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Nostalgias y lamentos: de Jorge Luis Borges a Lorenzo Juan Traverso
En la nota “Nostalgias y lamentos: de Jorge Manrique a Rafael Obligado” presenté ejemplos elegíacos en los poetas José Hernández, Olegario Víctor Andrade y Rafael Obligado.
Veamos ahora algunos casos en el siglo XX.
1 - Jorge Luis Borges (1899-1986)
Su poema El tango (1958) empieza con la fórmula clásica del Ubi sunt
(“¿Dónde estarán?”):
¿Dónde estarán?, pregunta la elegía
de quienes ya no son, como si hubiera
una región en que el Ayer pudiera
ser el Hoy, el Aún y el Todavía.
¿Dónde estará (repito) el malevaje
que fundó en polvorientos callejones
de tierra o en perdidas poblaciones
la secta del cuchillo y del coraje?
¿Dónde estarán aquellos que pasaron,
dejando a la epopeya un episodio,
una fábula al tiempo, y que sin odio,
lucro o pasión de amor se acuchillaron?
Tales preguntas obtienen la exacta respuesta:
Aunque la daga hostil o esa otra daga,
el tiempo, los perdieron en el fango,
hoy, más allá del tiempo y de la aciaga
muerte, esos muertos viven en el tango.
2 – Letristas de tango
No los míticos cuchilleros de Borges, pero sí algunos letristas han convocado, acaso sin saberlo, a los manes del Ubi sunt en más de un tango con remembranzas. He aquí tres, prácticamente coetáneos, que presento en orden cronológico.
I) La muy bella melodía que compusieron Pedro Maffia y Pedro Laurenz para la letra de Amurado (1926), de José De Grandis (1888-1932), ubicó a ese tango, desde siempre, en la categoría de mis predilectos, a pesar de ciertas incoherencias de sus versos.
Los hechos:
Campaneo a mi catrera y la encuentro desolada.
Sólo tengo de recuerdo el cuadrito que está ahí,
pilchas viejas, unas flores y mi alma atormentada…
Eso es todo lo que queda desde que se fue de aquí.
Lo cierto es que la dama “arregló su bagayito y amurado” lo dejó, abandonando para siempre el compartido “bulincito”: tal la pérdida que ha de ser llorada.
En las quejas hay, al menos, un razonamiento extraño, pues, psicosomático, parece adjudicar a la tristeza el origen de sus canas:
¡Si me viera! ¡Estoy tan viejo!
¡Tengo blanca la cabeza!
¿Será acaso la tristeza
de mi negra soledad?
Y, más adelante, la conciencia del lúgubre presente al recordar el pasado venturoso:
Si me faltan sus caricias, sus consuelos, sus ternuras,
¿qué me quedará a mis años, si mi vida está en su amor?
¡Cuántas noches voy vagando, angustiado, silencioso,
recordando mi pasado, con mi amiga la ilusión…!
II) El frecuentemente hiperbólico y apocalíptico Enrique Santos Discépolo (1901-1951), en su tango Esta noche me emborracho (1928), empieza por describir, con pluma entre trágica y satírica, el actual estado de una mujer:
Sola, fané, descangallada,
[…]
flaca, dos cuartas de cogote,
y una percha en el escote
bajo la nuez;
chueca, vestida de pebeta,
teñida y coqueteando
su desnudez…
¡Parecía un gallo desplumao,
mostrando al compadrear
el cuero picoteao!
Tras tan esperpéntico retrato, adviene una ristra de lamentos, de la que sólo reproduciré el primero, contundente síntesis de su estado de ánimo:
¡Y pensar que hace diez años
fue mi locura!
III) En su tango Uno y uno (1929) Lorenzo Juan Traverso (1897-1952) optó por los reproches de un Ubi sunt burlesco:
Se dirige a un sujeto innominado, que deducimos otrora “triunfador”, describiendo su calamitoso estado actual:
Se te dio vuelta la taba;
hoy andás hecho un andrajo.
Has descendido tan bajo
que ni bolilla te dan.
A continuación vienen 24 versos netamente ubisuntianos, que sirven para describir algunos de los ostentosos rasgos que, en épocas anteriores, adornaban al personaje. Me limito a reproducir los primeros ocho:
¿Qué quedó de aquel jailefe
que, en el juego del amor,
decía siempre: “Mucha efe
me tengo pa’ tallador”?
¿Dónde están aquellos brillos
y de vento aquel pacoy,
que diqueabas, poligrillo,
con las minas del convoy?
Me ha resultado especialmente graciosa la evocación del individuo en el acto de ufanarse, ante las chicas del conventillo, mediante la exhibición de anillos y dinero. No sólo por este hallazgo Uno y uno integra la nómina de mis tangos favoritos.