Actualidad religiosa

Nuevos enfoques sobre la radiografía eclesial

El 25 de octubre de 2023 debería conservarse como fecha destacada en los anales de la Iglesia Argentina. Ese día, Monseñor Gabriel Barba, obispo de San Luis, reformuló el dogma de la Santísima Trinidad. En la catedral de la diócesis se realizó un acto ecuménico de amplísima convocatoria. Hasta la Superstición Umbanda estuvo presente: fue invitada o “se coló”. La ceremonia concluyó con la bendición episcopal. Una bendición inolvidable “en el Nombre del Padre y del Espíritu Santo”.

El “ecumenismo” del obispo incluyó también a no cristianos, a quienes no se podía ofender mencionando al Hijo, segunda Persona de la Trinidad, que con el Padre y el Espíritu Santo es un solo Dios. ¿Y el dogma de Nicea? ¡Ha pasado tanto tiempo desde el 325! El progresismo no participó de aquella asamblea porque aún no se había inventado.

Conozco muy bien la diócesis de San Luis; en numerosas ocasiones el inolvidable obispo Juan Rodolfo Laise me solicitó hablar a los jóvenes en conferencias y retiros. Sus dos sucesores inmediatos también me invitaron. Monseñor Laise, durante su largo pontificado de treinta años, levantó un magnífico edificio espiritual y pastoral que ahora Monseñor Barba se dedica sistemáticamente a destruir.

Lo del 25 de octubre fue un desafuero. Desaforar significa quebrantar, privar, descomponerse, atreverse. Un desafuero es algo desmedido, descomedido, un atrevimiento. No puede soslayarse el Nombre del Hijo. Entre cristianos la bendición se hace “en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo”. No puede ofender a nadie.

ESCASEZ DEL CLERO

Un segundo enfoque tiene que ver con que en la Argentina la escasez del clero es una realidad histórica que se ha agravado en la última década, en contraste con el aumento de la población. Escasez significa pobreza o falta de lo necesario para subsistir. Actualmente sobreabundan los obispos, pero hay una gran penuria de vocaciones sacerdotales. Esta desgracia es una de las causas de la ineficacia de la Iglesia para cristianizar a la sociedad.

Existe una confusión provocada por el periodismo: cuando se dice “la Iglesia” la referencia es a declaraciones del Episcopado. Pero la realidad, la sustancia de la Iglesia son los sacerdotes, en relación inmediata con los fieles laicos y en contacto también inmediato con la realidad social. La falta de sacerdotes es proporcional a la descristianización. Un fenómeno ancestral en la Argentina es que la mayoría de los bautizados no va a Misa. La “Dominica dies” se ha hecho secular: un mundo sin Eucaristía. Además, la familia fundada en el matrimonio sacramental ha dejado su sitio vacante a otras formas de “emparejamiento” y el número de hijos ha disminuido enormemente; se los reemplaza por las mascotas domésticas, perros y gatos. ¿De dónde han de salir entonces las vocaciones?

Muchas veces la intención vocacional se perfila cuando el niño o el adolescente se identifica con un sacerdote: “Quiero ser como él”. Además, es el sacerdote quien puede acompañar y sostener el proceso vocacional. Puede hacerlo conociendo y viviendo lo que la Iglesia hoy enseña sobre el sacerdocio de segundo grado que es propio del presbítero. Apunto algunos datos sobre el tema.

En la sesión IX del Concilio Vaticano II, el 7 de diciembre de 1965 fue promulgado el Decreto Presbyterorum Ordinis sobre el ministerio y la vida de los presbíteros, una exposición amplia y profunda. En varios documentos el Concilio presentó a los presbíteros como verdaderos sacerdotes del Nuevo Testamento y colaboradores del Orden episcopal, y señaló su lugar en la Iglesia. Además, en el Decreto Optatam totius abordó el tema de la formación sacerdotal, el itinerario que se propone al candidato a la Ordenación. Los jóvenes con fe e inquietudes vocacionales deberían conocer esta enseñanza. Sin exageración, se puede pensar que en este asunto el futuro de la Iglesia está en juego.

VIGENCIAS CULTURALES

En nuestro país, tercer enfoque, la Iglesia está ausente de los ámbitos donde se gestan las nuevas vigencias culturales. Este hecho social tiene una vertiente ideológica. No se piensa (¡no se cree!) que sea también misión suya forjar una sociedad cristiana. No siempre fue así. Esta tendencia se fue imponiendo después del Concilio; el progresismo, de un modo silente persuadió a los centros laicales de que aquella tendencia de evangelización de la cultura era un resabio nostálgico de la Cristiandad.

Dos momentos históricos quedan como modelos de lo que, con características actuales, los laicos católicos pueden llegar a impulsar. Hacia el final del siglo XIX, en la década de 1880, un grupo de católicos se hizo presente en la política de la época haciendo frente a la masonería dominante. Cito sólo algunos nombres: Estrada, Goyena, Achával Rodríguez, Pizarro… fueron diputados y combatieron lúcidamente por la libertad cristiana, prolongando lo mejor de nuestros orígenes patrios.

En el siglo XX, en un amplio período desde los años 20, se desarrollaron los Cursos de Cultura Católica, que reunieron lo mejor de la época: filósofos, escritores, artistas (poesía y pintura, por ejemplo); convocaron aún a personalidades no católicas. Su testimonio quedó muchas veces impreso, y animó la creación de la Universidad Católica, cuyos primeros años fueron brillantes. Small is beautiful; hoy día es una enorme fábrica de títulos, no un centro del pensamiento cristiano en diálogo con el mundo y de cultivo de las artes. Pero el pasado, hecho presente, puede ser futuro.

