Un nuevo aniversario del 17 de octubre de 1945

Ochenta años... no son nada


El hoy mítico 17 de octubre de 1945 no hubiera sido posible sin la participación de la muchedumbre, venida desde los arrabales, que llenó la Plaza de Mayo reclamando la inmediata libertad del coronel Juan Domingo Perón, encarcelado por la interna del régimen revolucionario.

La espontaneidad popular se unió a la organización que se dieron los militares amigos de Perón y la conducción sindical. También tenemos que considerar el carisma del militar detenido en la Isla Martín García primero, y en el Hospital Militar después, y las políticas sociales del gobierno militar, surgido en 1943 y que será la única Revolución exitosa que dejó una continuidad y un conductor.

NO FUE LA PRIMERA VEZ

Cierto que no fue la primera vez que una multitud dijera: aquí estamos. Había ocurrido cuando otra mayoría acompañó a Hipólito Yrigoyen y también en otras situaciones políticas durante el siglo XIX, como “el Campanazo”, del 5 y 6 de abril de 1811, en donde el bajo pueblo se hizo presente en la Plaza de la Victoria, hoy de Mayo.

En aquella oportunidad, el partidario de Cornelio Saavedra, Joaquín Campana, movilizó a los habitantes de las orillas de la ciudad, reclamando la separación de la Junta Grande de los seguidores de Mariano Moreno, dándole así un contundente apoyo al presidente de la Junta.

Los orilleros entraron, en la noche, a Buenos Aires ante el asombro de sus acomodados habitantes. Hasta nuestros días, el ingreso de los distintos causa asombro y fastidio a una buena parte de la población porteña.

PRIMEROS AÑOS Y RESISTENCIA

Tras el triunfo electoral de febrero de 1946, el ahora general Perón se dio a la organización de un partido político propio, implementó el Primer Plan Quinquenal, con medidas de corte nacionalista y estatista y llamó a reformar la Constitución Nacional de 1853.

Para los inicios de la década del cincuenta, no había estallado la tercera conflagración mundial, cómo tal vez imaginó Perón, pero sí se consolidó la Guerra Fría. Los desajustes económicos ocurridos en el proceso de industrialización por sustitución de importaciones: la inflación (los salarios suben por la escalera y los precios por el ascensor) y la eterna necesidad de dólares para la compra, primero de insumos industriales y la producción de estos más tarde, hicieron que Perón diera un volantazo con el Segundo Plan Quinquenal, hacia políticas más restrictivas del consumo e incentivando la exportación de productos primarios que generarían las divisas necesarias para el desarrollo de una industrialización pesada.

El peronismo demostró que podía adecuar la política a la coyuntura de los nuevos tiempos.

Tras el golpe de Estado de 1955, el peronismo desalojado del poder inició una etapa de reorganización para enfrentar las diversas medidas represivas a su funcionalidad política. “La resistencia” a la proscripción y a la posibilidad del regreso del caudillo exiliado se conjugó con un giro a la izquierda del movimiento, que incorporó a nuevos sectores juveniles con la promesa de construir el socialismo nacional y mantener una tercera posición frente al capitalismo liberal y el socialismo marxista.

La retirada de los militares y las elecciones de 1973, fueron la oportunidad de que los antiguos y los nuevos peronistas llegaran al gobierno, llevando sus diferencias y contradicciones. Ya no sería el slogan de: “Perón, Evita, la patria socialista”, sino más bien que Perón evita la patria socialista. El viejo general presidente de la Argentina por tercera vez, encaró él mismo la vuelta al viejo orden peronista de un acuerdo social entre el Estado, el trabajo y el capital para construir una sociedad organizada y armoniosa.

LA MUERTE DEL CAUDILLO

La muerte del caudillo, la debacle del gobierno de María Estela Martínez de Perón, la puja interna de sectores enfrentados dentro del movimiento peronista, la acción disolvente de grupos armados irregulares y los deseos de restauración oligárquica por parte de sectores militares y civiles, corrieron al gobierno constitucional en 1976.

Después de ocho años la gestión antiperonista que dejó la destrucción de la industria nacional, el endeudamiento externo, miles de muertos y desaparecidos y la derrota de la Guerra de las Malvinas, se fue de la Casa Rosada, pero a diferencia de lo ocurrido diez años antes, el resultado fue que ganó un no peronista que, seguramente, contó con el voto de muchos peronistas. Raúl Alfonsín inició un nuevo tiempo, tal vez inspirado en el abrazo de Perón con el líder radical Ricardo Balbín.

En este nuevo tiempo de construcción democrática, el peronismo limpió la herencia de una conducción vetusta relacionada con el peor peronismo anterior al golpe de 1976. Se inició la renovación y democratización del movimiento de la mano de antiguos dirigentes como Antonio Cafiero y otros más jóvenes como Carlos Menem y Juan Manuel de la Sota. Así, en una elección interna inédita, Menem venció a Cafiero y el electorado lo eligió para que sucediera a Alfonsín.

En un tiempo de desbarajuste económico que nos condujo a una hiperinflación galopante y la inestabilidad militar que generaron los alzamientos carapintada y hasta la aparición de combatientes del pasado que coparon el Cuartel de La Tablada, en el inicio de 1989, se produjo el traspaso del gobierno de Alfonsín a Menem.

Dejando de lado la prometida revolución productiva, el menemismo se ató al carro triunfal del capitalismo tras la caída del Muro de Berlín y del socialismo soviético.

La Ley de Convertibilidad que pulverizó la inflación (no sólo la de Alfonsín sino también la de Menem); la venta de las empresas del Estado; la modernización de la economía y la producción, trajeron soluciones temporales, pero también el definitivo desmantelamiento del Estado de Bienestar. Ningún peronista se animó a tanto, pero Menem lo hizo.

Es común escuchar que el menemismo no fue peronista. Lo consideramos un error. El menemismo fue una forma más en que se manifestó el peronismo en tiempos de turbulencia, en un mundo volcado al neoliberalismo. Como fue profundamente peronista el kirchnerismo cuando giró en sentido contrario cuando se vieron los lastres dejados por el neoliberalismo y la región fue Lula, Chávez; Correa, Evo, etc..

MOVIMIENTO POLICLACISTA

La clave está en que el peronismo es un movimiento policlasista y pendular que puede establecer puentes con todos los sectores políticos, sociales y económicos y elegir además, un adversario para enfrentar. Es un partido del Estado, hegemónico y dominante, una maquinaria electoral en todos los territorios y una mística basada en una historia, un relato de que hubo tiempos mejores y que pueden volver.

Un gran aliado de la vigencia del peronismo fue y sigue siendo el antiperonismo visceral, no ya el de la vieja y desaparecida oligarquía sino el que aflora en parte de una clase media aspiracional que disfruta de los logros, a veces, de la política económica peronista pero que cree que lo obtenido es solamente el merecido fruto de su esfuerzo. Con actitudes casi racistas y discriminadoras, como que le duela más un “plan” que el saqueo del país por parte de sectores a los que creen ilusoriamente pertenecer.

Estamos en otro octubre, en este caso, un octubre electoral. Puede ser entonces que, ante tanta pobreza, injusticia y perversión de que los más deben sufrir, pero no yo, una significativa parte de los argentinos, vuelva a mirar al peronismo. Parece ser que somos un pueblo que no dejamos de volver, siempre, a creer.