Benedicto XVI, por órdenes del Papa, en el Vaticano se siguió trabajando como si no hubiera ocurrido nada.

No ha dejado de darle más poder al ex Arzobispo de la ciudad de La Plata, Víctor Manuel Fernández, hoy Prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe.

Fernández es uno de los modelos más acabados del clérigo heretizante: aquel que no se anima a afirmar categóricamente el error para refugiarse en la imprecisión, mezclando doctrina ortodoxa con calculadas gotas de veneno.

Se trata del mismo eclesiástico que publicó un inquietante libro titulado Sáname con tu boca, escribiendo en el prólogo lo siguiente: “Te aclaro que este libro no está escrito tanto desde mi propia experiencia, sino desde la vida de la gente que besa”. Es obvio que no hace falta más para darnos cuenta por dónde van los tiros.

INCONGRUENCIAS

A este Pontificado no le faltaron incongruencias. El Papa Francisco se presentó como el sheriff de la Moral en cuanto a los abusos sexuales por parte de sacerdotes, pero su declamada política de “Tolerancia Cero” fue desmentida por el Caso McCarrick.

McCarrick es un depredador sexual que contó con la complicidad de Francisco y que el valiente Monseñor Viganó puso en evidencia hace años.

Francisco tardó mucho en desmentirlo, haciendo con su denuncia lo que hace con todas las denuncias serias que le hacen: se hace el tonto, finge que no existen, no responde y luego de muchos, muchos años, cuando baja la espuma mediática, dice algo. Resultado: como el boxeador que nunca toca el cuerpo de un ágil adversario, hace cansar a su oponente.

Francisco es el Papa que mayores divisiones y discusiones ha traído a los católicos, al menos hasta donde llega nuestro conocimiento y recuerdos.

Pero con esto no decimos demasiado porque la división, por sí misma, no es ni buena ni mala. Jesucristo mismo dijo “he venido a traer división”, “no he venido a traer la paz sino la espada” y la discriminación puede ser buena. Pero no es el caso.

Porque los continuos sobresaltos que Francisco ha provocado, por acción o por omisión, por sí mismo o por interpósita persona, van todos en la misma dirección: erosionar la doctrina católica, removiendo sus perfiles más contrarios al Mundo Moderno (o posmoderno) de modo de que no se diferencie tanto de las ideas que pululan en la actualidad.

Construir una Iglesia Light, una Iglesia Líquida. Que pacte. Que acuerde. Que hable en inclusivo. Que bendiga parejas de homosexuales. Que livianamente diga que laicos, sacerdotes y monjas consumen porno. Que no libre una guerra santa contra las leyes abortistas. Que coexista pacíficamente con la Pachamama. Que celebre la Reforma Protestante. Que glorifique a Lutero. Que use barbijo. Que no tenga problema con vacunas hechas con tejido fetal abortado. Que no sea tan intolerante con el error y el pecado. Salvo con los tradicionalistas, por supuesto. Contra ellos vale todo.

Los buenos doctrinarios enseñaron que el Mundo Moderno y su crisis no son dos cosas distintas sino una y la misma.

El Papa, es decir Pedro, debería ser Faro, Luz, la Roca que –en el medio de la turbulencia, del relativismo y de la espantosa configuración de poderes mundiales cada vez más brutales y totalitarios (tecnología mediante)– afirmara la verdad. No lo hace.

Antes bien, graba videos donde coquetea con el lobby gay, persigue a los católicos tradicionalistas, confecciona una red de espías y delatores, digita los movimientos de la Iglesia en la Argentina pasando por arriba de las mismas autoridades por él nombradas. El poder es lo que le interesa por encima de todo, y como todo ambicioso nunca es suficiente. Siempre quiere más.

En la segunda y última parte de esta nota, las divisiones que creó dentro de los católicos, el derecho a resistir a un Papa y la delicada cuestión de si es Francisco un papa herético.

* Egresado de la Universidad del Norte Santo Tomás de Aquino (Unsta).