​Mirador político

Obsolescencia política

Corría 2011 y en el apogeo de su poder Cristina Kirchner desafió a sus críticos a que armaran un partido y ganaran las elecciones. Lo que creyó imposible tardó apenas cuatro años en producirse. En 2015 con un partido nuevo Mauricio Macri llegó a la presidencia.

A Javier Milei la tarea le llevó mucho menos. Entró al Congreso en 2021 y a la Casa Rosada dos años después. Sin tomarse la molestia de armar un partido nacional aplastó a Sergio Massa en el balotaje.

El fenómeno es demasiado reciente para extraer conclusiones definitivas, pero salta a la vista que los partidos están quedando obsoletos como maquinarias electorales y que su burocracia está desprestigiada.

La pésima imagen de los dirigentes partidarios no es un hecho casual: son los principales responsables de la catastrófica situación económica después de 40 años de manejar ininterrumpidamente el poder. Antes tenían la excusa de los militares, ahora ya ni eso les queda. 

Pero la democracia no es el problema. Funciona aceptablemente en buena parte del planeta. Tampoco la política, que es la manera pacífica de amortiguar las disputas sociales. El problema es la dirigencia nativa que por demagogia, impericia y corrupción degradó el nivel de vida de los argentinos hundiendo a la mitad de ellos en la pobreza.

De todas maneras la mala fama no es el mayor problema de la dirigencia partidaria, sino la falta de adaptación a nuevas circunstancias. Algo parecido a lo que le ocurrió a la fauna del mesozoico. Los politólogos lo llaman crisis de representatividad. Los políticos no tienen soluciones para problemas crónicos que debaten durante décadas (por ejemplo, Aerolíneas Argentinas) y representan únicamente sus propios intereses.

A esta altura ni siquiera sirven para resolver sus propias peleas. El caso de Cristina Kirchner es un ejemplo típico de esa incapacidad. Quiso convertirse en presidenta del peronismo para recomponer su liderazgo y protegerse de la Justicia, pero consiguió exactamente lo contrario. Debió proscribir a la lista opositora porque no quiere que en una elección le cuenten las costillas.

Supuso que nadie se animaría a desafiarla. Grueso error. Ahora le echa la culpa de su penosa situación a Axel Kicillof que sólo atinó a alejarse de una construcción política que se está derrumbando.

Los errores políticos de la expresidenta también son crónicos. Dio un paso arriesgado por un cargo sin importancia, se metió en el barro con un dirigente de peso nulo como Quintela y quedó en las manos de Servini de Cubría. Puso de manifiesto que ya no maneja a los peronistas por Twitter. Todo por el control de una estructura que no le importa a nadie. Que le pregunte si no a los radicales que tuvieron un lamentable nivel de participación de la interna bonaerense. 

En resumen, la líder peronista de la última década y media se embarcó en una aventura riesgosa sin beneficio equivalente, abrió la puerta para que le votaran en contra, la cerró de manera indecorosa y ahora el conflicto le escapó de las manos.