LEGITIMIDAD DEL BAUTISMO

No me caben dudas acerca de la legitimidad del bautismo de los niños. Digo esto, en este cuarto enfoque, porque es sabido que, en la antigüedad cristiana, el inicio de la vida en Cristo implicaba una conversión personal: uno se hacía cristiano, elegía el camino del Señor. La historia registra la elaboración de una teología del bautismo como fuente de la vida de la gracia y encaminamiento al Cielo, a la salvación. En este contexto, nada más natural que los padres cristianos desearan ese don sobrenatural para sus hijos.

La Iglesia ha establecido las condiciones para que un niño reciba el bautismo, fundamentalmente que haya esperanza fundada de que será educado cristianamente; de allí el compromiso que adquieren sus padres y padrinos.

Mi experiencia pastoral como presbítero y como obispo me ha permitido reconocer los problemas pastorales que han surgido en la Argentina, y que se agravan en una sociedad descristianizada. En primer lugar, se puede advertir que el número de bautismos ha disminuido considerablemente. Luego, registremos algunos problemas principales, que son además urgentes, teniendo en cuenta que el cambio de actitudes acostumbradas lleva su tiempo. Se hace necesaria una catequesis de los padres con ocasión del bautismo del niño, con el objeto de que ellos perciban su responsabilidad y puedan asumirla conscientemente.

La relación entre bautismo y conversión no puede ser olvidada. En este punto estriba una posibilidad de evangelización progresiva de la sociedad. El padrinazgo se ha desvirtuado; también los padrinos podrían recibir una breve catequesis para recuperar el sentido de su condición. La comunidad debería enterarse y acompañar el bautismo de los niños, de modo que este hecho constituya un acontecimiento eclesial, y no sea recluido en el orden privado o meramente familiar. Esta posibilidad requiere que la predicación actualice el misterio del bautismo y su profundización por los fieles.

Estas pocas sugerencias proponen un intento de renovación pastoral que tendrá también, seguramente, efectos culturales y sociales. El ideal es una sociedad cristiana.

PRIMERA COMUNION

Este enfoque es continuidad y complemento del anterior. Así como era muy frecuente bautizar a los niños, era también común enviarlos a la parroquia para la catequesis preparatoria de la Primera Comunión. Debo decir, más bien, de la Única Comunión, ya que la perseverancia ulterior era un problema que nunca pudo superarse. Este dato no es insignificante: es la incomprensión de la importancia y la centralidad de la Eucaristía.

Alguna vez he definido a la Argentina como un país en el que los bautizados en la Iglesia Católica no van a Misa. Efecto cultural y social es la pérdida del sentido religioso de la Dominica dies, del Día del Señor. El defecto es crónico, y marcadamente mayor en las grandes ciudades; señala el ritmo de la descristianización.

Asimismo, la Confirmación era olvidada o postergada indefinidamente. En mi opinión, la cuestión principal era –y es aún en muchos lugares- el desconocimiento del orden, histórico y teológico, que estructura la iniciación cristiana. El sacramento que transmite el Espíritu Santo debe recibirse antes de la Primera Comunión. En un ciclo catequístico de tres años, se puede confirmar después del segundo año; es la ocasión de formar sobre el sentido de la Iglesia y de la pertenencia a ella.

Resta el asunto de la edad de la Confirmación. Después del Vaticano II fue muy común postergar el segundo sacramento de la iniciación cristiana para bien entrada la adolescencia. Este vicio respondía a un error teológico y pastoral: confundir el don de la adultez espiritual que otorga el sacramento con una presunta madurez que sería propia del joven. Esta confusión era bastante común en la educación en la fe, y como consecuencia muchos católicos quedaban sin confirmar. Una mala teología tiene efectos ruinosos en el orden pastoral. No entiendo cómo muchos católicos entusiastas del Concilio no han comprendido el sentido de la Iglesia reflejado en la Constitución Lumen gentium. La renovación de la vida eclesial supone como necesario un conocimiento de los orígenes, de los acentos inconfundibles de la antigüedad cristiana.

Los enfoques aquí presentados corresponden a la realidad argentina, pero valen análogamente para los diversos ambientes de la Iglesia. Responden a mis estudios y a mi experiencia episcopal.

SUPLEMENTO

Ya estaba concluida la redacción del quinto enfoque cuando me enteré de la insólita destitución de Monseñor Joseph Strickland, obispo de Tyler, Estado de Texas, Estados Unidos de Norteamérica. Otra “hazaña” de la monarquía absoluta papal. Se me ocurre recordar ahora que San Pablo enfrentó a Pedro y le echó en cara su hipocresía. ¿Será aplicable hoy día este episodio ejemplar a las relaciones de los Sucesores de los Apóstoles con el Sucesor de Pedro?

Sin perjuicio de mi intención de escribir más detalladamente sobre este asunto, deseo ahora manifestar mi solidaridad con Monseñor Strickland, a quien prometo mis pobres oraciones por el futuro estado como obispo “cancelado” y por sus intenciones.

Rezo, asimismo, por los obispos norteamericanos fieles a la Tradición (que no son pocos). El progresismo es estéril; los jóvenes aspiran a una Iglesia Católica fiel a sus orígenes y a lo mejor de su historia. Ellos son el futuro de la Katholiké.