Buena Data en La Prensa

Nunca la ven

 

“No la ven”. Hace unos meses surgió una frasecita que se reiteró y se reitera en tono de burla para todos aquellos que no logran advertir que lo que el Gobierno está haciendo, también los beneficia.

Leímos un reciente libro coordinado por Pablo Semán, ‘Está entre nosotros. ¿De dónde sale y hasta dónde puede llegar la extrema derecha que no vimos venir?’ Cuestionamos lo de extrema derecha pero su subtítulo nos volvió a traer la frase -con una risa burlona- a la memoria: “No la vieron”. Lo que llevó a plantearnos seria- mente si es que alguna vez los ciudadanos comunes logramos ver lo que se viene.

LA MASA

Muchas veces se idealiza lo que las grandes masas lo- gran con su acción. Es así que hace décadas se viene puntualizando que “el pueblo unido jamás será vencido” o que “el pueblo no se equivoca”. Son recursos discursivos que suenan lindos a los oídos de muchos, pero sabemos que las decisiones que se toman en el poder no siempre tienen que ver con la opinión de una significativa porción de la ciudadanía.

La compleja realidad a la que se enfrentan las autoridades en el ejercicio del gobierno, las presiones mundiales, los poderes en las sombras, la falta de conocimiento y de un proyecto con visión de largo plazo por parte de los gobernados, ponen en evidencia que por lo general la masa no llega a ver los procesos que se van desarrollando y que van influyendo en sus decisiones y en la forma de ver la realidad que les toca vivir.

Para llegar a determinados objetivos se tiene que pasar por algunas etapas, que llevan su tiempo y que por lo general no son profundamente percibidas por la mayoría. Además, en tiempos de crisis y de aceleración, la ansiedad reinante, nos impide pensar en el largo plazo.

La democracia genera en los gobernantes la disyuntiva entre hacer lo que cierta mayoría circunstancial le pide, obedecer al mainstream global o hacer lo que se debe para el bienestar general. El buen gobernante debe optar por esto último. Saber comunicarlo es el otro gran desafío.

CEGUERA AL CAMBIO

El psicólogo Ronald Rensink acuñó a fines del siglo pasado el concepto de ceguera al cambio gradual. Para evitar el “derroche energético mental” que implicaría procesar cambios poco significativos, nuestro cerebro prefiere inconscientemente, no registrarlos y obviarlos.

Este principio sostiene que las variaciones diarias, paulatinas y lentas resultan imperceptibles a nuestra mente. Podemos recorrer todos los días un mismo camino de casa al trabajo y muy probablemente no registremos los pequeños cambios que acontecen.

La experiencia demuestra que se pueden introducir grandes cambios en el campo visual, pero que pasan desapercibidos si son introducidos de forma gradual. Hipotéticamente, este fenómeno podría extrapolarse a otras áreas.

Los movimientos revolucionarios y contrarrevolucionarios se gestan en las élites intelectuales y poquito a poco se infiltran en la cotidianeidad tan lentamente que ni siquiera notamos que nos cambiaron la vida. Hace falta detenernos a pensar y es allí cuando nos encontramos diciendo ¡cómo no lo vimos!

LA ERUPCIÓN

Imaginemos un gigantesco volcán activo, algunos lograrán ver a la distancia la lava que está comenzando a derramarse y se arrastra hacia los poblados, pero son muy pocos los que saben que los gases disueltos en el magma comienzan a formar burbujas. En el interior del volcán el calentamiento siempre es lento, pero a las grandes mayorías la erupción los agarra desprevenidos.

Pero no se sientan mal las izquierdas. La centroderecha, con su ideal de ser equilibrada y de buenos modos, tampoco había visto que el mundo estaba cada vez más rojo.

Las ideas del feminismo radical sirven como un claro ejemplo. Quien sostenga que la avalancha ideológica acontecida durante el último (y Dios quiera último, en serio) gobierno Kirchnerista/Peronista, fue producida por las luchas de la marea verde o la marea violeta, peca, cuanto menos, de ingenuo. Desde los años ‘60, estas ideas pululaban en las élites intelectuales. Quizás lo que hizo despertar a muchos fue la imprudencia de quienes se engolosinaron con el poder y desobedecieron los principios gramscianos.

Semán reconoce que el kirchnerismo “al revés de lo que Antonio Gramsci hubiera querido (y de lo que la propia definición de hegemonía supone) intentó conquistar la sociedad civil desde el Estado” y a través de la imposición y no por medio de un juego de estrategias desplegadas con el objeto de generar aceptación por persuasión y consenso. El apresuramiento, despertó a los leones y le llegó el fin al INADI y a la jerga deforme.

Decía el Dante “Un poderoso fuego es solo la continuación de una pequeña chispa”. Tenía razón.

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